El Papa insiste en que nada puede justificar jamás los actos de terrorismo

Benedicto XVI recuerda a las víctimas del 11-S y lamenta que se trate de legitimar la violencia en nombre de Dios

 

 

Hoy nuestro pensamiento va también al 11 de septiembre de hace diez años. Al recordar al Señor de la Vida las víctimas de los atentados realizados aquel día, y a sus familiares, invito a los responsables de las naciones y a los hombres de buena voluntad a rechazar siempre la violencia como solución de los problemas, a resistir a la tentación del odio y a actuar en la sociedad inspirándose en los principios de solidaridad, justicia y paz”.

Estas palabras las pronunció Benedicto XVI antes de rezar el Angelus en la ciudad costera de Ancona, ante una multitud de cien mil personas congregadas para asistir a la misa de clausura del XXV Congreso Eucarístico Nacional, del que informaremos más ampliamente en esta crónica.
No ha sido esta la única referencia del Papa al 10º aniversario del brutal ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, que causó unas 3.000 muertes inocentes, al edificio del Pentágono en Washington y al avión que los terroristas hicieron explotar en Pennsylvania. En una carta dirigida al arzobispo de la ciudad de los rascacielos y presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, monseñor Timothy M. Dolan, el Pontífice asegura: “La tragedia de aquel día se ha hecho aún más grave por la reivindicación de sus autores de que actuaban en nombre de Dios”.
“Una vez más –prosigue la carta– es necesario afirmar sin equívocos que ninguna circunstancia puede justificar jamás los actos de terrorismo. Toda vida humana es preciosa a los ojos de Dios y no habría que escatimar ningún esfuerzo en el intento de promover en el mundo un respeto auténtico a los derechos inalienables y a la dignidad de los individuos y de los pueblos de todas las partes”.
En otro párrafo de su misiva, Joseph Ratzinger elogia al pueblo norteamericano “por la valentía y la generosidad que ha demostrado en las operaciones de socorro y por su tenacidad en seguir adelante con esperanza y confianza. Rezo con fervor para que un firme compromiso a favor de la justicia y de una cultura global de la solidaridad ayude a librar al mundo del rencor que con tanta frecuencia desencadena actos de violencia y cree las condiciones para una paz y prosperidad mayores, ofreciendo un futuro más luminoso y más seguro”.
Como se recordará, durante su visita a  Nueva York en abril de 2008, Benedicto XVI visitó la Zona Cero y presidió un impresionante acto de oración por las víctimas de un atentado que ha marcado la historia del mundo en los albores del siglo XXI.

Congreso Eucarístico

Del 4 al 11 de septiembre, la Iglesia italiana ha celebrado en Ancona su XXV Congreso Eucarístico Nacional bajo el lema Señor, ¿a quién iremos? Momento culminante del mismo ha sido la misa de clausura celebrada por Benedicto XVI en la explanada de los Astilleros de Fincantieri. El Papa llegó a la ciudad nacida a orillas del Adriático en helicóptero procedente de Castel Gandolfo. Le esperaba una inmensa multitud situada en torno al altar, que tenía como telón de fondo el azul del mar, y fue saludado por el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, quien en sus palabras destacó que “Italia atraviesa un delicado momento social y económico” (de hecho, los trabajadores de la empresa donde tenía lugar la misa llevaban varios meses en paro técnico).
En su homilía, Benedicto XVI recogió el guante que le ofrecían las palabras del cardenal presidente, pero fue a la raíz del problema que plantea la actual crisis económica: “Después de haber dado a Dios de lado o de haberlo tolerado como una opción privada que no debe interferir en la vida pública, algunas ideologías han intentado organizar la sociedad con la fuerza del poder y de la economía. La historia nos demuestra dramáticamente cómo el objetivo de asegurar a todos desarrollo, bienestar material y paz, prescindiendo de Dios y de su revelación, se ha transformado en dar al hombre piedras en vez de pan. El pan, queridos hermanos, es ‘fruto del trabajo del hombre’, y en esta verdad se encierra toda la responsabilidad confiada a nuestras manos y a nuestro ingenio; pero el pan es también, y sobre todo, ‘fruto de la tierra’ que recibe de lo alto sol y lluvia; es un don que hay que pedir, que nos quita toda soberbia y nos hace invocar con la confianza de los humildes: ‘Padre… danos hoy nuestro pan de cada día’”.
“El hombre –proseguía el Santo Padre– es incapaz de darse la vida por sí mismo; solo se le comprende partiendo de Dios: es la relación con Él la que da consistencia a nuestra humanidad y hace buena y justa nuestra vida. Es sobre todo la primacía de Dios lo que debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida, porque esta primacía nos permite reencontrar la verdad de lo que somos, y conociendo y siguiendo la voluntad de Dios, encontramos nuestro verdadero bien. Dar tiempo y espacio a Dios para que sea el centro vital de nuestra existencia”.
En otro momento de su homilía, Benedicto XVI se esforzó en iluminar la dimensión comunitaria de la Eucaristía. “Una espiritualidad eucarística –dijo– es el verdadero antídoto del individualismo y del egoísmo que con frecuencia caracterizan la vida cotidiana, lleva a redescubrir la gratuidad, la centralidad de las relaciones a partir de la familia, con una particular atención a curar las heridas de las familias disgregadas”. Al concluir, lo hizo con esta afirmación: “No hay nada auténticamente humano que no encuentre en la Eucaristía la forma adecuada para vivirlo en plenitud”.

