Modernidad y fe a pie de playa

La parroquia Nuestra Señora de Europa, en Chiclana, aúna arquitectura moderna y fe

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | A Juan XXIII le gustaba hablar de la parroquia como la fuente que todo pueblo tenía en su plaza, a donde los vecinos iban a saciar su sed y a encontrarse. Una parroquia debía de ser ese lugar en el que beber de Dios y en el que sentirse comunidad. El padre José María Bravo, arcipreste de Chiclana, acude a la cita del “Papa campesino” para definir la esencia de su parroquia, Nuestra Señora de Europa, en uno de los principales núcleos turísticos de Cádiz, la urbanización Novo Sancti Petri en la playa de La Barrosa (Chiclana). [Siga aquí si no es suscriptor]

Una parroquia joven (acaba de cumplir cinco años) pero que se ha convertido en los dos que lleva inaugurado su templo –hasta entonces se sirvió de una simple carpa– en todo un símbolo de la confluencia de arquitectura moderna y fe, serena espiritualidad y puertas siempre abiertas, espacio internacional y afluencia masiva, sobre todo en verano. “Cuando yo llegué ya había unos planos, que se tocaron muy poco –explica Bravo–. Pero yo le transmití al arquitecto lo que decía Juan XXIII de la parroquia. Vista la configuración urbanística de la zona, quería una parroquia así, un lugar de puertas abiertas a donde uno puede venir en cualquier momento y siempre se va a encontrar con alguien”.

El arquitecto es Antonio Fernández Sáez: “Se ha querido fusionar ayer y hoy, tradición y modernidad, en un espacio donde, 21 siglos después, seguimos celebrando y rememorando a Jesucristo”. De líneas rectas, la iglesia emerge en forma de cubo y acabado en ladrillo, sabiamente insertada en la arquitectura del entorno, junto a un “campanile” de hormigón blanco y 19 metros de altura, inevitable referencia a pie de playa. “La fe tiene que expresarse en los diversos lenguajes culturales, desde el cine a la arquitectura–explica el párroco–. La idea era buscar lo sencillo, lo agradable y lo espacioso, combinándolo con muy pocos elementos. Es un templo que comunica paz, sosiego y calma en el espíritu”.

El siglo XX no fue muy afortunado en la concepción de las iglesias contemporáneas. En España, si acaso, la gran contribución fue la lección magistral de Miguel Fisac: renovar la dualidad medieval de las iglesias católicas –una zona inferior, la terrenal, constituida por elementos corpóreos como las columnas; y otra superior, la celestial, con carácter luminoso y desmaterializado– con un lenguaje vanguardista en el que el templo aúna la función material y la espiritual, las formas y los ritos.

Así, sus iglesias, desde la de los Padres Dominicos en Alcobendas (Madrid) al irrealizado Proyecto Gaviota, son verdadera arquitectura símbolo, en la que el edificio en sí emite, sobre todo en su interior, un mensaje preciso, comprensible, de trascendencia.

Un lugar acogedor

Eso es lo que ha conseguido también Fernández Sáez, con la contribución del propio José María Bravo, al concebir una planta de estilo basilical con presencia de ábside tras el altar. “Para el templo le pedí al arquitecto sencillez, y, en segundo lugar, que fuera acogedor”, señala el párroco. “Destacan las líneas de sobriedad –según la definición de Fernández Sáez–, donde el espacio y la luz juegan un papel protagonista a la hora de conseguir un lugar ideal para la meditación y la reflexión. Esta simbiosis entre espacio y luz se percibe especialmente en la zona del altar, donde resalta la cruz sobre un neutro fondo blanco. Arriba, y fuera de la vista, un lucernario ilumina de forma natural a la cruz, creando una atmósfera de emoción que invita al recogimiento”.

Ese altar, construido de una sola pieza de piedra ostionera, típica de la Bahía de Cádiz, es un símbolo de Jesucristo y también de la parroquia chiclanera. “La luz es todo un acierto. Sobre todo esa claraboya que no se ve, pero que da una luz trasera al altar –lo enseña Bravo–, que es un solo bloque de piedra sacado tal cual de una cantera. Un bloque de 4.185 kilos, que como absorbe la humedad, cada vez se pone más bonito, con un brillo natural que hace un contraste que transmite calma y seguridad”.

