Un Cervantes para la antipoesía

Nicanor Parra poeta chileno Premio Cervantes 2011

El chileno Nicanor Parra obtiene a los 97 años el máximo galardón de las letras en español

Nicanor Parra poeta chileno Premio Cervantes 2011

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Parecía que lo habíamos olvidado: la genialidad también se llama Nicanor Parra. El Premio Cervantes recae, por fin, sobre el “antipoeta” por excelencia, cuando ya ha cumplido los 97 años. Un galardón indiscutible, pese a que se lo podían haber dado hace 30 años, cuando su nombre estaba en boca de todos. [Siga aquí si no es suscriptor]

La edad y la sabiduría tienen recluido a este chileno en su casa de Las Cruces, a 100 kilómetros de Santiago, simbólicamente, si se quiere –como destaca el periodista chileno Patricio Fernández–, “ubicada entre la Cartagena de Vicente Huidobro y la Isla Negra de Pablo Neruda. Equidistante de ambos”. Inevitablemente, Parra siempre estuvo entre uno y otro. Ninguno obtuvo el Cervantes, que sí ha reconocido a otro inmenso poeta chileno, Gonzalo Rojas y al novelista Jorge Edwards.

“Parra es un gran poeta, un poeta excepcional –explica Edwards–, y es, además de eso, un caso literario interesante, paradójico: un creador literario entre dos mundos, entre dos tiempos, entre dos o más de dos estilos, incluso entre la prosa y el verso. Tengo el hábito antiguo de releer a Nicanor Parra más que a muchos otros. En todos sus textos, en sus poemas de juventud, en sus antipoemas de la edad madura, en sus artefactos, apostillas, guatapiques de años recientes, la escritura de Nicanor es sintética, sorpresiva, altamente coloquial, siempre cargada de ideas, de propuestas, de afirmaciones semiserias y provocativas”.

Eso es. A Parra, sin embargo, la fama le precede, al menos en España, pero en el fondo, problema consustancial a todo poeta, es minoritario, poco leído y de él existe un lugar común de insurgente, irreverente y apóstata.Nicanor Parra poeta chileno Premio Cervantes 2011

Esa marginalidad le llega no solo por el uso excéntrico del idioma, sino por la complejidad de su verso, aparentemente fácil, popular, cómico, descreído. ¿Cómo escribir poesía después de Huidobro y de Neruda? Parra tira por un camino inexplorado, guiado por los poetas “malditos” franceses, y el asalto a la fama le llega temprano, con la publicación de sus Poemas y Antipoemas (1952).

Diez años después, en Manifiesto, su poética, como un intento de descender a lo más popular del lenguaje y del hombre de letras, está decantada:

“A diferencia de nuestros mayores
–Y esto lo digo con el mayor respeto–
Nosotros sostenemos
Que el poeta no es un alquimista.
El poeta es un hombre como todos
Un albañil que construye su muro (…)
Nosotros repudiamos
La poesía de gafas obscuras
La poesía de capa y espada
La poesía de sombrero alón (…)”.

Don Nicanor ya es el antipoeta. Los “antipoemas” constituyen un escenario en el que ni institución ni convención evitan su burla. Pero, físico y ecologista confesional, Parra era –es– un poeta en constante evolución, que siguió renovando con su “poesía para ser leída y para ser mirada”, que catapultó un libro esencial: Artefactos (1972).

Sobre Dios y la fe

Disidente con todo y contra todo. Es un francotirador. Aunque detrás de lo aparente, Parra usó los mecanismos verbales de la vanguardia para decirnos que todo es fugaz, hasta él mismo y su “antipoesía”. Él fue el más furibundo anti-Nicanor. Aparentemente tiene muchísimos poemas contra la Iglesia, pero en su mayoría, en un segundo nivel de lectura, reflexionan sobre la fe, tratan de remover lo inamovible y son, de algún modo, testimonios de una búsqueda de Dios.

