La crisis financiera como oportunidad

Lo que en las bolsas se vio como un desastre, desde la fe es una oportunidad

 

Seguía con interés apasionado los datos de CNN sobre la caída de las bolsas de Nueva York, Madrid, París, Tokio, y Beijing como si el ímpetu destructor de un tsunami hubiera llegado a esas capitales para destruirlo todo. La comparación tiene mucho de inexacto porque con los tsunamis la gente sabe que no hay nada que se pueda hacer y se llega a la percepción devastadora de una impotencia total y de la necesidad de un plan B: si uno sobrevive tendrá que empezar a partir de cero. En cambio la crisis de la economía no enfrenta a la gente a lo definitivo y deja margen para la esperanza: la bolsa puede recuperarse, las acciones pueden tener cambios, no hay que echarse a morir. Pero esa incertidumbre es tan agotadora o más que el golpe del tsunami; así que al lado de las cifras del desastre, las imágenes de televisión mostraban en todas partes los datos y reacciones de un desastre universal: como hipnotizados, los corredores de bolsa no podían desprenderse de las pantallas mientras tecleaban mecánicamente datos, o lanzaban, como boqueando agónicas, las órdenes de vender o comprar a través de sus celulares.

El problema

Tan absorto estaba en mis pensamientos que no había notado la presencia, a mi lado, de ese surtidor de preguntas que es mi nieto de nuevo años: ¿abuelo, qué pasó? me preguntó entre consternado y curioso.
Que a todos esos señores se les está yendo la plata de entre las manos, fue lo primero que se me ocurrió porque, ¿cómo informarle que al caer el índice Dow Jones en un 4.3% en la bolsa de Nueva York, o el 4% en Europa, o 3.5% en Tokio y 4.8% en China era tanto como decir que la industria y el comercio mundial habían perdido valor, que el trabajo de millones de personas estaba en peligro porque su valor habitual no era reconocido y que, de seguir las cosas así, habría más desempleo, más gente con hambre y sin servicios básicos y, detrás de la crisis económica, vendrían sus consecuencias: atraso, violencia, enfermedades sin atención y mucho sufrimiento.
En caso de que hubiera podido explicarle todo esto al pequeño, tendría que enfrentarme a la otra pregunta: ¿por qué está pasando eso, abuelo?
No están hechas para eso, pero hay preguntas que a uno lo hacen avergonzar.
La imagen de televisión no lo mostraba, o al menos no era fácilmente perceptible que los corredores de bolsa ordenaban nerviosos: vendan, vendan; que era una manera de obedecer al “¡sálvese quien pueda!”. Ante la caída de las acciones, lo primero era salir huyendo con lo que pudiera salvarse. Al actuar así, los fugitivos ponían su parte en el desastre y aceleraban la caída de las acciones y hacían más aguda la crisis. Era un espectáculo vergonzoso, de miedo descontrolado y dañino.

Las causas del desastre

Pero más vergonzosa era la causa de todo esto: unos partidos políticos que en su habitual querella, con tal de destruirse mutuamente, estaban precipitando al mundo a la crisis. En vez de afrontar juntos el problema de una deuda externa que había crecido hasta niveles inmanejables ( 14.3 billones de dólares) republicanos y demócratas, cada uno por su lado y según sus intereses, dejaron solo al presidente Obama y cuando acordaron una solución esta fue insuficiente y llegó tarde; además, necesitaban, como había ocurrido en el pasado, complementar la respuesta con un incremento de los impuestos y renunciar a costosas exenciones tributarias que deberían haber generado una necesaria expansión industrial y empresarial. Pero esperar de ellos esta doble contribución al bien común, fue demasiado.
Se trataba de un problema de todos en Estados Unidos y de las repercusiones en las economías del mundo, dado el inevitable influjo de la primera economía del planeta.
“Se pusieron a pelear en vez de arreglar el problema”, dijo el pequeño para demostrarme que había entendido lo que aparecía en el noticiero.
Buen conocedor del asunto, el ex ministro colombiano José Antonio Ocampo, hoy catedrático en la Universidad de Columbia, respondió a la revista Semana, que se habían juntado dos causas: 1.-La decisión del presidente Bush, muy similar a la del presidente Uribe en Colombia, de entregar beneficios tributarios a los más ricos; 2.-Los gastos excepcionales -de guerra sobre todo- y el colapso de los recaudos tributarios. Recordó el exministro que el presidente Bush había recibido de la administración Clinton un superavit fiscal y había entregado, ocho años después, una economía con déficit fiscal.
Ante el panorama oscuro, como de cielo plomizo que anuncia tormenta, la búsqueda de soluciones ha puesto en evidencia elementos del problema, como suele suceder con los pacientes que, sacudidos por una grave crisis de salud, descubren las fallas de su organismo que la han precipitado.

