A la educación y al futuro a través del deporte

Los salesianos siembran esperanza entre los más pobres de R.D. Congo

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | Los niños de las barriadas de las afueras de Goma, en República Democrática del Congo, sueñan con convertirse en estrellas de fútbol. [Siga aquí si no es suscriptor]

Viven en casas levantadas con maderas de deshecho o viejas latas de aceite, vestigios de repartos de ayuda humanitaria a víctimas de guerras no muy lejanas, y cuando salen de sus chabolas por la mañana llegan –por lo general con el estómago vacío– al centro de Boscolac, donde les esperan nueve jóvenes monitores que, durante cuatro o cinco horas, les ofrecerán un refrigerio y les guiarán en una sucesión de juegos, deportes, cantos y enseñanzas que a ellos les levanta el ánimo y, a las pistas que acogen el polvo propio de la estación seca que se eleva como si se tratara de una humareda de alegría que bulle de ese lugar que recibe todos los días a cientos de niños y jóvenes, en su mayoría procedentes de familias desplazadas por las oleadas de conflictos que han asolado el Este del Congo desde medidados de los años 90. Bienvenidos a las colonias de vacaciones de Boscolac, un alegre recinto de juegos, expresión de la mejor tradición del patio de recreo salesiano.

Nada podía hacer imaginar, hace un año, este volcán de actividades, solo comparable a las temibles humaredas del Nyaragongo, cuya imponente silueta se divisa desde cualquier rincón de la ciudad de Goma. Como toda gran obra, Boscolac –un centro de ayuda humanitaria dirigido preferentemente a niños y jóvenes– tiene una historia de orígenes muy humildes.

Todo comenzó hace algo más de 10 años, cuando el hermano salesiano Honorato Alonso, un burgalés de 61 años que lleva más de media vida en el Congo, quedó prendado de ese rincón de gran belleza a orillas del Lago Kivu y concibió la idea de comenzar un centro para los jóvenes congoleños, todos ellos afectados por traumas y situaciones de pobreza extrema, donde invitar al sosiego para relacionarse entre ellos en un ambiente que les proporciona un ocio sano y poder vivir días de retiro para sanar heridas interiores.

Lo primero que hacía falta era comprar el terreno. Para ello, el hermano Honorato hizo gala de una tenacidad digna de admiración. Al terminar sus clases de electricidad en el ITIG (Instituto Tecnológico Industrial de Goma, una escuela salesiana de formación profesional de gran prestigio), todos los días empezó a dedicar varias horas a cargar baterías, al módico precio de un dólar el servicio.

Gracias a estos ingresos, empezó a comprar parcelas hasta que, al cabo de una década, los terrenos tuvieron superficie adecuada como para poder pensar en un recinto de medidas suficientes donde edificar pistas deportivas y un edificio central con todo tipo de servicios.

La financiación –de alrededor de 243.000 euros– llegó  de la mano de la Junta de Castilla-La Mancha, después de que ONG Red Deporte y Cooperación formulara un proyecto de ayuda humanitaria en el que esta institución y los salesianos del ITIG trabajan desde el año pasado como socios en esta iniciativa común. Cuando el programa llegue a su fin, Boscolac quedará totalmente en manos de los hijos de Don Bosco.

Un lugar paradisíaco

En Boscolac viven hoy 30 muchachos de familias desplazadas muy vulnerables. Todos los días acuden a sus respectivos colegios y a la vuelta estudian, juegan y duermen allí. Dos animadores contratados por el centro están a su cargo. También hay un dispensario y una consulta psicológica que, de forma gratuita, ofrecen sus servicios a quienes los necesiten. Y sus salas de reuniones y pistas deportivas son utilizadas por  multitud de niños y jóvenes. Detrás de este manojo de servicios, hay una filosofía de dar a los más pobres lo mejor de lo mejor.

Hermano Honorato Alonso

Y es que uno de los efectos que la guerra ha tenido en Goma es dividir la ciudad en dos zonas bien diferenciadas: la más alejada del lago, donde se hacinan miles de familias en arrabales sucios, caóticos y faltos de todo tipo de servicios, y el área de orillas del lago, donde durante los últimos años se han levantado numerosos hoteles y mansiones de lujo, en general, propiedades de quienes, durante los últimos años, se han hecho de oro con el tráfico de minerales, que está detrás del conflicto en el Este del Congo. Boscolac es un intento de recuperar la zona más hermosa para que los más pobres puedan disfrutar de un lago que es suyo.

