Editorial

Somalia, un pecado internacional

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EDITORIAL VIDA NUEVA | El hambre golpea a varias poblaciones del Cuerno de África. La ONU ha declarado el estado de hambruna en varias regiones del sur de Somalia, donde el número de personas que necesitan ayuda viene aumentando cada día en los últimos seis meses. Y la crisis alimentaria afecta también a regiones del norte de Kenia y a las zonas meridionales de Etiopía, Yibuti y Uganda.

La FAO, organismo dependiente de la ONU, ha hecho un llamamiento a la comunidad internacional para ayudar a los afectados, que, según fuentes del máximo organismo, mueren a centenares diariamente. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ha cifrado en 1.100 millones de euros la cantidad necesaria para encarar la crisis, pero la atención internacional, lamentablemente, no está centrada en Somalia y en sus países vecinos.

Hace falta corregir un error histórico, aunque la causa cercana de la actual tragedia sea una grave sequía. Pero la mano del hombre no es ajena a lo que sucede en el país africano. Esta nación merece ahora la ayuda internacional para hacer frente a una nueva tragedia. Occidente está sumido en una profunda crisis económica, pero los habitantes del Cuerno de África lo tienen peor: no tienen nada.

África sigue pareciendo un compendio de todos los males, pero la responsabilidad también es de la comunidad internacional, que debe recordar el papel que jugó en la Guerra Fría cuando, por intereses estratégicos, fue usada y, luego, dejada a la deriva. Hoy Somalia se ha convertido en un pecado internacional. La solidaridad, pese a la crisis, es urgente y necesaria. Será una prueba de la conciencia moral de la humanidad.

Somalia es el ejemplo viviente del fracaso del concierto de las naciones. En ausencia de leyes y orden, ni siquiera puede considerarse un país. Nadie ha sido capaz de salvar a los somalíes de su trágico destino. A una vida entre la guerra civil y la piratería se suma ahora esta nueva plaga, que llega cuando los países ricos están sumidos en sus tribulaciones financieras. Tampoco sus vecinos africanos están interesados en ayudar. Nadie se ha ocupado de crear las necesarias infraestructuras para llevar la comida desde los lugares más cercanos donde se almacena. La única esperanza para Somalia sería encontrar algo que llamase de verdad la atención del mundo.

A la Iglesia le corresponde ahora
llevar a cabo la denuncia profética
ante la comunidad internacional.
Es el momento.

La Iglesia, a través de diversos organismos propios o colaborando con los ajenos, está haciendo frente a esta situación, pese a que su presencia es mínima en el país. Su presencia en Somalia y en Yibuti ha sido casi destruida durante las últimas dos décadas y pervive a través de algunas obras humanitarias. La guerra y la inseguridad han vuelto casi imposible la misión de la evangelización en los dos países del Cuerno de África, mientras continúa difundiéndose el fundamentalismo islámico. Esto, por lo demás, no ha impedido que se instauraran relaciones cordiales entre los cristianos y los musulmanes más abiertos al diálogo.

Por tanto, ante la situación, cabe hablar de un pecado grave de la comunidad internacional. A la Iglesia, además de la ayuda prestada en lo económico y humano, le corresponde en estos momentos realizar una gran obra de caridad: la denuncia profética en los foros internacionales.

En el nº 2.766 de Vida Nueva.

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