Los elementos del problema

Creer que todo se resuelve con dinero es una debilidad que sus críticos le echan en cara al misno Juan Carlos Echeverry cuando expresa su confianza en el colchón de caja: 16 billones de dólares en el Banco de la República, un bono intacto de 2.000 millones y la disponibilidad de 6.000 millones en el Fondo Monetario Internacional. “La economía colombiana se apoya en expectativas y una recesión hará caer las ventas, bajarán el precio del carbón y del petróleo, los de los minerales y del campo”, observó el economista y decano de economía, Diego Otero. “No hay economía que pueda soportar un coletazo de este tamaño”, anotó el rector del Colegio de Estudios Superiores de Administración, José Manuel Restrepo. Se necesitará mucho más que el colchón de dinero. Como anotó el Papa en Cáritas in Veritate “la actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando aún más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común que es responsabilidad, sobre todo, de la comunidad política” (CIV # 36).
El dato que resulta más revelador es el de las políticas oficiales que afectan negativamente a la economía. Anotaba el exministro Ocampo que en la caída de las bolsas como en un espejo, se habían reflejado las divisiones ideológicas en Estados Unidos, lo mismo que la desunión en Europa y la fragilidad de la economía en Estados Unidos, golpeada durante la presidencia Bush por la corrupción de los altos ejecutivos y por la política de financiamiento de los ricos durante la era Bush. “El mundo industrializado anda mal”, concluía Ocampo. A su vez el Papa Benedicto XVI apunta en su encíclica: “el sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente” (CIV # 36).
Adquiere una inquietante dimensión humana la crisis económica, cuando la decisión de reducir el gasto público hace que la cuerda se reviente por lo más delgado y las cifras de despidos aumentan. Tal es una de las consecuencias de la crisis. Preservar los empleos es, hoy por hoy, uno de los objetivos políticos deseables, como en los naufragios el objetivo prioritario de los equipos de salvamento es la salvación de las mujeres y los niños. Reflexionaba el Papa que “la ciudad del hombre no se promueve solo con relaciones de deberes y derechos sino antes, y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión” (CIV # 6).

 

Son consideraciones que se olvidan dentro de la angustia y el apresuramiento de una crisis. “Es importante destacar que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales. Apoyando a los países pobres mediante planes de financiación inspirados en la solidaridad, con el fin de que ellos puedan satisfacer sus necesidades de bienes de consumo y desarrollo, no solo se puede producir un verdadero crecimiento económico, sino que se puede contribuir a mantener la capacidad productiva de los países ricos, que corre peligro de quedar comprometida por la crisis” (CIV # 27).
Tan instintiva como la carrera de los agentes de bolsa para vender acciones en el momento de estallar la crisis, es la acción de los gobiernos para crear nuevos impuestos que, según la tendencia más común, afectan a los ciudadanos medios y a los más pobres, pero no a los más ricos, con lo que el peso de la crisis recae en la parte más débil de la sociedad. La recomendación del Papa tiene en cuenta este fenómeno: “La dignidad de las personas y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable, las desigualdades y que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo para todos, o lo mantengan. Pensándolo bien esto es también exigencia de la razón económica. El aumento sistémico de la desigualdad entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las poblaciones de diferentes países, es decir, el aumento masivo de la pobreza relativa, no solo tiende a erosionar la cohesión social sino que tiene un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del capital social” (CIV # 32).
Otro factor del problema se manifestó de bulto en el acuerdo político con que el presidente Obama intentó conjurar la crisis desatada por la deuda externa de su país. Columnistas críticos manifestaron su decepción al ver que los sectores de más alto ingreso no fueron tocados con más impuestos y que las exenciones tributarias se mantuvieron. Una política de desigualdad que, mantenida, tiene un efecto devastador. Está escrito en la encíclica papal: “La riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo el escándalo de las disparidades hirientes. Lamentablemente hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres” (CIV # 22).
Aparece por último, como factor agravante, la erosión de la confianza, sin cuya influencia la actividad económica es imposible. “Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su función económica. Hoy, precisamente, la confianza ha fallado y esta pérdida de confianza es algo realmente grave” (CIV # 35).
Son claves desde la fe, que hacen más comprensible el fenómeno y que señalan caminos de solución para una angustia de nuestro tiempo. VNC

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