Una relectura actual y necesaria de ‘Mater et Magistra’

La encíclica social de Juan XXIII sigue de plena actualidad, 50 años después

ILDEFONSO CAMACHO, SJ, Facultad de Teología de Granada | No faltarán lectores para quienes este aniversario estaría pasando desapercibido. Nunca destacó la encíclica Mater et Magistra (en adelante, MM) por la atención que se le prestara. Concretamente, su publicación en 1961 coincidió con la preparación del Concilio (faltaba un año largo para que se inaugurara), y este era un acontecimiento mucho más atractivo…

En ese contexto de preparación del Vaticano II, la Doctrina Social de la Iglesia comenzaba a ser considerada por algunos como producto de una época que estaba concluyendo.

Llegará luego la encíclica sobre la paz (Pacem in terris), ya en pleno Concilio (abril de 1963) y en vísperas de la muerte de Juan XXIII: estas circunstancias externas, así como su propio contenido (de hecho, abrirá nuevos horizontes a la Doctrina Social), explican el eco inusitado que encontró, incomparablemente superior al que despertara MM.

Y, sin embargo, una lectura reposada hoy de MM, no solo (re)descubre valores que entonces no fueron destacados, sino que hace caer en la cuenta del interés de sus enfoques para los problemas de hoy.

Adelanto nuestras conclusiones de una relectura actual de MM. El texto que sigue justificará esta a modo de tesis inicial. Más allá de sus contenidos doctrinales –en los que hay que detenerse, como haremos en seguida–, llaman la atención en MM dos aspectos: la conciencia de estar atravesando un momento de transición (lo que incide, aunque no siempre de modo explícito, sobre la forma de entender la Doctrina Social de la Iglesia), y el hecho de que esta transición se vive con optimismo y esperanza (lo que contrasta con el momento social y eclesial del presente).

No está de más recordar ‘Mater et Magistra’

MM nace con el objetivo preciso de conmemorar el 70º aniversario de la publicación de la primera gran encíclica social, Rerum novarum (1891). Pero nace también desde la convicción de que la doctrina entonces expuesta, sin haber perdido su validez, necesita ser actualizada. Hay una conciencia, continuamente manifestada en MM, de que los tiempos han cambiado: no es posible contentarse con repetir lo que dijera León XIII a finales del siglo XIX.

El lugar de la Iglesia en uno y otro momento tampoco es el mismo:

  • En 1891, la Iglesia está en abierta confrontación con el mundo moderno y con su representante más civilizado, el pensamiento liberal; en la mentalidad moderna se ve el origen de todos los males del tiempo (Reforma, liberalismo, Revolución, socialismo, anarquía), sin que se vislumbren vías concretas de acercamiento; y ello, a pesar de algunos intentos aislados de dentro y fuera de la Iglesia, y a pesar también de la actitud más abierta de León XIII.
  • En 1961, emerge la figura de Juan XXIII como símbolo de un nuevo talante. Pero el símbolo es más que eso, es también la promesa de un Concilio ecuménico –ya anunciado– sobre el que se proyectan todas las esperanzas contenidas y frustradas durante más de un siglo dentro y también fuera de la Iglesia. Tanta esperanza no ha dado aún frutos perceptibles, pero por ello mismo es más capaz de dar cobijo a las expectativas más diversas de que es posible el entendimiento entre este mundo y la fe cristiana.

Una estructura clara y sencilla

Veamos un esquema de las cuatro partes en que está dividida la encíclica. Nada suple a la lectura directa de los textos. Pero como visión panorámica nos ayuda a ver que estamos ante una estructura muy sencilla:

  • En la primera parte se vuelve la mirada al pasado, para recordar una tradición que se ha abierto con Rerum novarum, pero que ha tenido otros dos momentos estelares, protagonizados por Pío XI (en 1931, cuando todavía se percibían los ecos de la I Guerra Mundial y de la grave crisis económica de 1929) y por Pío XII (después ya de la II Guerra Mundial y en los albores de la etapa de bonanza que siguió). Recordar la tradición es una preocupación muy insistente en el magisterio oficial de la Iglesia, pero un mundo en cambio no puede contentarse con mirar al pasado.
  • La segunda parte abordará sistemáticamente cuestiones doctrinales de relieve. Es muy interesante el orden en que se tratan: desde el modelo socioeconómico (clara apuesta por uno mixto) y el marco de la socialización, se coloca luego, en primer lugar, el trabajo y, en segundo término, la propiedad (que ha perdido así aquel primer plano que le concediera la Rerum novarum).
  • La tercera parte selecciona y enumera cuestiones nuevas, partiendo de una constatación muy relevante: hoy ya los problemas sociales no podemos reducirlos a los del mundo industrial (como habían hecho los documentos anteriores). En la selección realizada hay un rasgo muy dominante: las desigualdades se multiplican en diferentes niveles. Destaca la atención que se presta a la agricultura, sector muy marginado; pero destaca más la denuncia de las desigualdades entre países ricos y pobres, una cuestión que se convertirá en tema fuerte de la Doctrina Social a partir ya del Vaticano II.
  • La cuarta parte quiere exponer lo que la Iglesia podría aportar a una convivencia en la verdad, la justicia y el amor. La aportación doctrinal es importante, desde el principio de la sagrada dignidad de la persona humana; a la necesidad de un orden moral objetivo que supere las desconfianzas entre los pueblos, responde la Iglesia con la convicción de que solo Dios puede ser el fundamento de ese orden. Pero la doctrina debe complementarse con la acción social: las recomendaciones de este pasaje adelantan ya problemas que se agudizarán después, tales como las diferencias entre los católicos y la colaboración de estos con los que no lo son.

Pliego íntegro, en el nº 2.772 de Vida Nueva.

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