Una palabra para todos

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“En estos tiempos, en los que tanto se habla de globalización, el mensaje del Pontífice ha querido romper con el tópico de la ‘aldea global’, para hablar a todos los ciudadanos de esta gran metrópoli que es el universo”.

Se trataba de la Jornada Mundial de la Juventud. Era lógico, se esperaba y así tenía que hacerse. El Papa hablaría a los jóvenes. Sin embargo, su discurso llegaría mucho más allá, no solo a los que asistían a estas jornadas memorables, sino a todos los hombres y mujeres jóvenes del mundo. Aunque el mensaje se dijera desde España, tenía una incuestionable dimensión universal.

Pero más allá, la universalidad de las palabras del Papa rompía fronteras entre jóvenes y adultos, entre países y culturas, entre ideas y formas de pensar, entre situaciones sociales y políticas diferentes. Incluso, se puede decir, que Benedicto XVI llegaba a los católicos y a los cristianos de otras confesiones, a los miembros de otras religiones y a los que no tienen fe. Porque la Verdad, con mayúscula en todos los aspectos, era el eje central de aquello que el Obispo de Roma quería subrayar. La Verdad y el Amor: inseparables e imprescindibles, eran los ejes de todo el discurso.

No sería arriesgado afirmar que en la intención del Papa estaba ese poder llegar a todos: os lo digo a vosotros, jóvenes, pero para que sea oído y meditado por todos. Los jóvenes, como es lógico, no se quedaban en simple ocasión y pretexto, pero había de tenerse en cuenta que la edad es algo transitorio y que el mensaje de la Verdad y del Amor ha de estar presente en todas las etapas de la vida.

Benedicto XVI es un maestro universal.
Madrid era el estrado
al que subía para hablar a todos.

Es innegable que el Papa, como no podía ser de otra manera, hablaba de Jesucristo, y su palabra no quería ser otra que aquella que se había manifestado en el hijo de Dios. La universalidad estaba asegurada: Benedicto XVI ponía los labios para que se escuchara la voz de Cristo.

En estos tiempos, en los que tanto se habla de globalización, el mensaje del Pontífice ha querido romper con el tópico de la “aldea global”, para hablar a todos los ciudadanos de esta gran metrópoli que es el universo. Una gran ciudad, en la que cada uno tiene su puesto, su misión y su responsabilidad, pero en la que nadie puede excluirse del trabajo por el bien común.

El Papa se encontraría, siempre en el contexto de los jóvenes, con voluntarios y colaboradores, con profesores de la Universidad, con las religiosas jóvenes, con los seminaristas, con los hombres importantes de la vida política, con la máxima autoridad del Estado, con los que conocen de cerca la cruz y el sufrimiento, con la religiosidad popular y las celebraciones litúrgicas…

El Papa es maestro universal. En ningún momento podía olvidar esta dimensión de su ministerio. España, Madrid, era el estrado al que se subía para hablar a todos, y haciéndolo como al oído de todos.

Decía Benedicto XVI: “Os invito ahora a difundir por todos los rincones del mundo la gozosa y profunda experiencia de fe vivida en este noble país. (…) Con vuestra cercanía y testimonio, ayudad a vuestros amigos y compañeros a descubrir que amar a Cristo es vivir en plenitud” (Ceremonia de despedida, 21-8-11).

En el nº 2.766 de Vida Nueva.

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