“Temer a la muerte conduce a tenerle miedo a la vida”

Ana Cristina Herreros, filóloga y editora, publica ‘Cuentos populares de la Madre Muerte’ (Siruela)

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | La pasión de la filóloga Ana Cristina Herreros (León, 1964) por el cuento no solo la ha convertido en una de las narradoras orales más cautivadoras que, con el sobrenombre de Ana Griott, lleva recorriendo teatros, bibliotecas, escuelas o cárceles desde 1992. También la ha llevado ha sumergirse en la herencia de los cuentos populares y la tradición oral. Editora y especialista en literatura infantil y juvenil publica ahora (Cuentos populares de la Madre Muerte, Siruela) su propia versión de cuentos extraídos de las tradiciones española, japonesa, cubana, árabe, china, india e, incluso bosquimana e inuit, en torno a la muerte, tan poco de moda. [Siga aquí si no es suscriptor]

“He buscado versiones tradicionales de estos relatos y, a partir de ahí, he escrito mis propias versiones, aunque siempre intentando mantenerme fiel a lo leído o escuchado. Pero, obviamente, tienen mi voz, mi corazón, mis ojos y mi piel, porque esto es contar un cuento en definitiva”, afirma.

Son 44 cuentos sin edad, para todos los públicos, incluso infantil, a los que le ha llevado su ansia de rescatar lo que se pierde: “Me gusta escribir sobre aquello a lo que esta sociedad le da la espalda. Y la muerte ha dejado de celebrarse porque comenzó a ser eso que había que ocultar, eso que no debía ni mencionarse. Y en este afán por que no se viera, la gente ha olvidado su íntima relación con la vida. Es como con la vejez, que ha dejado de ser esa edad de la dignidad, esa edad a la que se ha llegado después de tanta vida, de tanta sabiduría, y ha pasado a entenderse como una enfermedad mortal que hay que escondercon cirugías o apartarla de nuestra vida”.

'Cuentos populares de la Madre Muerte', Ana Cristina Herreros (Siruela)

Presencia universal

– Su libro es una verdadera vuelta al mundo por los cuentos de la muerte. ¿Ha sido complejo indagar en fuentes tan diversas?

– He partido del repertorio de folcloristas de la Biblioteca Nacional. Y, por otra parte, gracias a mi oficio de narradora, también escuchando. Cuando tú vas contando por ahí, viene mucha gente a contarte aquellos cuentos de su infancia. En nuestra tradición oral hay una fuerte presencia de la muerte y, básicamente, lo que tienen en común es la presencia de la muerte como alguien próximo, cercano, que, como una madre, te acompaña. En cierto modo, esto no es original. Está presente en los cuentos sobre la muerte en todo el mundo. Por eso quería que en este libro estuvieran presentes narraciones de los cinco continentes. Era un modo de recordar que no somos tan diferentes.

– Y, llama la atención, también, que es un recorrido por todos los tiempos…

– Estos cuentos populares hunden sus raíces en tiempos muy antiguos, en los confines de la historia, tiempos en los que, según los antropólogos, las sociedades adoraban a una diosa de la muerte y de la vida, que era la tierra de la que se nacía y a la que se volvía después de muerto. Hablamos del neolítico y del paleolítico. Estos cuentos hunden sus raíces en esos tiempos ancestrales y, por ello, nos muestran la muerte no como contraria a la vida, sino como su culminación. Con el cristianismo, es la Virgen María quien cumple ese papel, quien da vida y simboliza el duelo ante la muerte.

– Pero le hemos vuelto la cara también a los velatorios, al duelo en general, ¿no?

– Sí, porque en la negación de la muerte hay, sin duda, un componente surgido de la sociedad capitalista, del individualismo, del consumo rápido. Y, claro, la muerte no es eso. La muerte es algo lleno de vida. Por eso surge la necesidad de no mirar a la muerte. De ahí que no se contemplen los duelos y que la tristeza o la melancolía sean tratadas como enfermedades. Sin embargo, el dolor ante el duelo es algo sanísimo, algo necesario de vivir, porque cuando uno no los atraviesa, se acumulan. Un duelo que, además, hasta hace pocos años, eran un acto comunitario, colectivo, de “te acompaño en el sentimiento”. Y en esta sociedad individualista, este dolor colectivo, sin embargo, está mal visto.

