El colapso de la cultura

El Brujo actor teatro

El duro recorte presupuestario por la crisis augura el cierre de centros y la paralización de programas

Museo Chillida Leku San Sebastian

El Museo Chillida-Leku, en San Sebastián, ha sido uno de los primeros en cerrar

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Al final de La crisis de la cultura, incluido entre los ensayos de Entre el pasado y el futuro (1954), Hannah Arendt alude a que sin cultura, “el resultado no es la desintegración social, sino la decadencia”. ¿Qué diría ante el colapso que la cultura está viviendo en un Occidente en crisis? ¿Cómo se rebelaría ante los recortes de las administraciones públicas, que han paralizado la más mínima programación cultural? [Siga aquí si no es suscriptor]

El informe del Observatorio de la Cultura de la Fundación Contemporánea del primer semestre de 2011, apunta a que los presupuestos dedicados a la cultura desde las administraciones públicas y la empresa privada se han vuelto a reducir en la gran mayoría de casos: hasta un 40% o más, para el 40,2% de las entidades; y hasta un 20% para otro 36,9%. En el otro extremo, los presupuestos se han mantenido (para un 16,3%) o han aumentado (para el 6,5%). Las perspectivas para 2012 son aún más crudas. Los recortes anunciados son más radicales (hasta un 80,58% en la administración autonómica de Canarias, por ejemplo).

La primera consecuencia es el inevitable cierre de centros culturales de referencia. Primero fue el Chillida-Leku (San Sebastián), luego el Museo Gustavo Torner, en Cuenca. El espectacular Centro Niemeyer de Avilés tampoco se ha librado de la amenaza, ni el Centro José Guerrero (Granada), reconvertido en Fundación.

Centro Niemeyer Aviles

El recién inaugurado Centro Niemeyer, en Avilés, también está en peligro

La segunda es un panorama sin subvenciones, con recortes en programación, personal y horarios, cancelaciones de festivales… En definitiva, disolución de gran parte de la programación cultural, sobre todo en aquellos sectores en los que el apoyo público ha sido fundamental en los últimos años: teatro, danza, música clásica y artes plásticas.

“Es evidente que los museos y centros de arte contemporáneo están en crisis”, proclamó el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, en el reciente III Foro de Industrias Culturales, titulado ¿A dónde vamos a parar? “Hay que tener mucho cuidado –añadió–, porque la cultura es un servicio público que no se puede medir desde un sistema economicista”. La alarma está dada.

Ya no es una mera sospecha o un temor. El modelo sobre el que descansa el ecosistema cultural español –con las administraciones públicas como actores privilegiados a la hora de regular la creación, distribución y consumo– tiene un ojo atravesado por las enormes tijeras de la crisis. Según el periodista Alejandro Zavaleta, en todo caso, “se atisba un horizonte en el que, como consecuencia del retraimiento del patrocinio público, las leyes de mercado ganarán terreno en la producción y consumo de bienes culturales. Con algunas limitaciones. Aunque parece imposible un trasplante del modelo ultraliberal norteamericano, que privilegia la iniciativa privada y el mercado puro y duro. Hay muchos impedimentos”.

Mala gestión del dinero público

La pregunta es inevitable: ¿se ha roto el modelo cultural contemporáneo, el que nació en el Ministerio de Asuntos Culturales de Andrex Malraux a finales de los años 50? “Tengo nostalgia del Estado, por supuesto que sí”, contestó recientemente Juan Barja, director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, que ha recortado hasta dos millones de euros de su presupuesto en los últimos tres años y tiene aún un panorama de mayor secano por delante. La institución recibe un 20% de ayudas públicas. “Los centros dedicados a la cultura se están ahogando. Ya no hay centros dedicados a la producción. Las bibliotecas también lo están pasando mal”. Barja asegura –y lo dijo hace ya un año– que lo peor no es la falta de ayudas, sino la mala gestión que se ha hecho del dinero público. “Hay comunidades que tienen hasta tres centros de arte, pero si no hay artistas, ¡hay que fabricarlos!”.

El Brujo actor teatro

El teatro es uno de los sectores que más acusan la falta de financiación

El ‘efecto Guggenheim’ animó a cada capital de provincia a contar con un edificio emblemático, prestigiado por una firma arquitectónica de proyección internacional. Ha sido demoledor. El caso del Centro Niemeyer es paradigmático: recién inaugurado, con una inversión de 15 millones de euros y sin dinero para programación por desencuentros más políticos que de presupuesto. Aun así, su director, Natalio Grueso, lamenta que “cuando hay crisis, lo primero que se recorta es la cultura”, lo cual considera “una equivocación terrible” porque “se compara la cultura a entretenimiento y espectáculo, pero la cultura no es eso”.

Un factor de cohesión social

Amartya Sen, premio Nobel de Economía, afirmaba en La cultura como base del desarrollo contemporáneo que “los sectores políticos están comenzando a percibir y reconocer que la cultura juega un papel mucho más importante de lo que suponían, y constatado que las decisiones políticas, las iniciativas económicas y financieras y las reformas sociales tienen muchas más posibilidades de avanzar con éxito si simultáneamente se tiene en cuenta la perspectiva cultural para atender las aspiraciones e inquietudes de la sociedad. Se realza, además, de forma especial la contribución de la cultura como factor de cohesión ante los procesos de profundización de desigualdades económicas y de tensiones de convivencia social”.

Pero las administraciones públicas no lo están viendo así, ni en España, ni en Gran Bretaña, Italia o Francia, donde la situación, aun no siendo tan alarmante, lleva un camino similar. No hay que confundir el dispendio de macroproyectos como la Cidade da Cultura (Santiago), diseñada por Peter Eisenman y que ya ha costado unos 400 millones de euros, o el Palau de les Arts (Valencia), obra de Santiago Calatrava, en el que se ha gastado la Generalitat 382 millones, con la imposibilidad de financiación con que muchos ayuntamientos están afrontando la programación cultural.

Ni el debate alrededor de un necesario Ministerio de Cultura o no, con la desaparición de subvenciones a ferias del libro, campañas de promoción de la lectura, la escasez de conciertos de música clásica o la reconversión de festivales de música en bienales. Incluso afecta a instituciones académicas, como la Real Academia Española, cuyas reuniones entre las 22 academias de América y Filipinas que velan por el presente del español en el mundo serán por videoconferencia, por la “necesidad de economizar”.

Cidade da cultura Santiago de Compostela

Vista aérea de la Cidade da Cultura, en Santiago de Compostela

El catedrático de Literatura Española de la Universidad de Barcelona, Tomás Marco, tiene fe en que la cultura siempre ha sabido reinventarse en tiempos de crisis, aunque “los pocos que pretendan vivir del arte tendrán más que dificultades, salvo los que estén ojo avizor a lo que se lleva o se quiere ver u oír. Tampoco ha sido este país muy devoto de la cultura. No es que haya carecido de creadores ni antes ni hoy, aunque ha disfrutado de mayores reconocimientos fuera que dentro”.

El Museo del Prado abrirá los lunes para aumentar en dos millones de euros anuales sus ingresos. Según su director, Miguel Zugaza, están haciendo más esfuerzos que nunca en busca de patrocinios y financiación privada. Pero la empresa privada, grandes multinacionales o no, incluso las hasta hace nada todopoderosas fundaciones de los grandes bancos, han cortado prácticamente el grifo cultural. Pese a que, sin cultura, será más difícil superar la crisis. Pero nadie, por lo que se ve, lo cree.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.779 de Vida Nueva.

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