De silencios

FRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL | Profesor de la Universidad de Málaga

“A mi lado, en el tren, una señora reza sus oraciones en silencio mientras, en el lado opuesto, otra vocifera por su teléfono a una familia para que asista a un determinado acto religioso. Juzguémonos nosotros mismos”.

Acabo de ver El gran silencio (2005), un filme del alemán Philip Gröning que narra la vida de los cartujos de la Grande Chartreuse, en los Alpes. Tras su visión –enriquecedora en lo espiritual, altamente recomendable si quieren conocer la vida monástica, el paso de las estaciones, el crujir de la madera al pasar de los cartujos, su manera de orar y, por qué no, de divertirse– vuelco estas reflexiones:

(1) Debería muy a menudo el silencio inundar nuestras vidas, como escenario, como mejor respuesta al ruido de la sandez, la arrogancia, el engreimiento, la vanidad, la soberbia…

(2) La estridencia ya impera incluso en los enclaves donde antes no se privilegiaba (las bibliotecas, los templos…). ¿Qué cabe esperar entonces de una generación educada bajos estos parámetros? Por lo pronto, su necesidad de ruido de fondo.

(3) A mi lado, en el tren, una señora reza sus oraciones en silencio mientras, en el lado opuesto, otra vocifera por su teléfono a una familia para que asista a un determinado acto religioso. Juzguémonos nosotros mismos.

(4) Lo callado también comunica, a veces más que cualquier otra voz. Por eso no vean el filme quienes busquen acción, diálogo, trama…Lo normal en una película convencional, pues aquí son las cosas las que “hablan”, dirigiéndose al alma a través de los sentidos.

(5) Afortunadamente, hay formas gratísimas de romper el silencio y a ellas deberíamos aspirar, siempre. Algunas se perciben en la cinta: el piar de los pájaros cuando llega la primavera, el tañido de la campana llamando al Angelus…

fcarriscondo@vidanueva.es

En el nº 2.770 de Vida Nueva.

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