ANTONIO PELAYO. MADRID | No se merecía menos Sor María Catalina Irigoyen que estrenar como escenario de su beatificación, el sábado 29 de octubre, la catedral de la Almudena de Madrid. La nave central estaba prácticamente ocupada por sus hermanas, las Siervas de María Ministras de los Enfermos, que en gran número se habían desplazado a la capital española desde los más remotos puntos de la tierra para participar en la fiesta.
Presidió la Eucaristía el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, a quien acompañaban en el altar el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela; el nuncio apostólico en España, Renzo Frattini; y casi una veintena de arzobispos y obispos españoles y latinoamericanos (de Colombia y Bolivia), así como un buen número de sacerdotes.
Muy escasa, sin embargo, la presencia de las autoridades madrileñas (la presidenta, Esperanza Aguirre, y el alcalde, Alberto Ruiz- Gallardón, ni se hicieron representar, ¿por razones electorales?). Lo mismo se diga de las nacionales.
La nueva beata es el prototipo de las mujeres que desde mitad del siglo XIX hasta hoy han decidido seguir el carisma de Soledad Torres Acosta: ministerio silencioso, casi oculto, pero alegre y sin medida en la entrega a “sus” enfermos.
En el nº 2.775 de Vida Nueva.