La iglesia consta de un sagrario, un coro, dos capillas, una interior y otra exterior, que están comunicadas por puertas correderas que amplían su capacidad de 700 a 1.200 feligreses. Por otro lado, la parroquia también cuenta con diferentes salas parroquiales, despachos, archivos, columbario y varios salones multiusos (catequesis, sala de estudio o reuniones de las comunidades de propietarios).

“El complejo parroquial es bastante funcional –explica Bravo–. Es muy importante la amplitud del espacio, sobre todo teniendo en cuenta la asistencia masiva en verano, Semana Santa, puentes… Al principio había gente que decía que este era un proyecto exagerado, pero yo contestaba que lo pequeño cabe en lo grande, pero lo grande no cabe en lo pequeño. Haber podido contar con espacios amplios es uno de los grandes aciertos. Aun así, en agosto no se cabe”.

Ladrillo y madera

Siempre con el ladrillo y la madera como principal presencia: “Esos materiales son inherentes a la arquitectura andaluza. El ladrillo fue el material básico en las construcciones romanas, paleocristianas y bizantinas; fuentes de las que bebió el arte islámico para generar en Andalucía un estilo propio: el mudéjar; materiales a los que volvió los ojos el modernismo sevillano. Con el aluminio lacado de las puertas se ha querido aportar el único toque colorista”.

Lo es, junto al vinilo que se ha empleado en las ventanas de la capilla del Sagrario. “Es de estilo moderno, pero no muy estridente; para ello se eligió el tema bíblico de la vid y los sarmientos que aparece en el Evangelio de san Juan. Estamos en una tierra que ha tenido muchas viñas, pero este es también un tema muy eucarístico, Palabra y Eucaristía unidas en la vid y los sarmientos. Las vidrieras impresionaron. Habrán gustado más o menos, pero todo el mundo coincide en que es lo que necesitábamos”.

En esta capilla está presente la única talla de la iglesia: una reproducción de la Virgen de Europa, obra de Martín Lagares a partir de un lienzo de Carlo Crivelli, pintor renacentista italiano. La advocación a Nuestra Señora de Europa, la única con este nombre en la Diócesis de Cádiz y Ceuta, no es casual, ni mucho menos, porque la parroquia es un espacio que, siguiendo las palabras del profeta Isaías, es casa de oración para todos los pueblos.

“Nuestra Señora de Europa responde, por una parte, al propio espíritu internacional de la parroquia, porque no hay que olvidar que estamos en una zona con gran presencia de británicos y alemanes; por otra, yo soy del Campo de Gibraltar, y fui monaguilo en la ‘capillita’ en la que se venera a Nuestra Señora de Europa. Esta cuestión afectiva encajaba con esta urbanización y con lo que supone el nombre de Europa, de universalidad, apertura, diversidad, unión. En cuarto lugar, creo que responde a una diócesis como Cádiz y Ceuta, que es intercontinental, y queríamos vincularla a Nuestra Señora de África, en Ceuta”.

Chiclana es una gran ciudad de veraneo y, proporcionalmente, en su costa había una amplia demanda de una parroquia que los fieles han ayudado a costear. “Yo no diría que hemos tenido éxito –afirma Bravo–, aunque mucha gente lo diga. Digo, simple y llanamente, que está respondiendo a lo que aquí se necesitaba”.

Y se ve: misas repletas –especialmente los domingos, y no solo de agosto, incluida la “missa internationalis” en alemán, inglés y latín, ya un emblema de la parroquia– y satisfacción entre la feligresía, básicamente turística. “Influye también, creo –añade el arcipreste–, el tono de paz que tiene el templo y que se transmite a la celebración. Porque aquí, el 80% de los fieles son familias completas, mayoritariamente de vacaciones, que no quieren olvidar su dimensión religiosa. E intentamos que quien venga salga con la sensación de que ha hecho una verdadera celebración de la fe”.

En el número 2.767 de Vida Nueva

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