El voluntariado, a prueba de crisis

chica voluntaria cristiana abraza a dos niños

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JOAQUÍN GARCÍA ROCA, sacerdote y sociólogo | La gravedad de la crisis financiera suscita un nuevo interés por la participación ciudadana y por la solidaridad comunitaria, como exigencias internas de la propia crisis, ante la impotencia generalizada, el secuestro mercantil de la voluntad colectiva, el sufrimiento de vidas desahuciadas y el desbordamiento del sistema público.

Joaquin Garcia Roca

J. García Roca

Los voluntariados actuales tienen una cita con la asistencia ante el desvalimiento de personas, sin retroceder a los tiempos de la beneficencia ni debilitar las conquistas del estado social. Tienen, también, otra cita con el desarrollo de las capacidades de las personas, a fin de potenciar su protagonismo y reconstruir el tejido social; y, asimismo, están citados con la movilización ciudadana, en orden a asumir un papel activo en la gestión de los riesgos y formulación de políticas públicas.

De este modo, promueven una cultura que socialice el valor de la gratuidad, actúe de contrapeso a una cultura sometida a los mercados y popularice otras formas de ser feliz más allá del consumo.

El hundimiento del trabajo ha convertido el empleo en el imperativo categórico, que orienta todas las energías sociales. Con “empleo, empleo, empleo…” se pueden resolver unas elecciones, como si esta fuera la única preocupación de los seres humanos. Lejos quedan las propuestas que consideraban la liberación del trabajo como el fin del progreso, lejos la convicción de que detrás del trabajo hay una persona, lejos las preguntas de a quién sirve la fuerza de trabajo.

“Con ’empleo, empleo, empleo…’ se pueden resolver
unas elecciones, como si esta fuera
la única preocupación de los seres humanos”.

Cuando el empleo asalariado se convierte en el único indicador de humanidad, se erosionan otras formas de vida activa como el trabajo cívico, la participación comunitaria o la ayuda mutua. En el interior de este proceso de “salarización”, la cultura del voluntariado recordará que el parado no solo sufre la falta de trabajo, sino también la falta de reconocimiento, la ausencia de protección y la merma de derechos sociales.

En la crisis global nace un nuevo escenario para las alianzas locales y transnacionales, que amplifica los descontentos y cataliza las alternativas viables. A pequeña escala, la cultura del voluntariado teje conexiones que conspiran contra la dictadura del capital financiero y amplían la autoorganización de lo social. Como la lógica de la red, ponen en valor lo experimental, la creatividad, la innovación, el alumbramiento. Y también la paciencia histórica, alejada del posibilismo y del pragmatismo.

“El voluntariado constituye hoy la célula madre,
que no deja de dividirse, extenderse
e irradiarse para construir
una esperanza colectiva”.

El voluntario, hoy, ha de acreditarse en el interior de una voluntad de cambio, que se ha convertido en una marca sin contenido, en un medio sin fin, en un eslogan vacío. Para ello, hermanará el cambio con la justicia, la justicia con la solidaridad, y la cohesión social con la emancipación. El voluntariado constituye hoy la célula madre, que no deja de dividirse, extenderse e irradiarse para construir una esperanza colectiva.

Nunca como hoy adquiere vigencia la experiencia bíblica del pueblo que enseñó a caminar en el interior de la oscuridad sin metas claras, atravesar desiertos y esperar sin imágenes en el futuro de la humanidad. Esta esperanza está custodiada por hombres y mujeres que toman en sus manos la vida del mundo para romper el destino de exclusión, perturban las causas de la pobreza, del sufrimiento humano y de la injusticia. Hombres y mujeres que se mantienen en estado de vigilancia provistos de turbación, compasión y empatía, y se preguntan cada día qué soledad acompañarán, qué deterioro del ambiente reducirán o qué derecho pisoteado defenderán.

En el nº 2.779 de Vida Nueva.

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