Soledad y soledades

CIRIACO BENAVENTE MATEOS | Obispo de Albacete

“Hay soledades que matan y soledades que dan vida. La soledad puede ser manifestación de misantropía, pero puede ser también condición necesaria para la lucidez y la libertad”.

En poco tiempo he tenido sucesivos encuentros con personas a quienes la desconfianza de los otros les había abocado a la soledad, y la soledad, a una situación que rayaba en la locura. Estamos hechos para la relación. “No es bueno que el hombre esté solo”, leemos al comienzo de la Biblia. Pero, ¡cuántos solitarios en aparente compañía!

Me impresionó, por eso, cuando me tropecé con una reflexión sobre la soledad. El autor, aunque la presentaba como una dama caprichosa, que se ausenta cuando la necesitamos y se hace tercamente presente cuando su compañía estorba, hacía un precioso elogio de la misma.

Hay soledades que matan y soledades que dan vida. La soledad puede ser manifestación de misantropía, pero puede ser también condición necesaria para la lucidez y la libertad. Si queremos vivir nuestra vida y no dejar que nos la vivan desde fuera, es necesaria la soledad.

A veces he dudado si algunos de los inventos técnicos de los últimos decenios, logrados en principio para la comunicación, contribuyen a aumentar esta o la soledad. En alguno de los casos a los que me refería al comienzo, Internet, que ofrece tantas posibilidades, había actuado como un sucedáneo de las verdaderas relaciones, dejando a la persona en una soledad cada vez más profunda y destructiva.

La ilusión de estar en comunicación con otra mucha gente –chatear, lo llaman– acaba, con frecuencia, poniendo en contacto con otra personas y otros mundos de tanto aislamiento y frustración como el propio.

Algo parecido se podría decir de ese invento admirable del teléfono móvil, que nos permite entrar en relación con otras personas desde cualquier lugar en que nos encontremos. Pero si uno está siempre comunicando, ¿podrá escuchar las llamadas de Dios, el grito de los pobres o los mensajes de la naturaleza?

Necesitamos la soledad para encontrarnos con nosotros mismos, con los otros, con el Otro. La buena soledad siempre está visitada por presencias que nos enriquecen, que preparan para la comunicación en profundidad.

En el nº 2.776 de Vida Nueva.

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