El realismo de una utopía

Josep M. Margenat
Durao Barroso presidente de la Comisión Europea

Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, tras la reciente Cumbre del G-20 en Cannes

JOSEP M. MARGENAT, S.I., Universidad Loyola Andalucía, Córdoba-Sevilla | La situación financiera internacional requiere una acción de conjunto para una gobernanza mundial. Esta no es una bella palabra, sino la única posibilidad realista para desbloquear civilizadamente la crisis actual. La Santa Sede, actor global, presentó el pasado 24 de octubre el documento Para una reforma del sistema financiero internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia mundial. [Siga aquí si no es suscriptor]

Josep M. Margenat

J. M. Margenat

Europa parece vivir en la zozobra, acosada por la ineptitud y egoísmo de sus dirigentes y sus ciudadanos. ¿Es realmente así? El proyecto europeo fue obra de idealistas (Adenauer, De Gasperi, Maritain, Monnet, Schuman, Spaak, Spinelli y otros, Delors en la segunda generación, algunos fervientes católicos y hombres de gran altura espiritual), que a la vez eran personas muy pragmáticas, partidarios del gradualismo (dos pasos adelante, uno atrás) y que supieron unir intereses económicos comunes para dar bases sólidas a su sueño. La Europa (no solo) de los mercaderes era una Europa de santos.

¿Por qué no confiar que, ante el caos cacofónico actual, con “imaginación profética” podremos unirnos a partir de intereses comunes (salvar el euro, mantener la cohesión social, reducir el desempleo y la deuda) y, entonces, extender la solidaridad y la austeridad, recuperar una relación sana con la tierra madre, hacer llegar la pax europea a todos los rincones?

Europa es el mejor sueño colectivo que ha tenido la humanidad para combatir la pobreza, la injusticia, el deterioro climático global, la desigualdad entre hombres y mujeres, para afirmar la dignidad humana. El proyecto europeo es importante para nosotros, pero lo es también para otros muchos millones de personas.

La tecnocracia y el liberalismo económico son dos formas
de ideología que contaminan erróneamente
todas las decisiones económicas.
Hemos de repensar el liberalismo económico,
una ideología sin reglas ni controles.

Algunas claves del citado documento del Pontificio Consejo Justicia y Paz pueden ayudarnos a entendernos y a entender cómo afrontar esta crisis como ocasión de discernimiento para proyectar con confianza una “economía global sostenible” basada en la responsabilidad. La economía mundial está dominada cada vez más por el utilitarismo y el materialismo. Con las instituciones políticas existentes, estructuralmente débiles, y con la ausencia de un gobierno global, las crecientes desigualdades mundiales y los grandes movimientos migratorios exigen una llamada a discernir los principios y valores culturales y morales en los que se basa la economía.

La tecnocracia y el liberalismo económico son dos formas de ideología que contaminan erróneamente todas las decisiones económicas. Hemos de repensar el liberalismo económico, una ideología sin reglas ni controles, una forma de “apriorismo económico”. Los costes de esta ideología, de esta ocultación de la verdad de lo real, son enormes para las personas en los países desarrollados, pero sobre todo en los que están en vías de desarrollo. La crisis tiene un origen moral. Frente al individualismo posesivo y egoísta que domina a muchos, necesitamos la “ética amiga” del humanismo integral y solidario.

Como ya hizo el papa Benito XVI en Caritas in veritate, el texto de Justicia y Paz defiende una autoridad pública mundial, necesaria para el bien común universal. El documento no habla tan solo de Europa, es claro, sino que afronta la mundialización imparable. La construcción gradual de un consenso fundamental, libre y compartido, a partir del doble principio de solidaridad y subsidiariedad, permitirá la existencia de una autoridad pública mundial para gobernar lo mundial. Es el único horizonte realista.

La tarea de la política consistirá en construir consensos
cada vez más amplios que, también desde la universidad,
contribuyan a integrar formación ética y preparación técnica.

Esta autoridad debe integrar y combinar gobernanza y gobierno, atendiendo siempre al principio de subsidiariedad para regular las relaciones entre Estado y comunidades locales, entre instituciones públicas y privadas con otros cuerpos intermedios, entre la autoridad pública mundial y la sociedad civil mundial. Hay que dar forma de “Estado de derecho” supranacional a la nueva realidad mundializada. La autoridad pública mundial debe basarse en una convergencia de gobernanza (un sistema de coordinación horizontal sin autoridad) y un gobierno compartido con autoridad sobre los distintos actores.

Construir consensos

El documento invita a recuperar la hegemonía de la política sobre la economía y las finanzas. No podemos olvidar que el mercado financiero global necesita reglas. La tarea de la política consistirá en construir consensos cada vez más amplios que, también desde la universidad, contribuyan a integrar formación ética y preparación técnica (capacidad creativa, poiésis, y competencias gestoras, práxis).

Para ello hace falta aquella “imaginación profética” (Pablo VI), comunitaria y mundial que nos haga comprender las posibilidades de la realidad preñada de utopía. Hacen falta santos y creyentes para fundar esta imaginación.

En el nº 2.776 de Vida Nueva.

 

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