Poco tiempo tienen para pensar en lugares paradisíacos familias como la de Françoise. Esta viuda de Masisi perdió a su marido en 2002, y al huir de la guerra se instaló en uno de los campos de desplazados internos de Mugunga. Cuando el Gobierno cerró estos campos, en noviembre de 2009, intentó volver a su casa pero la inseguridad reinante acabó por hacerla retornar a Mugunga, donde hoy vive en un chamizo levantado con plásticos y palos endebles, en cuyo interior se hacinan ella y sus siete hijos.

Uno de ellos, David, luce orgulloso su camiseta del Barça al dejar los libros en la sala de estudio de Boscolac y deslizarse por el comedor en un trapo húmedo a ritmo de rumba congoleña. Cuando termina la limpieza, se prepara para el partido de la tarde.

Él es uno de los jóvenes que se benefician de poder estudiar en un ambiente seguro, donde no tienen que pensar qué van a comer. Su madre, como la mayor parte de los desplazados de Mugunga, malvive a base de trabajos ocasionales como vender verduras en algún mercado o machacar piedras en alguna obra por apenas dos dólares al día. Esta precariedad hace que muchas de estas familias coman una vez cada dos días y que enviar a sus hijos a la escuela y ofrecerle una formación sea un sueño inalcanzable.

Además de proporcionar becas de estudio, Boscolac cuenta con cuatro pistas deportivas: dos de fútbol-7, una de baloncesto y otra de voleibol. Los fines de semana tienen lugar campeonatos deportivos, actividad, la de entrenador y organizador, en la que el hermano Honorato es un experto. Desde hace varios años es el alma de dos competiciones que ya tienen raíces en Goma: la Liga infantil Don Bosco y la Copa María Auxiliadora.

Divididos en equipos que llevan nombres como Real Madrid, Super Águilas, Masembe, Coca Cola o Arsenal, legiones de futbolistas alevines entrenan y se esfuerzan por pasar de octavos a cuartos y de cuartos a semifinales. Vicente Iraizoz, otro cooperante de Red Deporte que inició la identificación y formulación del proyecto, lo resume así: “Cuando uno de estos chicos piensa en el partido del domingo, se olvida de los problemas que tiene en casa”.

Los salesianos, que también dirigen otro gran centro en la barriada de Ngangi, están convencidos de que el deporte es una excelente escuela de valores humanos y y una fuente de alegría para niños que han crecido en un ambiente de conflicto  y desestructuración familiar. Su influencia en el país se refleja en un detalle que  no escapa a cualquier aficionado al fútbol: uno de los equipos de la Liga congoleña se llama Don Bosco.

Asimismo, durante el mes de julio, se iniciaron talleres de formación para jóvenes, matrimonios, abuelos, maestros y líderes locales sobre temas como la resolución de conflictos, los cuidados básicos de salud, la prevención del alcoholismo y los derechos humanos. De este modo, se complementan las actividades de Boscolac con un foro donde la gente de los barrios tiene la oportunidad de abordar problemas cotidianos.

Dignificación del entorno

El proyecto se completa con una dignificación del entorno del centro. Como el recinto de Boscolac es un lugar de paso para muchas mujeres y niños que acuden a diario al lago para recoger agua, parte del dinero se ha invertido en construir un acceso seguro con escales y un muelle, evitando los numerosos accidentes que se producían hasta el año pasado a causa de la caída por el empinado terraplén. Al lado del punto de recogida de agua, una persona añade una dosis de cloro para potabilizar el suministro.

El hermano Honorato no conduce. Cuando no tiene quien le lleve a Boscolac, no le duelen prendas en meterse detro de una de las atestadas furgoneta-taxi. En cada rincón de Goma, no falta quien le pare para saludarle con efusión. Si un guardia de tráfico para la furgoneta, es muy posible que no sea para pedir al conductor los papeles o sacarle un soborno, sino para dar la mano al misionero burgalés: “¿Se acuerda de mí? Usted fue nuestro entrenador de baloncesto hace 15 años”. Honorato sonríe y sigue adelante. Aún le queda mucha alegría por sembrar en este lugar, que tanto sufrimiento ha conocido.

En el número 2.767 de Vida Nueva

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