“La Iglesia también puede ser el Pueblo de Dios reunido bajo un árbol”, dice el arzobispo de Puerto Príncipe
M. Á. MALAVIA | Las consecuencias del terremoto, como el resto de la población, las sufrieron numerosos religiosos, sacerdotes y laicos comprometidos, muertos bajo los escombros de iglesias, hospitales y escuelas. También falleció el arzobispo de Puerto Príncipe, Serge Miot. Tras un año de espera, la Santa Sede nombró a su sucesor: Guire Poulard.
Vida Nueva, junto al resto de medios que acompañaron a la delegación de Manos Unidas en Haití, pudo compartir un rato de conversación con él en la estancia que funciona a modo de provisional sede episcopal. Allí se congratuló de que, “pese a lo duro de la experiencia, también es bonita, pues se ve que la Iglesia no son edificios, sino que también puede ser el Pueblo de Dios reunido bajo un árbol, mirando al cielo”.
Cuestionado por el avance del protestantismo tras el seísmo, diferencia entre las Iglesias tradicionales, como la metodista o la episcopal, con las que la relación es muy buena y se ha estrechado la colaboración en los últimos meses, y “las sectas, muchas de ellas norteamericanas, que han venido aquí aprovechando sus muchos recursos económicos. Mientras que la Iglesia, discreta y servicial, ayuda a todos sin distinción, ellos solo atienden a los que ingresan en sus comunidades. Los fieles han de atravesar la tentación y mantenerse fieles a su fe y a su Iglesia”.
Esta tarea también les corresponde a los sacerdotes, aunque no lo tienen fácil: “Contamos con 800 curas, por los 17.000 pastores de estas comunidades tras el terremoto”. Sin embargo, Poulard está seguro de que, huyendo del “triunfalismo y la propaganda” y centrándose “en las necesidades materiales y espirituales” de la población, esta sabrá valorar las diferentes actitudes.
“El pueblo haitiano
ha demostrado históricamente
que, en las grandes dificultades,
es capaz de emerger”.
En cuanto a la gestión de las ayudas, el arzobispo pide “una mayor coordinación” entre las instituciones presentes en el país, incluidas las religiosas, que “a veces han actuado por su propia cuenta, dificultando así el desarrollo de los proyectos”.
De cara al futuro, se muestra confiado. No tanto por los gobernantes, a los que no ve “suficientemente preparados”, pero sí por la gente: “El pueblo haitiano ha demostrado históricamente que, en las grandes dificultades, es capaz de emerger. Si estuviéramos bien organizados, en 10 años saldríamos adelante. La Iglesia estará a su lado, ejerciendo una labor de concienciación, también con las personas más formadas que emigran fuera”.
Y es que, en Haití, otro gran lastre es el de la llamada fuga de talentos: médicos, enfermeras o profesores que, por miedo y ante una oportunidad de cobrar más, acaban recalando en los Estados Unidos y Canadá. De ahí que Poulard también pida a la Iglesia que encabece la apuesta por la educación, “una de las grandes necesidades del país”.
En el nº 2.775 de Vida Nueva.
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