Talentos especiales en personas especiales

La apuesta por hacer creativos y productivos a jóvenes con limitación cognitiva. Los casos de Víctor y Lorna

 

Con 60 artistas en su familia y una sólida formación académica, Carlos Guerrero Pinto rondaba los 21 años de edad cuando alquiló una casa en Teusaquillo -en la que también vivió- para darle forma a un proyecto docente que tenía en mente, una academia para artistas. Su primer alumno fue su hermano Víctor, cuatro años menor que él y con retardo mental. A la vuelta de casi 25 años Carlos es hoy el director y propietario de una institución que hace camino para convertirse en universidad al extender no solo su tamaño sino sus programas orientados al universo creativo del arte. Aquella pequeña escuela ocupa hoy una manzana en pleno corazón del tradicional sector de Teusaquillo en Bogotá. Su hermano menor completa el mismo tiempo, 24 años de formación en artes plásticas, es asesor y profesor asistente de la misma institución y tiene como proyecto enseñar la Biblia a través del arte a niños, incluyendo a los especiales como él.

El aspecto de Víctor es el de un hombre joven, amable y con un aire tierno en su rostro. Usa gafas y viste informal. Aquel miércoles 27 de julio aguarda sentado en una de las sillas de la recepción la llegada de un periodista que lo busca para saber más de él. Está acompañado de Lorna Bonet, una estudiante, también especial. Ambos en amable actitud y con amplia sonrisa se ponen en pie para saludar y presentarse, “mucho gusto, encantado… ella es Lorna Bonet”, dice Víctor. Me sorprendo al ver a una chica muy sonriente y casi por milésimas de segundo.. no sé cómo tratar a dos personas cuya condición mental se vuelve motivo para que la sociedad les margine. Les pregunto por un espacio más tranquilo para poder hablar. Casi al unísono ambos me responden “la cafetería”. Dejo que me conduzcan por escaleras y corredores que se extienden para comunicar al menos cinco casas que constituyen aquel escenario académico, que luce impoluto y moderno en sus espacios interiores. Sus paredes y columnas enmarcan lo que allí converge: tecnología, arte y creatividad.

Las explicaciones de Víctor

Una vez en la cafetería, empezamos a hablar. Le pido primero a Víctor que me hable de él y su trabajo. “Bueno, mi nombre es Víctor Hugo Guerrero Pinto, tengo 39 años, soy el hermano menor de Carlos Guerrero el director de la fundación… nací, estudié y trabajo aquí como asesor de chicos con discapacidad y también soy profesor”. Su seguridad es inquietante. Poco tiempo del dialogo transcurre para advertir que en su cuerpo vive un niño inteligente, sensible y creativo, capaz de sorprender a cualquiera, hasta a su propio hermano Carlos, quien seguro se emocionó como nadie cuando vio el resultado de las creaciones más recientes que Víctor ha producido en el marco de aquello que se ha llamado Arte sin fronteras, un proyecto que camina soslayando los límites geográficos para conectar a gente especial de todo el mundo.
Un logosímbolo hace parte de las múltiples imágenes que están cuidadosamente distribuidas en aquel lugar y realizadas por gente especial que estudia allí.
Está ubicado en la primera planta y en uno de los espacios principales de la entrada, en gran formato. Se trata de una figura que se asemeja a un híbrido, lleno de color y con un ojo en el centro, que atrae de inmediato la mirada de cualquiera que ingresa a los espacios de información, donde se ubica un grupo de señoritas que atiende público frente a una pantalla.