– ¿Pero no tiene que ver también con la evasión de aquello que se asocia a lo católico?

– De alguna manera, esta falta de fe en la muerte trascendente tiene que ver también con la pérdida de presencia de lo cristiano. Es curioso ver cómo en las grandes religiones, incluido el catolicismo, la muerte es, ante todo, fuente de vida, rasgo que comparte con las civilizaciones, sobre todo, neolíticas. Yo lo viví con mi madre. En las sociedades católicas y rurales, la vida aún era hasta hace no mucho un tránsito para la muerte, de preparación a la muerte. Hay muchos ritos en nuestras tradiciones cristianas asociados a la muerte, como los amortajados de algunas procesiones del Corpus. Y no hace falta nombrar la notable presencia de la “Santa Muerte” en México.

“La idea de la resurrección está incluida
en muchos cuentos ancestrales,
el concepto de esta muerte que no es el fin,
sino el comienzo de otra cosa”.

– ¿Ahora la muerte es, básicamente, miedo?

– Todas las religiones monoteístas se han aprovechado del miedo a la muerte, de aquellos que se han acercado a la fe porque no quieren morir. No es nuevo. Pero, paralelamente, el catolicismo, por ejemplo, ofrece una visión más esperanzadora de la muerte, que no tiene que ver con esto, sino con que tú eres, digamos, fuente de otra vida que nace de ti. La idea de la resurrección, que está incluida en muchos cuentos ancestrales, el concepto de esta muerte que no es el fin, sino el comienzo de otra cosa, la comparten el cristianismo y muchos de estos cuentos. Esa “otra cosa” es el Paraíso de los católicos o ese concepto de “más vida” inherente a sociedades ancestrales.

– También sucede con el recuerdo a los difuntos…

– Sí. Es algo que está muy presente en el libro y también en la Iglesia católica. El recordar a la gente que se ha ido es algo maravilloso que nos sirve, también, para vivir mejor. Además, como sucedía antes con el Día de los Difuntos, era un modo de socializar el dolor, de convivencia familiar, de compartir, incluso, una gastronomía característica en honor de los que se fueron. Sin embargo, está siendo sustituido por esa moda espantosa y totalmente importada de Halloween. Una cosa es esa tradición de las luminarias dentro de las calabazas, que es algo que ya existía en muchas zonas rurales, incluso en España, para recordar a los muertos o para que el difunto sepa volver. Y otra muy distinta es este carnaval macabro inspirado en las películas de miedo del cine norteamericano.

Duelo escondido

– Sin embargo, le escondemos la muerte a los niños. ¿Debemos contarles estos cuentos?

– Yo les suelo contar a los niños algún cuento de los que están en mi libro, por ejemplo, La muerte del señor Pulga, de origen marroquí, y les encanta. Los más pequeños lo viven de algún modo ajenos al dolor, y los más mayores, como la participación en algo secreto, en algo que se les escatima. Hay otro, como El cuento de la muerte madrina, cuyo origen se encuentra en las danzas de la muerte medievales, que es donde nace el teatro contemporáneo, que les gusta a los más mayores y les enseña que la muerte nos iguala y llega a todos. Es algo que también está presente en numerosos cuentos.

– Otra característica que comparten estas narraciones es que “nos ayudan a vivir”. ¿Cómo?

– Creo sinceramente que temer a la muerte conduce a tenerle miedo a la vida. De hecho, los niños a los que se les niega el duelo de la madre, según el testimonio de algunos psiquiatras, tienen aversión a los cumpleaños. Es decir, si no celebran la muerte, tampoco quieren celebrar la vida. Hay cuentos en los que, sin duda, este es el tema fundamental. No solo nos enseñan a confiar; también nos cuentan que quien se pone en camino para superar las dificultades sin miedo a la vida, sin miedo a la muerte, acaba siendo rey, es decir, soberano de su propia vida.

jcrodríguez@vidanueva.es

En el nº 2.775 de Vida Nueva.

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