El primer abrazo del Papa con los jóvenes

El papamóvil recorrió varias calles de los alrdedores de la Plaza de Cibeles y Alcalá

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Si ya la misa inaugural de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el martes 16, aglutinó a una masa que desbordó Cibeles y las calles adyacentes, la celebración de la Palabra del jueves 18 colapsó desde muchas horas antes cualquier acceso a la plaza. Esa misma mañana, Benedicto XVI había aterrizado en Barajas, siendo recibido por los Reyes y demás autoridades. Pero el de esa tarde era el verdadero acto de bienvenida a Madrid de los jóvenes al Papa.

Pese a que la llegada del Pontífice estaba prevista para las siete y media de la tarde, ya desde cuatro horas antes parecía misión imposible entrar en Cibeles. No importaba que hiciera un calor asfixiante. Todas las penalidades fueron combatidas con la única receta de la alegría, haciendo los peregrinos la ola desde la Puerta de Alcalá hasta mucho más allá de la Plaza de Cibeles, o formando los tradicionales castells catalanes, compitiendo por nacionalidades por ver quiénes formaban la montaña humana más alta. La música, que atronaba desde los altavoces, contribuía a crear un ambiente desinhibido.

Benedicto XVI, en el altar de Cibeles

Instaladas frente a la Puerta de Alcalá, Carolina (ecuatoriana de 17 años), Narby (boliviana de 17 años) y Catherine (colombiana de 15 años), esperaban nerviosas la llegada del papamóvil. Todas ellas viven en España, repartidas entre Murcia y Barcelona, y reciben catequesis en centros de las Misioneras de la Caridad, con quienes han venido a Madrid.

 

Pese a ser la primera vez que presenciaban un acto eclesial tan multitudinario, en medio del ruido imperante en el tiempo de espera, se quedaban con lo relativo al recogimiento: “Por ahora, lo mejor que hemos vivido fue, junto con las hermanas, la adoración del Santísimo en la Carpa de la Adoración Eucarística que hay en el Retiro”.

Covadonga, religiosa de las Siervas de María, se mostraba feliz por “el clima de verdadera alegría de todos estos jóvenes, unidos aquí por Cristo. Son jóvenes con las ideas claras y lo expresan públicamente, sin miedo”.

Al otro lado de la valla que atravesaría el Papa para acceder a Cibeles, cuatro jóvenes argentinas del movimiento Schoenstatt, llegadas desde Tucumán, no paraban de cantar. Agustina, Belén, Paula y Lourdes, todas ellas veinteañeras, se decían “emocionadas por la gran energía que aquí se transmite. La presencia de tantas personas juntas en un mismo lugar y unidas por un mismo fin y unos valores comunes es un sentimiento que hace que el resto del mundo esté ahora mismo pendiente de nosotros, cuestionándose qué es lo que nos mueve”.

La llegada del Papa a la Puerta de Alcalá fue recibida en Cibeles con una gran ovación que acompañó el descenso del papamóvil al son de zarzuelas y cánticos de la tuna, mientras cientos de globos blancos en forma de paloma ascendían al cielo.

En ese momento, Milagros, periodista de Radio María Argentina, tomaba nota de todo cuanto sucedía. Su programa, dedicado a la evangelización de los jóvenes a través de las redes sociales, busca que, “a través nuestro, los chicos que están en casa puedan vivir lo que es una JMJ como si estuvieran presentes”. Algo que ya empezó en los Días en las Diócesis: “Estuvimos en Valencia, Gandía, Málaga y Sevilla, allí donde más se concentraron los argentinos”.

El Papa no dudó en ponerse un sombrero hondureño

En el inicio de la celebración se produjeron los momentos más anecdóticos, como cuando el Papa se puso un sombrero hondureño que le habían dado en ofrenda, o el cardenal de Madrid, Rouco Varela, cantó y acompañó festivo el baile de los peregrinos. El contraste llegó con el inicio del discurso de Ratzinger, imperando un silencio absoluto. Ese misma clima de recogimiento se mantuvo el resto del acto.

El punto más emotivo se produjo hacia el final, cuando los peregrinos sustituyeron a la Orquesta y el Coro de la JMJ en el cántico del Padre Nuestro en latín. Justo en el momento en que empezaba a anochecer, la multitud congregada en Cibeles se despedía del Papa (incluidos varios obispos, que le saludaban con gran entusiasmo al pasar por su lado), quien se dirigía a Nunciatura para pasar su primera noche en Madrid. Solo había sido el inicio de una fiesta que duraría cuatro días y en la que se entremezclarían la alegría desbordada y el profundo recogimiento ante el Misterio.

En el nº 2.765 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL de Vida Nueva

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