Veinticuatro horas de fiesta y recogimiento

Ambiente en Cuatro Vientos durante la Vigilia

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | No estaba invitado, pero un tormentón que a algunos recordó a ciertos episodios bíblicos, se convirtió en protagonista de la Vigilia en el aeródromo de Cuatro Vientos. Ocurrió justo cuando Benedicto XVI iniciaba la lectura de su mensaje: un aluvión de truenos, viento y lluvia se llevó las esterillas y llenó los sacos de barro. Muchos echaron a correr, aunque sin rumbo, porque no había dónde resguardarse.

La imagen era de auténtico caos. Hasta el Papa, ocultado por varios paraguas, tuvo que interrumpir su discurso y adentrarse en la sacristía. Las pantallas se apagaron. Pero ocurrió. De pronto, ocurrió. Los peregrinos estallaron en cánticos y gritos joviales. El famoso “esta es la juventud del Papa”, soltado a pleno pulmón por miles de personas eufóricas, tuvo un sentido especial.

El retorno del Papa, tras el cese de la lluvia, fue emblemático: “Queridos jóvenes, juntos, acabamos de vivir una gran aventura”. La ovación que siguió a la frase, seguramente, sea recordada en la historia de las JMJ.

Minutos después, se volvió a producir otro hecho que ya suele ser habitual en los encuentros de los jóvenes con el Papa: el silencio absoluto. Ocurrió durante la exposición del Santísimo. Para ello, al igual que se hiciera el día anterior con imágenes de toda España para el Vía Crucis, se volvió a escoger un elemento histórico y con denominación de origen: la Custodia de la catedral de Toledo que desfila cada año por el Corpus Christi.

Durante varios minutos, la emoción se pudo palpar al ver a más de un millón de jóvenes postrados ante la Sagrada Forma. Benedicto XVI, quien se negó a que se suspendiera el acto cuando estalló la tormenta, se mostró emocionado con la respuesta de los jóvenes. Sabía que les esperaba una noche difícil.

Y es que ser peregrino en una JMJ no es fácil. La parroquia San Juan Bautista, de Arganda del Rey (Madrid), llegó a Cuatro Vientos cuatro horas antes de que lo hiciera el Papa. Pese a ello, el espacio que la treintena de parroquianos (en su mayoría voluntarios) tenía reservado, estaba ocupado en su totalidad. Tras no encontrar sitio en ninguna zona, acabaron en el último sector por la derecha, donde apenas se escuchaba la megafonía ni se veían las pantallas de televisión.

Parecía que no había espacio más atrás. Pero no era así: el descampado, que no estaba habilitado para dormir en él, fue ocupado por muchos miles más. Y no fueron los últimos: 200.000 personas, muchos de ellos peregrinos acreditados, se quedaron al otro lado de la valla de entrada, en la calle. Pese a ello, durmieron allí para poder entrar al día siguiente en la misa.

A las difíciles condiciones se añadían el fuerte calor, que era combatido por los bomberos a manguerazo limpio, y las colas para ir al servicio, que podían prolongarse perfectamente durante una hora. Pero la lluvia añadió un problema más: al dormir entre piedras se unía el hacerlo entre barro.

Riadas de personas se dirigieron al aeródromo

Pero eso no le importaba a Irene, quien venía de Roma junto a su marido y sus dos hijos, el pequeño con apenas quince meses. Como explicaba, le traía “para que vea la esperanza”. Las molestias tampoco les importaban a Ana Sofía, Amira y Antuanet, de México. También apostaban por la esperanza: “Los jóvenes necesitamos a Jesús, y más en las situaciones difíciles como la que atraviesa el mundo. Este ambiente transpira los valores del Reino. Muchísima gente reza el rosario y se confiesa, de ahí que demos gracias a los sacerdotes. Hasta la lluvia es una bendición, pues simboliza la nueva vida”.

Nada acabó con los ánimos de los peregrinos. Concluida la Vigilia, la noche fue reflejo de la ingente diversidad de sus protagonistas. A los cánticos y danzas de los neocatecumenales, se unían los gritos entusiastas que, entre bromas, ensalzaban a su nación. Pero lo más significativo fue el alto número de jóvenes que acudieron a las capillas para rezar ante el Santísimo y confesarse con los numerosos sacerdotes que allí había. Personas como Mari Pili, de Arganda, apenas durmieron una hora por recorrer una a una las capillas.

Desgraciadamente, la tormenta tiró un par de carpas, ocasionando siete heridos. La precaución llevó a desmontar el techo de las restantes, lo que impidió que se mantuvieran las formas que debían consagrarse al día siguiente, por lo que apenas pudo comulgar nadie del público en general.

Sobriedad también en la misa del domingo

La celebración de la misa de clausura y envío contó con la sobriedad y el recogimiento mostrados en la Vigilia. Apenas hubo aplausos. Salvo al final y cuando se designó a Río de Janeiro como sede de la JMJ de 2013. Miles de brasileños estallaron en gritos. Genato, de la comunidad Maranatha, destacaba el “corazón acogedor” de su país.

A la salida, los jóvenes de la parroquia San Juan Bautista marchaban a casa cansados pero contentos. María José García, voluntaria, resumía el sentir general: “Me lo habían contado, pero no sabes lo que es una JMJ hasta que no la vives. Ver a toda esta gente feliz, pese a la paliza que se han dado, es muy reconfortante para los que vivimos aquí. A veces piensas que los católicos somos cuatro gatos que vamos a misa, pero está claro que no es así”.

En el nº 2.765 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL de Vida Nueva

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