Editorial

El desafío evangelizador de la Universidad

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EDITORIAL VIDA NUEVA | El llamamiento se remonta a la invitación de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. Fue uno de los pilares del Vaticano II: “La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos” (GS, 1).

Pablo VI quiso subrayar qué significa para la Iglesia evangelizar: “Llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (EN, 18). Más tarde, Juan Pablo II recogió su testigo, consciente de que el momento actual supone “un formidable desafío a la nueva evangelización” (VS, 106), esa que debe ser “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”.

Y ahora, Benedicto XVI, el mismo papa que en 2010 instituyó un Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y que ha convocado para octubre de 2012 un Sínodo sobre La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, se suma a la que desde siempre ha sido una de las preocupaciones de la Iglesia: “Redescubrir, cada vez más, la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo” (Lineamenta, nº 13).

Nunca es tarde para
que fe y cultura sumen esfuerzos
en la noble tarea
de ayudar a crecer en humanidad.

Se trata, pues, de que “la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social”, como recuerdan las orientaciones para la próxima Asamblea sinodal. Y, entre esos contextos donde puede y debe hacerse presente el testimonio cristiano, está la Universidad, una institución muy relacionada desdes sus orígenes con la Iglesia. Por eso, en el inicio del nuevo curso, Vida Nueva se acerca al papel que está llamada a jugar la comunidad cristiana universitaria al servicio de la Nueva Evangelización.

Hay sobradas muestras de lo fecundo que ha resultado el encuentro entre fe y cultura a lo largo de la historia. También de sus desencuentros. Pero nunca es tarde para que una y otra sumen esfuerzos en la noble tarea de ayudar a crecer en humanidad. ¡Cuántos planes de estudio serían mejores cauces evangelizadores que muchas homilías, si atendieran a la auténtica formación integral de la persona! Por no hablar de esos profesores cuyo compromiso por mantener despierta entre sus alumnos la sensibilidad por la verdad les convierte también en misioneros.

No basta con fundar universidades aquí y allá. Mejor sería aprovechar las que ya tenemos para proponer el Evangelio como alternativa al pensamiento único. Sin recelos ni falsas competencias, porque la docencia y la investigación no solo precisan recursos, sino caridad intelectual.

De todo ello dan cuenta las capellanías y los colegios mayores, dos plataformas evangelizadoras que vienen alentando desde hace siglos los empeños pastorales de la Iglesia por acercarse a los jóvenes y caminar con ellos. Y es que –como bien ha recordado el profesor Ratzinger– “del conocimiento enriquecido con la aportación de la fe, depende la capacidad de una sociedad para saber mirar al futuro con esperanza”.

En el nº 2.771 de Vida Nueva.

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