Un “pequeño Hermitage” en el corazón del Prado

El mes de María Gauguin Hermitage en el Prado

Casi 180 joyas pictóricas y arqueológicas procedentes del museo ruso, hasta el 25 de marzo en Madrid

Lamentación Veronés Hermitage en el Prado

'La Lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto', El Veronés

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | A la orilla del río Neva, en San Petersburgo, el Museo del Hermitage es también morada de Dios. En su infinita colección con más de tres millones de piezas, expone testimonios del Egipto de los faraones, las culturas siberianas de Eurasia y el mundo grecorromano, junto a grandes obras maestras de la pintura renacentista, la escultura neoclásica o las vanguardias del siglo XX. “El Hermitage muestra la esencia del mundo”, le gusta decir a Mikhail Piotrovsky, su actual director. [Siga aquí si no es suscriptor]

En ella, evidentemente, la belleza de Dios protagoniza buena parte de su fabulosa colección de escultura y pintura italiana, española, flamenca, alemana y francesa de los siglos XIII al XIX.

Las madonnasde Leonardo, la Sagrada Familia de Rafael, los Tizianos de la Pasión, los recién nacidos de Lucas Cranach, los Rubens bíblicos, los apostolados del Greco, las estampas evangélicas de Poussin…

San Sebastián Ribera Hermitage en el Prado

'San Sebastián curado por las santas mujeres', José de Ribera

Un soplo de esa majestuosidad llega a Madrid entre las 180 piezas de “El Hermitage en el Prado”, que hasta el 25 de marzo ofrecerá una poderosa síntesis del papel del museo ruso como “guardián de la cultura y la memoria histórica”, según su propio director.

En esa selección de piezas de arqueología, artes decorativas, escultura y pintura que da vida al “pequeño Hermitage” en Madrid –y que comprende más de 2.500 años de historia del arte, desde el oro de los nómadas de la estepa (IV a.C.) a la abstracción europea del siglo XX–, está presente la inspiración divina: una notable representación de una veintena de lienzos y tallas firmadas por Durero, Tiziano, el Veronés, Ribera, Rembrandt, el Greco, Poussin, Bernini o Antonio Canova.

Es una parte, reducida, de la interesantísima colección que uno de los grandes museos enciclopédicos del mundo –junto al Metropolitan de Nueva York y el British Museum– ha traído a Madrid, en correspondencia con la exposición de 90 obras maestras del Prado en el Hermitage a principios de año, clausurada con 630.000 visitantes en tres meses –récord en el museo ruso–, como punto del Año Dual España-Rusia 2011.

Piotrovsky, director del Hermitage y comisario de la exposición, no se ha conformado con mostrar en el Prado ejemplos de las célebres colecciones de pintura impresionista y post-impresionista del museo ruso, con Monet, Cézanne, Renoir, Gauguin y Matisse, entre otros. Ni con atreverse a colgar en la pinacoteca madrileña la Mujer sentada y la Bebedora de absenta, ambas de Picasso, o dos obras cumbres de la vanguardia abstracta rusa: la Composición VI de Kandinsky y el misterioso Cuadrado negro de Malevich.

Junto a ello, ha trasladado a Madrid joyas de la pintura renacentista religiosa, como el Descanso en la huida a Egipto con Santa Justina (1529-1530). de L. Lotto; el magnífico San Sebastián (1576) de Tiziano; la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto, del Veronés (1576–1580); o Las santas mujeres ante la tumba de Cristo resucitado (1598), del ya manierista A. Carracci.

Del Barroco español –punta de lanza de casi las 200 obras de pintura española de los siglos XVI-XIX en San Petersburgo–, presenta uno de los San Pedro y San Pablo (1592) del Greco y el formidable San Sebastián curado por las santas mujeres (1628), de J. de Ribera.

