M. Á. MALAVIA | La crisis de Haití nace mucho antes del terremoto. En el siglo XV, con la colonización del Nuevo Mundo por España, su población fue arrastrada desde África como mano de obra esclava. Hasta 1804, cuando fue la primera nación latinoamericana en independizarse (de Francia, que había adquirido la parte oriental de la isla La Española). Aun así, el trauma de la esclavitud sigue ejerciendo de efecto paralizador.
Hérold Toussant, sacerdote, teólogo, psicólogo y sociólogo haitiano, lo explica así: “Necesitamos una terapia, a nivel nacional, que nos enseñe que es posible convivir juntos”. Para ello, se deberían superar las tensiones tribales, el recuerdo de la brutal guerra contra Francia, el sempiterno enfrentamiento con los dominicanos, sus vecinos de isla, y el poso de regímenes autoritarios recientes, como el de los Duvalier (padre e hijo) o el exsacerdote salesiano Aristide, quien, después de ser el primer presidente democráticamente elegido, en 1991, tras varios mandatos intermitentes, acabó en un claro fracaso.
Esta inestabilidad, para Toussant, “solo puede ser combatida con una cultura de la tolerancia y del respeto a la ley, promovida desde la escuela, que enseñe a asumir responsabilidades y libertad, así como a huir de nuestro fatalismo”. Una tarea, esta, que habría de comenzar “en las élites políticas, económicas… y religiosas”.
El embajador de España en Haití, Manuel Hernández, cree que el principal problema es la la falta de un Gobierno sólido. Y es que, pese a la victoria de Michel Martelly en las presidenciales de marzo, por su debilidad parlamentaria y por los constantes vetos de la oposición, hasta este 18 de octubre no ha podido formar un gabinete. Algo que ha tenido “paralizado” al país en un momento decisivo en que se necesitaba “una gestión eficaz”.
Un militar español –en Haití hay 14 guardias civiles y 13 policías, integrados en los cascos azules de la ONU, conocidos como la Minustah–, explica a Vida Nueva que, aunque se aprecia un descenso de la violencia y una mayor limpieza de las calles, “hasta el punto de estar mejor que antes del terremoto”, la inestabilidad “es aprovechada por narcos colombianos para tomar Haití como puente de la droga que se envía hasta España”. Su función, además de la vigilancia, “consiste en formar a la policía local sobre los derechos de los detenidos”. Pese a las marchas en contra de la Minustah, constata que “son campañas promovidas por intereses políticos nacionalistas, pero somos muy apreciados por la población”.
Jimena Francos, responsable de Proyectos de Manos Unidas en Haití, apunta el grave problema causado “por la excesiva centralización”, dependiendo casi todo el país de Puerto Príncipe, devastado por el terremoto. Un ejemplo significativo es que, “en todo el territorio, solo hay una oficina, en la capital, para cuestiones de documentación. Esto, unido a las deficientes infraestructuras –apenas hay carreteras–, dificulta mucho la vida en el resto de Haití”.
Françoise Simon, director de Cáritas en Jacmel–al este del país, donde sus habitantes se están trasladando a la montaña para evitar los ciclones–, denuncia la falta de inversión estatal en escuelas y centros de salud para el mundo rural: “El 77% de las escuelas son privadas, con precios imposibles de asumir por la gente”.
Jean Baptiste Chenet, director ejecutivo de ITECA, una ONG nacida en 1979 en el seno de la Iglesia para el desarrollo agrario, lamenta la amplia deforestación: “Francia arrasó con nuestras materias primas. La madera haitiana era de mucha calidad. Hoy, todo Burdeos está construido con madera nuestra, pero aquí no hay nada…”. Un claro ejemplo de la profundidad de las problemáticas que arrastra el país, pero también de sus motivos para la esperanza. Y es que ITECA, con el apoyo de Manos Unidas a este y otros proyectos, lleva décadas repoblando, con la implicación de los campesinos, toda la región montañosa de Gressier.
En el nº 2.775 de Vida Nueva.
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