‘Un dios salvaje’: ebrios de infelicidad

Fotograma Un dios salvaje

Fotograma Un dios salvaje

J. L. CELADA | Un cuadro en blanco (eso sí, con “unas finísimas líneas blancas transversales”) le sirvió a Yasmina Reza para poner en jaque, a cuenta del Arte, la relación de tres viejos amigos. Recuperada de aquel éxito internacional, la dramaturga parisina de origen judío se asomó años más tarde al universo familiar (el matrimonio, la educación de los hijos…) y a la trastienda de los buenos modales, con el pretexto de dirimir una pelea infantil que sometía al airado juicio de Un dios salvaje. Dos episodios intrascendentes, casi anecdóticos, pero que, gracias a su lúcida pluma, son hoy sendos retratos de una generación (y de una época) en crisis.

A quien también parece afectarle –al menos, por la escasa originalidad de la idea– es al siempre atrevido Roman Polanski, que ha decidido ahora apostar sobre seguro y adaptar la última obra teatral de su compatriota, un implacable ajuste de cuentas a tanta cordialidad de dudosas intenciones y a la hipocresía que se oculta bajo el barniz de lo políticamente correcto.

El veterano cineasta reúne en un único escenario, y en tiempo real, a dos parejas dispuestas a zanjar un desafortunado incidente protagonizado por sus chavales. Sin embargo, la cortesía y el talante conciliador pronto derivan en la provocación y la falta de respeto, sacando a la luz el lado más oscuro (y violento) de sus personalidades.Fotograma Un dios salvaje

Con gran elegancia en el manejo de la cámara y un exquisito aprovechamiento del espacio y todos los elementos que lo conforman (espejos, tabiques…), el realizador nos acomoda en primera fila de la función para asistir a la civilizada vomitona de estos cuatro individuos. En un continuo afán por reivindicarse como padres, madres, maridos o esposas, y mientras se “masajean” sus respectivos egos, sus bocas profieren toda suerte de tópicos de género, eufemismos e ironías a destiempo.

Enfrascados en esta batalla dialéctica sin cuartel (inimaginable sin el extraordinario oficio de un cuarteto de lujo), unos y otras se permiten dar lecciones a los demás o arrogarse cierta autoridad moral, cuando lo único que consiguen es exhibir sus miserias (egoísmo, mediocridad…), prejuicios y contradicciones. Es tal su borrachera de infelicidad, que la catarsis exige una sinceridad descarnada. Se acabaron ya los paños calientes, el “sentido de comunidad” o la “agradable serenidad”, porque todos ellos resultan más creíbles cuando se muestran “descaradamente despreciables”.

Una modélica dirección de actores y la perversa incorrección de Polanski redondean esta versión en celuloide de Un dios salvaje, película que ahuyenta convencionalismos y explota el arte del fingimiento. Y esa máscara culmina con un brillante final: ajenos a las diatribas de adultos y humanos, los niños enfrentados y el hámster abandonado juegan en el parque como si nada hubiera sucedido. Aunque el olor a vómito ya se ha instalado en el ambiente.

FICHA TÉCNICA

Título original: Carnage.

Dirección: Roman Polanski.

Guión: Roman Polanski y Yasmina Reza, sobre la obra teatral homónima de esta última.

Fotografía: Pawel Edelman.

Música: Alexandre Desplat.

Producción: Saïd Ben Saïd.

Intérpretes: Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz, John C. Reilly.

En el nº 2.778 de Vida Nueva.

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