Descanso en la huida a Egipto Lotto Hermitage en el Prado

'Descanso en la huida a Egipto con Santa Justina', Lorenzo Lotto

Arte bíblico

Presentes están también esos notables ejemplos del “arte sacro” interpretados por los clasicistas franceses: el Descanso en la huida de Egipto (1657), de Poussin, y el conocidísimo lienzo de Philippe de Champaigne, Moisés con las Tablas de la Ley (1648). Y de Rembrandt, gran protagonista de la colección pictórica del museo de los zares gracias al afán coleccionista de Pedro I El Grande (1672-1725) –aunque fue Catalina II la verdadera creadora del museo–, ofrece un bíblico Hamán reconoce su suerte (Hamán recibe la orden de honrar a Mardoqueo), de 1660-1665.

No es El regreso del hijo pródigo –que se ha quedado en San Petersburgo–, pero cierra un “fabuloso compendio de las principales ideas cristianas con sus paradojas, desde la Trinidad hasta el amor hacia el pecador”, al decir del director del museo ruso.

La presencia sacra se extiende a un carboncillo de DureroLa Virgen con el niño (1514)– y, entre las esculturas, al boceto en terracota de Bernini para el Éxtasis de Santa Teresa (1647) y a una de las obras maestras en mármol de Canova, la Magdalena penitente (1808-1809).

La presencia pictórica del Renacimiento al Neoclasicismo se alterna con ejemplos profanos, también obras maestras indudables, como un gran Velázquez de etapa sevillana que se “devuelve” a España: El almuerzo (1617). En torno a él, en un indudable diálogo con la colección permanente del Prado, retratos, paisajes, bodegones de Rubens, Van Dyck, Rembrandt, Frans Hals, Paulus Potter, Willem Kalf o Claudio de Lorena. Destaca uno de los tesoros del Hermitage, el Tañedor de laúd (1598), de Caravaggio.

Si la pintura, la escultura y el dibujo –incluido los s. XIX y XX– encajan perfectamente en el museo madrileño por su propia personalidad como pinacoteca, el contraste (y, en cierto modo, la rareza) son las impresionantes secciones “El oro de los nómadas de Eurasia” y “El oro de los griegos”. El milenario tesoro siberiano procede de la colección de Pedro I El Grande y contienen broches de cinturón, brazaletes en espiral, vasijas, adornos, peines y jarrones con figuras zoomórficas y escenas de guerra, básicamente de yacimientos escitas entre Ucrania y el sur de Rusia. Entre ellas, piezas excepcionalmente singulares como Peine con escena de batalla (s. IV a.C.).

“Pedro I reunió objetos de todo el mundo, y a él le debemos algunas de las obras más admirables del Hermitage. Muchas de las colecciones de arte musulmán, del Lejano Oriente, medieval o europeo, vienen de los tiempos de ese zar”, explica Piotrovsky.

El mes de María Gauguin Hermitage en el Prado

'El mes de María', Gauguin

Orfebrería mundial

Lo mismo ocurre con las joyas griegas (s. IV-II a. C.). Anillos, pendientes, colgantes, alfileres, diademas de oro y motivos mitológicos, hallados en los túmulos de Kul-Oba (Crimea oriental) y Artiujov (península de Tamán, entre el Mar de Azov y el Mar Negro). Es lo más llamativo de la muestra, que se completa con un capítulo más reciente (s. XVI-XIX) de “Orfebrería de Oriente y Occidente”, con joyas de China, India, Irán o Uzbekistán, además de Europa y la propia Rusia, con piezas fulgurantes, como el Ramo de acianos con espigas de avena en un jarrón (1900), creado por Fabergé en oro, plata, brillantes, esmalte y cristal de roca.

Al margen de la espectacularidad de su colección, el museo ruso es, en sí mismo, un monumento único. Por ello, la exposición se completa con breves secciones sobre “Los zares fundadores”, “San Petersburgo y el Hermitage” y “El Hermitage, escenario de la corte”. La Hermitage (“ermita” o “lugar apartado”), según la moda palaciega del s. XVIII, remite al pequeño pabellón privado donde Catalina la Grande exponía sus tesoros de coleccionista; hoy ocupa por completo el Palacio de Invierno de los zares.

Por ello se exponen también en Madrid los retratos de Pedro I, Catalina II y Nicolás I, además de la serie de lienzos arquitectónicos y paisajísticos con el propio palacio como protagonista.

En el nº 2.776 de Vida Nueva.

Compartir