Nicanor Parra, un antipoeta que remueve la fe

El chileno Nicanor Parra, nuevo Premio Cervantes

Nicanor Parra poeta chileno Premio Cervantes 2011

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Parecía que lo habíamos olvidado: la genialidad también se llama Nicanor Parra. El Premio Cervantes recae, por fin, sobre el “antipoeta” por excelencia, cuando ya ha cumplido los 97 años. Un galardón indiscutible, pese a que se lo podían haber dado hace 30 años, cuando su nombre estaba en boca de todos.

“Parra es un gran poeta, un poeta excepcional –explica Jorge Edwards–, y es, además de eso, un caso literario interesante, paradójico: un creador literario entre dos mundos, entre dos tiempos, entre dos o más de dos estilos, incluso entre la prosa y el verso. Tengo el hábito antiguo de releer a Nicanor Parra más que a muchos otros. En todos sus textos, en sus poemas de juventud, en sus antipoemas de la edad madura, en sus artefactos, apostillas, guatapiques de años recientes, la escritura de Nicanor es sintética, sorpresiva, altamente coloquial, siempre cargada de ideas, de propuestas, de afirmaciones semiserias y provocativas”.

Eso es. A Parra, sin embargo, la fama le precede, al menos en España, pero en el fondo, problema consustancial a todo poeta, es minoritario, poco leído y de él existe un lugar común de insurgente, irreverente y apóstata.

Esa marginalidad le llega no solo por el uso excéntrico del idioma, sino por la complejidad de su verso, aparentemente fácil, popular, cómico, descreído. ¿Cómo escribir poesía después de Huidobro y de Neruda? Parra tira por un camino inexplorado, guiado por los poetas “malditos” franceses, y el asalto a la fama le llega temprano, con la publicación de sus Poemas y Antipoemas (1952).Nicanor Parra poeta chileno Premio Cervantes 2011

Sobre Dios y la fe

Disidente con todo y contra todo. Es un francotirador. Aunque detrás de lo aparente, Parra usó los mecanismos verbales de la vanguardia para decirnos que todo es fugaz, hasta él mismo y su “antipoesía”. Él fue el más furibundo anti-Nicanor. Aparentemente tiene muchísimos poemas contra la Iglesia, pero en su mayoría, en un segundo nivel de lectura, reflexionan sobre la fe, tratan de remover lo inamovible y son, de algún modo, testimonios de una búsqueda de Dios.

De atravesar ese aparente anticatolicismo y profundizar en su mensaje –evidentemente crítico, rebelde, a veces blasfemo, a qué dudarlo– se ha encargado otro gran poeta chileno, sacerdote, crítico literario extraordinario, José Miguel Ibáñez Langlois.

Él mismo resitúa los antipoemas: “El antipoeta es todos sus personajes y no es ninguno de ellos, según el método de trabajo de las hipótesis múltiples, que le permite desprenderse del ego poético convencional y compartir todas las posibilidades humanas, también parodiarlas todas”.

En una lectura correcta, los antipoemas acaban siempre transformando la risa para convertirla en llanto, en tragedia. Esa es su gran ironía. A partir de aquí, ¿qué decir de poemas como Padre Nuestro? Si la primera lectura apunta a la imagen de un Dios degradado y ante el que se burla, emerge después como un ruego a Dios de que “no sufra más” por nosotros, pecadores.

El problema con poemas como Agnus Dei, Cambio de nombre, Preguntas y respuestas, Que Dios nos libre de los comerciantes o El Cordero Pascual es que el juego de la burla es tan extremo que a veces borra la relevancia de la búsqueda de Dios. Porque el lector, aunque no lo quiera, se queda en lo superficial.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.780 de Vida Nueva. Artículo completo para suscriptores

Compartir