Víctor conoce cada rincón al dedillo, luce tranquilo hablando de lo que hace y hasta cómo lo hace. “Trabajo de 8:30 de la mañana a 6:00 de la tarde, asisto a profesores, a chicos… y a veces me dicen que necesitan un consejo y yo les doy un consejo”. Cuenta que no se limita a su actividad del día, ha instalado su propio taller de arte en casa, donde vive con sus padres. “Pinto en óleo, acuarela, hago tarjetas de navidad y también hago dibujo sobre la Biblia. Yo soy cristiano, voy al Centro Mundial de Avivamiento y dibujo porque quiero enseñar la palabra de Dios a los niños con un poco más de arte”. Esa fe parece haberle motivado para encausar su idea, la cual trabaja actualmente como una propuesta que piensa seguir haciendo luego de desarrollarla más en la institución donde labora. “Quiero trabajar con niños afuera, yendo a colegios o a una iglesia cristiana que necesite ayuda”. Como ejemplo, trae a colación la historia de Noé y su arca. Ni más ni menos, lo que está concretando como proyecto piloto es contarle a niños la historia sagrada trabajando en simultánea con ellos al plasmar en una superficie color, personajes y argumento. Su idea ya ha tenido obstáculos. “Estuve en Fides un tiempo y no me gustó, les dije que quería hacer un proyecto con ellos y  no me creyeron”. Se detiene por momentos y continúa, “toca seguir luchando y de todas maneras estoy muy contento”, concluye sonriente.
Fue a partir de Víctor, que Carlos, su hermano mayor abrió hace tres años el programa de Artes y Talentos Especiales en la institución que dirige y en la que hoy se preparan 15 muchachos de la mano y experiencia de artistas más que profesores especializados en enseñar a jóvenes con discapacidad cognitiva. “Ha sido un comprobar que el arte sí tiene algo qué hacer concreto en la vida de esos seres humanos y que además ellos tienen mucho que dar, más de lo que pensamos que podían dar”, explica Carlos Guerrero.

 

 

Sueños como inspiración de trabajo

Lorna Bonet escucha atenta a que termine la conversación con Víctor y aguarda su turno para hablar también de su vida y de su estudio allí en la Academia de Artes Guerrero. Ya se ha levantado un par de veces y ha regresado. Sonríe todo el tiempo. “Mi nombre es Lorna Bonet Melo Rodríguez, yo nací aquí en Bogotá y de mi mamá para arriba son del Tolima”. Lorna como Víctor se sabe especial y explica su particularidad personal. “Yo nací con hipotiroidismo congénito y discapacidad… es una glándula (interrumpe y ríe) es lo que me han dicho”, continúa “una glándula que no se desarrolló… Era muy enferma, mi mamá sufría mucho y yo también”. Confiesa que tiene 27 años de edad y relata que estuvo en colegios para niños especiales y que siempre tuvo cierta habilidad con la plastilina, que cuando supo del programa de arte para gente especial en donde hoy estudia, se obsesionó con la idea y presionó a sus padres para ingresar allí. Al preguntarle sobre sus cuadros se desborda hablando al respecto. Le pregunto por un cuadro en particular en donde una muchacha mira a un jinete sin cabeza. Le pregunto qué la inspiró para crear una imagen que pareciera conocida. “Se llama la oscura noche del unicornio, es un sueño que tuve, pinto los sueños que he tenido. Eso me lleva a pintar”.

 

 

Lorna también tiene metas e ilusiones. Dice que sueña con algún día tener su propia galería o taller en donde además de exponer sus obras también pueda enseñar a niños como ella. Dos de sus hermanos mayores empezaron a apoyarla una vez que su padre sufriera un accidente. Está en la recta final de sus estudios superiores y manifiesta que no quiere ser dependiente toda la vida. “Porque hay gente que me ha preguntado… oye no tienes un sitio donde me puedas dictar clase… huy! no había pensado eso… entonces me da como la iniciativa de empezar algo…puede ser a domicilio (se ríe) o un espacio donde los niños y grandes también quisieran tomar clases… y digo Dios mío cómo puedo darle clases a alguien grande… pero es como la idea”.
Esto ocurre en una institución que se ufana de no limitar a jóvenes con discapacidad cognitiva leve y que busca ampliar su cupo de becas, por cuanto no son muchas las familias que cuentan con los recursos necesarios para pagar lo equivalente a un semestre de carrera universitaria y con la expectativa cercana de que su hijo especial logre ser productivo en un nivel que superaría la elaboración de pequeñas artesanías. VNC

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