“Aquí no hay autoservicio: nos gusta servir”

Comedor benéfico Hijas de la Caridad Verín Pontevedra

El comedor benéfico San Vicente de Paúl de Marín cumple 25 años

Comedor benéfico Hijas de la Caridad Marin Pontevedra

FRAN OTERO. Fotos: DIEGO TORRADO | Marín, villa marinera en la provincia de Pontevedra, tiene una suerte, la de contar entre su comunidad con la aportación impagable de las Hijas de la Caridad, que no se puede resumir mejor que con estas dos palabras: educación y caridad. Educación a través del Colegio La Inmaculada, del que han salido y salen jóvenes con una gran formación, en todos los aspectos, muy cuidada en lo humano. Y caridad, que es lo que nos ocupará en este reportaje, con el Comedor San Vicente de Paúl. [Siga aquí si no es suscriptor]

Educación y caridad, dos recetas para luchar contra la crisis moral y económica, ambas impregnadas y con su razón de ser en el Evangelio, y aderezadas con el carisma de los fundadores de la congregación, san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac.

Con crisis y sin ella ha estado a disposición del necesitado este comedor de caridad, una iniciativa que, tal y como insiste sor Manuela, una de sus actuales alma mater, nació del voluntariado hace ahora 25 años, aunque surge de las visitas a domicilio que hacían las religiosas y las voluntarias, habituales en la congregación desde el siglo XVII.

La realidad actual nada tiene que ver con la del 12 de septiembre de 1986. Aquel comedor nació con la intención de solventar las necesidades de niños –los de las familias que recibían visitas– que no estaban bien atendidos. “Nosotros cedimos las instalaciones y ofrecimos nuestra cooperación total, pero la idea surgió del voluntariado”, insiste sor Manuela. Fueron 19 niños los primeros en probar los alimentos y la acogida de esta obra.

Comedor benéfico Hijas de la Caridad Marin PontevedraHoy, la situación es muy diferente. Ya no hay niños, pues consideran que es mejor que las familias se lleven la comida a casa y la preparen para los pequeños. Y también cambió el perfil de los que acuden a por un plato caliente. Los autóctonos y los inmigrantes –sobresalen en este colectivo los africanos, sobre todo, de Ghana– se reparten a partes iguales. Eso sí, el 90% son hombres.

En total, cada día se ofrece comida a entre 60 y 65 personas en verano, y a 80 y 85 en invierno. Pero su labor no se queda ahí, porque, además, atienden a 103 familias a las que les dan los alimentos para que se los lleven a casa. Sin duda, familias que son víctimas silenciosas de la crisis y cuyo último recurso, tras intentarlo con las administraciones públicas, es la caridad de los creyentes.

Apunta sor Manuela que las pautas en el comedor están muy claras. La primera de todas, y objetivo general, es dar cobertura a las necesidades básicas de los que allí acuden. Y algo muy importante: “Realizar el servicio con cercanía, amabilidad, respeto y tolerancia”. Se resume en la acogida al necesitado “viendo en él a Cristo”. “Lo que das a mis pobres, me lo das a mí”, cita.

Quizá por este ambiente, que atribuye a sor Josefa (ver recuadro más abajo), el comedor de Marín tiene una cualidad: nunca hay problemas. “Ni siquiera levantan el tono de voz… Damos la bendición de la mesa e, incluso, el pasado 27 de septiembre, fiesta de san Vicente de Paúl, hicimos una pequeña reflexión sobre el santo. Este comedor tiene el cariz cristiano. Antes, yo misma daba catequesis a los que querían después de comer; hoy ya no lo hago porque la mayoría son musulmanes. Una pena, pero se dejó”, cuenta la Hija de la Caridad, que recuerda cómo en la época de los niños se les ofrecían clases de apoyo y, por ejemplo, la posibilidad de asistir a campamentos cristianos.

La asistencia al necesitado es integral, humana y espiritual. Las voluntarias saben dónde vive y dónde está cada uno, y hasta se acompaña a los que están solos y enfermos en sus últimos días. “En definitiva, el pobre está atendido y bien atendido, que es lo importante”, explica.

