Héctor Eduardo Lugo García: “Consumimos cultura, pero no producimos pensamiento”

Director del Departamento de Educación, Cultura y Universidades de la Conferencia Episcopal de Colombia

JOSÉ LUIS CELADA | El franciscano Héctor Eduardo Lugo García lleva años soñando con una Colombia más humana y en paz, empresa que pasa por la formación de las futuras generaciones “en la inteligencia del corazón más que en la de la razón”. Mientras, quien fuera activo protagonista de la implantación de la ERE en su país, aboga por un “encuentro entre fe y cultura” que contribuya a paliar una triste realidad: “Consumimos cultura, pero no producimos pensamiento”, se lamenta el director del Departamento de Educación, Cultura y Universidades de la Conferencia Episcopal.

– ¿Qué sociedad sueña para Colombia desde el punto de vista educativo-cultural?

– Tenemos que partir de la clase de hombre que queremos formar, porque se están manejando antropologías que no son constructivas, humanizantes, sino perversas. La perversidad de pensar que el hombre llega a ser persona por sí solo, que no hay un referente. Queremos soñar una nueva Colombia, pero no está claro cómo.

– ¿Qué grado de responsabilidad tienen instituciones como la Iglesia, tan comprometida siempre en la educación de las nuevas generaciones?

– Nuestra responsabilidad es muy seria, porque nos volvimos “consumidores de cultura” y no volvimos a producirla. Vivimos de las glorias del pasado. Durante muchos años nos gastamos y desgastamos luchando por cosas que no son las que hacen falta en nuestra misión. Y hoy no producimos pensamiento, solo damos opiniones. Debemos emprender una tarea extraordinariamente grande para construir una nueva línea educativa y hacerles saber a los políticos, a quienes legislan, que no estamos dispuestos a seguir callados, creyendo que hacemos muy buenas cosas solo porque nos permiten tener capellanes. Debemos centrarnos nuevamente en nuestra misión.

Conversión educativa

– ¿Y cómo vive su país la relación fe-cultura?

– Ese diálogo fe-cultura se agotó en las mentalidades. Y hay una falencia en la concepción de ambas cosas: separarlas. Cuando veo la fides por un lado y la cultura por otro, estoy diciendo que son dos cosas distintas. Mientras no entendamos que no son dos cosas diferentes, vamos a seguir planteando todo con ese dualismo que nos mata desde hace miles de años: alma-cuerpo, gracia-pecado, Dios-diablo… No podemos seguir así. Mientras no entendamos la unión, el encuentro, entre los dos términos, incluso esa transversalidad, vamos a seguir pensando que ese diálogo fe-cultura se nos agotó en las manos. Como ocurre con otras palabras de nuestro vocabulario: conversión, fraternidad…

– ¿Qué papel puede y debe jugar la educación en un país como Colombia para fortalecer la defensa de los Derechos Humanos y el cultivo de una cultura de paz y reconciliación?

– El papel y la responsabilidad son enormes, porque tenemos la grave obligación de hacer unas propuestas que nazcan realmente de lo que estamos convencidos, y no simplemente de posibles pedagogías o distintas formas didácticas. Tenemos que hacer una propuesta desde el Evangelio, que sea muy clara pero que no sacralicemos.

Y una educación, para que sea firme, con referentes en personas, culturas, maneras de ser, de vivir y de creer. Pero no hay que mirar solo los textos; hay que tener el pretexto de leer el contexto. Y el nuestro es de violencia. Tenemos que enseñar a los niños a abrazar lo que el corazón rechaza, lo cual no es masoquismo, sino realismo. Tenemos que aprender (y enseñar) a construir una nueva sociedad, que camine hacia la paz, pero que reconozca esa paz. Porque conflictos siempre los habrá, por lo que se trata de ver cómo formamos al niño para que tenga su corazón en paz, que ahí es donde nacen las guerras y donde hay que sembrar la paz en primera instancia.

Nuestro modelo educativo y pedagógico se ha centrado en formar la inteligencia de la razón, lo que nos ha llevado a tener niños y muchachos individualistas, egoístas…, y hemos insistido muy poco en la formación de la inteligencia del corazón, que supone ayudar a enfrentar las dificultades de la vida, a tener coraje. Todo lo demás será dar palos de ciego.

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En el número 2.770 de Vida Nueva

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