Editorial

Las (e)lecciones de la crisis

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Elecciones 20-N Mariano Rajoy Alfredo Perez Rubalcaba

EDITORIAL VIDA NUEVA | ¿Podemos salir de la crisis? Tenemos que ser optimistas. Podemos, a pesar de que no va a ser fácil, de que el camino será largo, muy largo, y duro, muy duro. Y de que hay algunas condiciones indispensables: que el nuevo Gobierno que se forme después del 20-N vaya con la verdad por delante; que aborde las reformas de fondo que son ineludibles, pero que, independientemente de la mayoría que obtenga, incluso aunque sea superabsoluta, las pacte con todos los implicados, partidos y agentes sociales para que el consenso sea máximo.

Que escuche a los verdaderos protagonistas de la crisis: los que han perdido su trabajo y los que pueden crearlo o mantenerlo; que ponga a los ciudadanos, sobre todo a los más desfavorecidos, en el centro del objetivo; que devuelva al lenguaje cotidiano conceptos como austeridad, sacrificio, esfuerzo, sensibilidad, solidaridad… y que empiece por practicarlos desde el primer día.

Estas elecciones traen lecciones que ganadores y perdedores deberán analizar con gran atención. También los ciudadanos.

José Luis Rodríguez Zapatero, al que habrá que juzgar desapasionadamente con más distancia temporal, pero que, posiblemente, no obtenga un juicio benévolo, empezó a perder las elecciones –y España la oportunidad de salir antes de su actual situación– cuando negó reiteradamente que la crisis nos afectaba. Y las perdió definitivamente el 10 de mayo de 2010, cuando, presionado por los líderes mundiales, en lugar de dirigirse a los españoles, explicarles la realidad económica, convocar elecciones anticipadas y poner en marcha las reformas necesarias con el máximo consenso, no lo hizo.

Es cierto que emprendió los cambios exigidos que han evitado que España esté, a día de hoy, como Grecia, Portugal, Irlanda o Italia, es decir, en la bancarrota. Pero dejó el país cerca del abismo y con graves problemas de desconfianza. Lo que suceda el 20-N será un voto de castigo a esa falta de decisión y al cambio radical no explicado.

Nunca en unas elecciones un partido había recibido el respaldo de tantos ciudadanos –11.289.000 votos– como el que alcanzó el PSOE en 2008. ¿Qué ha pasado para que, cuatro años después, previsiblemente más de dos millones de ciudadanos no solo le retiren su confianza, sino que se lo den a otras opciones más situadas a la derecha y que otros cientos de miles se vayan a su izquierda?

Así pues, el, previsiblemente, peor resultado del PSOE en unas elecciones democráticas parece deberse a haber ocultado la crisis, a no reaccionar frente a ella y, cuando lo hizo, a haber traicionado sus principios sin explicar las razones del cambio. A decir una cosa y hacer la contraria.

Se equivocará el nuevo presidente del Gobierno
si cree que las reformas se pueden hacer
a golpe de mayoría absoluta.

También esa es la razón del también previsible fracaso de la campaña electoral del PSOE. Alfredo Pérez Rubalcaba, un buen candidato en cualquier otra elección, ha cometido dos errores graves: intentar recuperar el voto de la izquierda del PSOE –cuando la sangría estaba en el centro– y no hacer autocrítica ni reivindicar la política del Gobierno de Zapatero, su propio Gobierno, como si quisiera borrar los errores pasados (pero también los aciertos), para proponer soluciones que fue incapaz de aplicar durante ocho años. Sin un discurso coherente, “el efecto Rubalcaba” se diluyó en poco tiempo. Y un error más: esconder a Zapatero durante la campaña de forma vergonzante.

En la acera contraria, el PP ha hecho una campaña a la contra, sin críticas exageradas, sin alardes, sin explicar ni siquiera los puntos básicos de su programa. No lo necesitaba.

Pero, pase lo que pase el 20-N, no será un cheque en blanco. Su victoria, aunque sea elevada, lleva muchas cargas de profundidad y muchos votos “prestados” por los desencantados del PSOE (en torno a millón y medio, por lo menos). Y no tendrá cien días de margen. Le exigirán medidas y resultados casi al día siguiente de las elecciones. No será nada fácil. En todo caso, el pasado importa más bien poco. Lo que a los españoles les preocupa es el futuro.

Se equivocará el nuevo presidente del Gobierno si cree que las reformas se pueden hacer a golpe de mayoría absoluta. En estas circunstancias, el PP necesita al PSOE –y debe ayudar a que su imprescindible reconversión sea menos dolorosa– y necesita también a otros partidos para formar una mayoría fuerte que reme para sacar al país de la crisis, crear empleo –el objetivo fundamental–, mejorar las cuentas públicas desde la austeridad y abordar las reformas imprescindibles: la de la educación, la primera, porque todas nuestras posibilidades de futuro pasan por acabar con unas tasas de fracaso escolar inasumibles.

La tarea es inmensa y exige también
la regeneración ética de la vida pública,
pero no solo desde la Administración,
sino también desde cada uno de los ciudadanos.

Pero hay que cambiar también el modelo económico, las pensiones (para que sean sostenibles), la Justicia, el papel de las administraciones públicas y la duplicidad de organismos que hacen lo mismo, abordar la reforma laboral y del sistema financiero para que fluya el crédito y no estemos los ciudadanos financiando a los bancos, acabar con el despilfarro, afrontar la corrupción en todas sus esferas…

La tarea es inmensa y exige también la regeneración ética de la vida pública, pero no solo desde la Administración, sino también desde cada uno de los ciudadanos. Exige, igualmente, una sensibilidad social para con las grandes víctimas de esta crisis, los cinco millones de parados, el millón y medio de familias donde ya no se ingresa ningún sueldo, los pensionistas que no pueden llegar a fin de mes, los sin techo, los dependientes… Seguramente, el próximo Gobierno no aguante cuatro años y tenga que quemarse antes, pero lo que pase el 20-N, y después de esa fecha, es responsabilidad de cada uno de nosotros. No basta con depositar un voto. El desafío es comprometerse activamente.

En el nº 2.777 de Vida Nueva (del 19 al 25 de noviembre).

 

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