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Sor Manuela, totalmente implicada en el comedor

Hasta tal punto es así que las tres religiosas –una a tiempo completo, sor Celsa– y las cinco voluntarias del comedor sirven ellas mismas la comida. “Aquí no hay autoservicio: aquí se sirve. Y nos gusta servir porque así tenemos contacto directo con los pobres”, dice sor Manuela.

Menos agradecida es la labor más burocrática, como la justificación de lo que se ha hecho con las ayudas públicas; papeles y papeles que “te vuelven loco”, pero necesarios para sobrevivir. Porque el comedor de Marín no podría salir adelante sin las ayudas que recibe de la Xunta de Galicia o las que le otorgan distintas asociaciones  por la atención a inmigrantes.

Y aunque son fundamentales estas subvenciones, las empresas y los marinenses también se vuelcan con el comedor: allí llegan desde donativos particulares hasta la colaboración de la Escuela Naval Militar, que trae el pan todos los días. También el Ayuntamiento de Marín y otras instituciones. Aun así, toda ayuda es poca, pues un comedor de estas características, y más en los tiempos que corren, necesita de muchos recursos.

Operación Kilo

Especialmente fructíferas son las campañas que se hacen en los colegios de la localidad pontevedresa y que llenan la despensa del comedor, así como la Operación Kilo, una actividad que se celebra el segundo fin de semana de agosto y que organiza el periodista del Faro de Vigo Julio Santos Pena, y en la que colabora el Consistorio. Este año, como suele ser habitual, fue un éxito, pero sor Manuela está especialmente satisfecha porque “había mucha gente joven”.

El comedor está integrado en el colegio. Los que acuden a él cuentan con una entrada independiente, pero el sueño de las religiosas y voluntarias es que se puedan construir unas nuevas instalaciones, más amplias y adaptadas, en un terreno que las Hijas de la Caridad tienen a escasos metros de la ublicación actual. “Al colegio no le molesta el comedor, pero así quedaría independiente. Con un sótano y una planta nos bastaría, y es que las instalaciones actuales se nos han quedado pequeñas; ni siquiera tenemos un lugar para recibir a la gente”, reconoce la religiosa.

A pesar de las dificultades para encontrar financiación, nadie ha tenido siquiera la tentación de abandonar y no seguir con esta actividad caritativa. Y eso, a pesar de que las subvenciones se han recortado bastante, justo en un momento en que aumentan las necesidades. Siguen adelante estas heroínas anónimas, a las que nadie reconoce y se valora más bien poco. Que sigan haciendo tanto bien como hacen es el deseo, ya no solo de las familias que allí acuden, sino de todo el municipio. Así lo dicen sus vecinos. Felicidades y que cumplan muchos más.Comedor benéfico Hijas de la Caridad Marin Pontevedra

Sor Josefa, “el alma del comedor”

Cuando se le pregunta a sor Manuela qué significó sor Josefa para el comedor, no duda y dice: “Todo”. Y es que esta religiosa fue, hasta que falleció el pasado mes de marzo, la cara visible y el motor que movía esta obra. Incansable. Diferente. Y lo era hasta para regañar a los niños: “Recuerdo, en la época en la que venían los niños, que uno de ellos había hecho alguna fechoría. En vez de reprenderle allí mismo, con los demás, lo tomó aparte y le dijo lo que había hecho mal”.

Lo que más practicó fue “la cercanía al pobre”. “Era carismática y tenía un gran espíritu de fe. Cuando todas dudábamos de alguna situación, ella tomaba la palabra y nos callaba. Era buenísima”, añade sor Manuela. Además, y era un factor importante, conocía a mucha gente y conseguía mucha financiación. “Era el alma del comedor y su influencia todavía la noto en mí misma, cuando me digo: más cercanía, más cercanía, más espíritu de fe…”.

Ella fue la artífice de la tranquilidad, amabilidad y respeto que se vive cada día en uno de los pocos lugares donde los pobres no sirven, sino que son servidos. Tanto sor Josefa como todas las voluntarias y religiosas que colaboran hoy en este y tantos comedores son imagen de un mundo más fraterno, más humano, más feliz. Un mundo donde el pobre es el primero; donde todos tenemos derechos.

En el nº 2.776 de Vida Nueva.

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