De atravesar ese aparente anticatolicismo y profundizar en su mensaje –evidentemente crítico, rebelde, a veces blasfemo, a qué dudarlo– se ha encargado otro gran poeta chileno, sacerdote, crítico literario extraordinario, José Miguel Ibáñez Langlois. Él mismo resitúa los antipoemas: “El antipoeta es todos sus personajes y no es ninguno de ellos, según el método de trabajo de las hipótesis múltiples, que le permite desprenderse del ego poético convencional y compartir todas las posibilidades humanas, también parodiarlas todas”.

En una lectura correcta, los antipoemas acaban siempre transformando la risa para convertirla en llanto, en tragedia. Esa es su gran ironía. A partir de aquí, ¿qué decir de poemas como Padre Nuestro? Si la primera lectura apunta a la imagen de un Dios degradado y ante el que se burla, emerge después como un ruego a Dios de que “no sufra más” por nosotros, pecadores.

“Yo diría que en expresiones como estas –escribió Langlois– puede haber más sentido de Dios, más experiencia o búsqueda religiosa que en volúmenes enteros de literatura devota. (…) El horizonte bíblico del hombre caído, en sus alternativas absolutas, ha sido poetizado-antipoetizado por Parra con una hondura religiosa, con una radicalidad casi mística, con un sentido angélico y demoníaco, con la profundidad ardiente de un san Agustín o de un san Juan de la Cruz”. Precisamente, Leopoldo Cervantes-Ortiz incluye a Parra también en la antología El Salmo fugitivo. Antología de Poesía Religiosa Latinoamericana (Clie).Nicanor Parra poeta chileno Premio Cervantes 2011

El problema con poemas como Agnus Dei, Cambio de nombre, Preguntas y respuestas, Que Dios nos libre de los comerciantes o El Cordero Pascual es que el juego de la burla es tan extremo que a veces borra la relevancia de la búsqueda de Dios. Porque el lector, aunque no lo quiera, se queda en lo superficial.

Es innegable que Dios está presente, sobre todo en los años 50-70, poderosamente en la poesía de Parra, tanto que en el primer tomo de sus Obras Completas (Galaxia Gutemberg) es notable el número de poemas donde lo católico está, aparentemente, en entredicho. Básicamente, por una serie de poemarios como Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979), que a investigadores como Juan Manuel Martínez Fernández les ha llevado a destacar a Parra entre los nueve grandes poetas religiosos del siglo XX en Hispanoamérica, junto a Francisco Luis Benárdez, Ibáñez Langlois, Ernesto Cardenal, Pedro Casaldáliga, Gabriela Mistral o César Vallejo, entre otros.

Sencillez franciscana

Lo hace en Tres caminos y nueve voces en la poesía hispanoamericana contemporánea, en donde bautiza su poesía religiosa como “intimista” y destaca, por encima, su visión del Cristo de Elqui: “Son relatos y reflexiones de sencillez franciscana, puestos en boca de un santón o vagabundo que cuenta sus experiencias y sus opiniones sobre los temas más dispares, convertido en testigo marginal de toda una época”.

La cuestión –volvemos a la dificultad de leer a Parra– está en lo que admite otro novelista chileno, Antonio Skármeta: “Me gusta el poema XX de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui. Es una concisa fundamentación del cosismo en la actitud de Nicanor Parra hacia la vida y los poemas. Me gusta tanto como el poema XXVI del mismo libro, donde afirma todo lo contrario. Pero de eso se trata Parra. No de un lírico, sino de un dramaturgo que respeta por igual a todos los personajes aunque a veces sean uno y el mismo”.

Es lo que sucede. A Nicanor le han preguntado siempre por este Dios presente en su poema, si es o no creyente: “No puedo decirle que creo o no creo en Dios, si soy religioso o agnóstico –le contestó al periodista Jorge Teillier–. No puedo responder a nada de eso. Siempre trabajo con un método de hipótesis múltiples. Eso se puede aplicar a todo. En el amor, por ejemplo. Un hombre hace el amor con una mujer, se levanta desnudo de la cama, se mira en un espejo y se pregunta: ¿por qué se acostó conmigo esta mujer? ¿Usted cree que se daría una sola respuesta? Seguro que no. Así ocurre en todo. Por eso soy enemigo de las generalidades”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.780 de Vida Nueva.

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