João Bráz de Aviz: “Nunca se debe apagar la luz de la vida consagrada en la Iglesia”

Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica

DARÍO MENOR | El papa Benedicto XVI le nombró a principios de enero para ponerse al frente del organismo que atiende a los religiosos y religiosas. Dejó Brasilia, de donde era arzobispo, para instalarse en Roma. Desde el primer momento ha mostrado su clara intención de restañar las heridas abiertas entre su dicasterio y la Vida Religiosa. El arzobispo brasileño João Bráz de Aviz, la nueva cara de la Vida Religiosa (VR) en la Santa Sede, analiza para Vida Nueva los desafíos que afronta en su dicasterio.

Desde la sencillez y el respeto, uno de sus principales objetivos es tender puentes entre la jerarquía y los religiosos y religiosas. No esconde que hay problemas en este y otro sentido. Pero no le preocupa. Lo deja todo en manos de Dios… y de un estilo que parte de la escucha del otro antes que de la respuesta preconcebida.

– ¿Cuál es hoy el peso de la VR en la Iglesia y en el mundo?

– La Vida Consagrada, esta vocación especial en la Iglesia, es un mundo muy amplio. Viene desde el inicio de la Iglesia; ahí tenemos la experiencia de los eremitas en los primeros siglos y de los monjes. Hablamos de una infinidad de órdenes, de congregaciones y de institutos seculares. A lo largo de la historia de la Iglesia se han desarrollado mucho. Hoy son más de un millón los religiosos en el mundo, siendo más numerosas las mujeres que los hombres. Estas personas responden a una llamada especial del Señor y aceptan los consejos que presenta el Evangelio, como son la castidad, la pobreza y la obediencia.

Recordemos que son consejos, no mandamientos. Son una llamada para estar más cerca del Señor. Podemos decir que no es una vocación por encima de las otras. Hay que partir siempre del bautismo, que da a todos la misma dignidad. Todos somos hijos de Dios. La Vida Consagrada es una llamada altísima, grande y bella para estar con el Señor. Es además una llamada a la que se responde con libertad y que no sigue el patrón de referencia de horizontes que tiene hoy el mundo. Sigue una luz evangélica que es grandísima, que nunca ha sido apagada en la Iglesia y que nunca deberá serlo. Esta vida tiene en este momento un gran efecto en la Iglesia en su sentido más profundo.

– ¿Cómo explica las continuas críticas que sufre la VR?

– En medio de este mundo de la Vida Consagrada hay una dimensión profunda de la profecía, de anunciar algo que se recibe como inspiración de Dios. A veces ocurre incluso de forma personal, como sucede con los fundadores. Después debe haber siempre una confrontación con la Iglesia. El Espíritu Santo, que actúa en la Iglesia, actúa también en cada una de las personas. No se trata de una contradicción entre dos luces diferentes. Lo que sucede a veces es que hay dificultad de comunión.

En la propia congregación hemos tenido dificultades internas. No las negamos. Es algo sobre lo que hay que poner mucha atención. Somos una realidad al servicio del Santo Padre y de la Vida Consagrada. Vivimos en un equilibrio que hay que saber llevar a cabo con sabiduría y comunión. No es fácil siempre hacerlo con este mundo de 2.000 órdenes y congregaciones. Hemos tenido, como le decía, dificultades internas de comunión. Y también fuera. Pensamos que surgen dificultades porque hay personas que toman posiciones que pueden no ser aquellas que quiere la Iglesia. Pero no se puede decir que la VR produce esto. Lo que hay es grupos o personas que tienen estos problemas.

 

Desierto vocacional

– ¿Cómo debe afrontarse el problema de la caída en las vocaciones a la VR?

– Este problema se da sobre todo en Europa. En estos momentos parece un desierto. Aunque no olvidemos que en el desierto los israelíes consiguen que nazcan flores. Hay otras partes del mundo donde florecen mucho las vocaciones, como India, Filipinas, Tailandia, Corea… Ahora acabamos de saber que, según las estadísticas, el número de religiosas de India es más alto que el de Italia.

En los últimos 40 años, las italianas han pasado de 180.000 a 90.000, mientras que en el país asiático han pasado de casi cero a 96.000. Existe este movimiento que diversifica. En América existen todavía vocaciones, aunque en Canadá y los Estados Unidos la situación es difícil.

– ¿Qué peso tienen los cambios de la sociedad actual?

– Se están produciendo grandes cambios, hay una situación nueva en la cultura, la cual cree en el individualismo como regla. No hay espacio para una vocación de otro tipo. La Iglesia debe afrontar esta situación. Luego está la cuestión de que hoy vivimos todas las realidades un poco a la vez. Las comunicaciones y la técnica han evolucionado tanto que nos han acabado afectando a todos.

Así, convivimos con aquellos que no creen o que tienen otras fes. Nuestros Estados toman posiciones difíciles de entender en cuestiones como la sexualidad y la afectividad. ¿Qué es lo que queda en esta situación? Primero, creo que está el deseo de ser discípulo verdadero de Jesús. El Papa recuerda que una experiencia religiosa basada solo en principios morales no es aceptada por muchos. No es suficiente.

No vale tampoco coger el Evangelio y tomarlo solo según mis categorías personales y mis ideologías. La clave en ser discípulos, confiarse en el Señor. También en la cuestión de la santidad hay posiciones demasiado voluntaristas. Se dice: “Yo soy capaz de la virtud, de dominar mis defectos”.

– ¿Cuál debe ser el camino?

– Debemos hacer una elección cada vez más profunda. El camino más hermoso es el de alguien que ha sentido que Dios lo ama y se apasiona con ello. Un apasionado sigue lo que le dice su corazón. Así la vida cristiana se hace ágil y sencilla. La segunda cuestión en la que tenemos que trabajar es la comunión profunda de todas estas realidades. Hay que recuperar la vida comunitaria en las comunidades religiosas. Muchas veces está muerta.

Al dar la posibilidad a las personas de crecer y caminar solas, a veces se crean condiciones en las que la vida comunitaria ya no existe. A veces hay personas que se aíslan. Esta vida fraterna no debe ser impuesta. Debe ser vivida con alegría. Aquí habría que dejar a un lado aquello de que la vida comunitaria es mi máxima penitencia, como se ha dicho tanto en el pasado, y decir que es el modo en que se experimenta a Dios. Es mi hermano el que me hace que experimente a Dios.

Si estás ligado a tu hermano y lo amas de verdad, se reproduce la vida. Ahí se enciende una luz y entra el Señor. Si creo en la Eucaristía y en la Palabra, ¿por qué no creo en la presencia del Señor en mi hermano? El Evangelio lo dice. Hay que recuperar esta vida fraterna interna.

En el número 2.767 de Vida Nueva (entrevista completa para suscriptores).

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