Misteriosa queja

Ninguna gracia le causó  a un decano de teología mi artículo referido a una nueva facultad de teología en Bogotá y que se publicó hace un mes en esta revista. Por tal motivo se dirigió quejoso a mi superior y entre otras cosas le dice -es la misteriosa queja- : “intento de un sacerdote para ganarse el favor de sus superiores con posturas de una adhesión radical a los mandatos de la Iglesia”.  Dos anotaciones al respecto. La primera, sin mucha importancia: me considero el sacerdote más torpe para ganarme el favor de mis superiores y por el contrario creo ser especialista en suscitar sus miradas ofuscadas. La segunda, esa sí importante: no me convence aquello de hablar de la adhesión a la Iglesia calificándola de radical, como si hubiera grados en ese aspecto. Es un punto interesante para pensar y reflexionar.

¿A qué pertenecemos las personas? A la familia, círculo importante, pero reducido. A la nación, espectro amplio y variopinto. A comunidades laborales o del saber, a vecindades e instituciones sociales. Algunos se atreven a pertenecer a partidos políticos. A la Iglesia, quizás la única comunidad realmente universal, no sujeta  a fronteras físicas ni a periodos determinados de tiempo y ni siquiera dependiente de tal o cual persona en particular. Se pertenece a ella por el vínculo más sólido que pueda darse en la vida, el vínculo espiritual. Y los vínculos se dan o no se dan. No hay punto intermedio entre estar vinculado interiormente a algo y no estarlo. No se es miembro parcial de la Iglesia o miembro completo. No se sostienen estas diferencias.
Sin embargo, el respetable decano deja, en su misteriosa queja, escapar una dualidad que ha golpeado mucho a la Iglesia y es la de una pertenencia a la misma no del todo convencida y no siempre tan amorosa como ella lo esperaría de todos sus miembros. Es más: a veces es doloroso constatar que se exhibe u oculta la pertenencia a la Iglesia según conveniencia. Esto ha traído enorme desencanto, en primer lugar a la misma Iglesia, que descubre muchos de sus hijos en una posición muy ambigua, en el fondo, muy cómoda y la Iglesia no es un spa en el cual la persona va a sentirse en zona de confort, sino de conversión. Y ha traído, sobre todo, una gran desorientación en personas y acaso ya multitudes que querrían ver en sus guías espirituales, ahí sí, una gran radicalidad en su vida eclesial, sin asomo de dudas o deslealtades.
Estamos en una época donde hay otro misterio, como el de la queja, y es el de la no claridad respecto a la identidad de muchas personas. Puede ser que algunos miembros de la Iglesia no tengan clara la identidad de cristianos, católicos, hijos de Dios, templos del Espíritu Santo. Cuando no hay identidad sobre el ser, menos la habrá sobre el hacer. Esta es una de las grandes carencias de multitud de creyentes. Reducen su identidad a cosas tan elementales como ir a misa, rezar el ángel de la guarda, recitar la novena de navidad y dar limosna, inclusive con monedas. Pero de ahí no pasan. Les falta, como dice el decano, una adhesión radical a la Iglesia, es decir, de raíz, que es de donde  procede la palabra radical, aunque se le de a veces connotación de extremismo.
El tema daría para abrir una discusión interesante sobre lo que significa pertenecer a la Iglesia, descartando de entrada que haya niveles en esta relación. Y discutiendo sobre la base de que la Iglesia ha sido querida por Jesús para hacerse visible entre los hombres y las mujeres de todos los tiempos. Aunque es cierto que los seres humanos somos demasiado variables y que por eso mismo los bautizados también a veces somos de amores y desamores con la madre Iglesia, ello no debería ser óbice para comprender que esta comunidad maravillosa, única, superior a cualquiera otra por lo que es y ofrece, la Iglesia, merece más nuestra entrega total y no una relación llena de desconfianzas y sospechas. Por momentos se vislumbra que el hombre y a la mujer de hoy, incluyendo bautizados, sienten una suerte de atracción-desatracción con respecto a una realidad, la Iglesia, que no se entrega fácilmente, que persevera en sus creencias y en su fidelidad a Dios y a Cristo, no obstante todas las apariencias en contrario. Pero la única forma de conocer cuánta grandeza, por la presencia de Dios, hay en la Iglesia es sumergiéndose a fondo en la piscina bautismal y no permaneciendo sentado al borde, apenas empapando los pies y sufriendo el rigor del clima exterior que a veces afecta incluso la forma de pensar. VNC

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