Encuentro con matrimonios

Finalizada la misa, el Papa se dirigió al Centro Pastoral de Colle Ameno, donde compartió mesa y mantel con algunos obispos, con un grupo de obreros de Fincantieri y de Merloni, dos grandes empresas azotadas por la crisis, de pobres atendidos por Cáritas y de dos presos. Ratzinger quiso escuchar de sus bocas el relato de sus penalidades y esperanzas rotas. “La Iglesia –les dijo– está siempre cerca del mundo del trabajo. No lo olvidéis nunca”. “Nunca podré olvidar –dijo a la televisión italiana un delegado sindical– haber tenido al Papa tan cerca de mí y tan interesado por nuestros problemas”.
Antes de reemprender viaje de regreso a Roma, el Papa mantuvo un encuentro con sacerdotes y con matrimonios en la catedral de San Ciriaco y, por vez primera en la historia, con parejas de novios en la Plaza del Plebiscito de la ciudad de las Marcas. También a ellos les dirigió un discurso en el que no faltó la nota social: “En algunas cosas, el nuestro es un tiempo no fácil, sobre todo para vosotros, jóvenes. La mesa está llena de tantas cosas exquisitas, pero, como en el episodio evangélico de las Bodas de Caná, parece que ha llegado a faltar el vino de la fiesta. Sobre todo la dificultad de encontrar un trabajo estable tiende un velo de incertidumbre sobre el futuro. Esta condición contribuye a retrasar la toma de decisiones definitivas e incide de forma negativa en el crecimiento de la sociedad, que no es capaz de valorizar plenamente la riqueza de energías, de competencias y de creatividad de vuestra generación”.
Aunque no pueda hablarse de “milagro” en ningún sentido, al final de la jornada se hacía pública la noticia de que Fincantieri había recibido el encargo de fabricar dos nuevas naves y reintegraba en el trabajo a tres cuartas partes de los 600 obreros que estaban en casa integrazione (una modalidad de paro donde se recibe el 80% del salario).

Embajador británico

A poco menos de un año de su Visita Apostólica a Gran Bretaña, Benedicto XVI recibió el 9 de septiembre las cartas credenciales del nuevo embajador de Su Majestad británica, el diplomático Nigel Marcus Baker. Sustituye a Francis Campbell, que deja muy buen recuerdo. En su discurso, el Papa subrayó que, “cuando las políticas no se basan ni promueven valores objetivos, el consiguiente relativismo moral, en vez de conducir a una sociedad libre, equitativa, justa y compasiva, tiende a producir frustración, desesperación, egoísmo y desprecio a la vida y a la libertad de los otros”. VNC
Antonio Pelayo

Compartir