La confianza en riesgo, por escándalos de prensa

La indispensable dosis de confianza necesaria para el funcionamiento de la sociedad acaba de sufrir mengua en los dos episodios protagonizados por la prensa. Son escándalos que no solo afectan a unos periódicos, tienen que ver con la vida de la sociedad.

En la fotografía publicada en lugar destacado del periódico se vieron, al magnate de la prensa amarilla, Rupert Murdoch, a su esposa y a su hijo James ante una comisión del parlamento británico a donde, por fin, había llegado la protesta por las escuchas y el espionaje ilegal de los periodistas de News of the world.
En un sitio más discreto, los periódicos publicaron la información sobre el resultado de la demanda del presidente Rafael Correa, de Ecuador, contra los directores y un columnista del periódico El Universo de Guayaquil: los tres directivos y el periodista habían sido condenados a pagarle al presidente 40 millones de dólares y a tres años de prisión.
Las dos noticias tienen en común que afectan a importantes medios de comunicación y, además, alertan sobre los peligros que corre la confianza.

News of the world

Este periódico había circulado durante las últimas tres décadas y mantenía, en los últimos tiempos, una envidiable circulación de 2.800.000 ejemplares en sus ediciones dominicales, que le dieron dinero y poder político a los Murdoch. Su prestigio periodístico lo obtuvieron fotografías como aquella en que se vió al príncipe Harry cuando fumaba marihuana en un pub (la imagen obligó a la casa real a internarlo en una casa de rehabilitación); o aquella explosiva información sobre el ministro Profumo, en amores con una mujer ligada con un espía ruso; o la exhibición de otro ministro de defensa, lord Anthony Libton, en una cama con dos prostitutas y un “cacho” de marihuana.
Escarbando en la vida sexual de toda clase de personajes de la política, del gobierno, del espectáculo, de los deportes o de las finanzas, el periódico se convirtió en el ojo de la cerradura por donde sus millones de lectores británicos, llegaron a ser testigos de cuanto sucedía en las alcobas, en los sitios de diversión, en los despachos y lugares en donde transcurre la vida de los poderosos y famosos de Inglaterra. La vida íntima de las personas llegó a ser con Murdoch una productiva mercancía que imprimía millones de ejemplares en los que los anunciantes soñaban con hacer propaganda a sus productos o sus empresas y los políticos luchaban por aparecer.
Llegar hasta las alcobas, hacer hablar a los testigos de intimidades de los grandes en Inglaterra, es tan difícil como abrir una caja fuerte si no se cuenta con la clave. Murdoch y sus periodistas manejaron esa clave: compraron testimonios sin mirar a quién, fueran empleados, jueces, policías, quienquiera que hablara por dinero. También compraron silencios como los que James Murdoch pagó con un millón seiscientos mil dólares, a algunas víctimas de las chuzadas. Fue una práctica que, según el Financial Times, solía ser común. “Dos tabloides contrataron sombríos investigadores privados”, que hicieron un trabajo sucio, ampliamente conocido e implícitamente aceptado, hasta que la copa, demasiado llena se desbordó con una “chuzada” que la sensibilidad británica rechazó por repugnante.
La gente de Murdoch ante la noticia del secuestro de Milly Dowler, una niña de trece años, buscó información exclusiva interfiriendo las grabaciones del contestador de la pequeña, adonde llegaban mensajes de sus amigos y conocidos. Y se valieron de esa información para armar noticias exclusivas con las que alimentaron el morbo de sus lectores hasta que, seis meses después, fue hallado el cadáver de la niña.
Esta vez los lectores de News of the World, que habían sido indulgentes y hasta cómplices con las prácticas y la información amarillista de Murdoch, se volvieron contra él y condenaron su grosera invasión a la intimidad de las personas.
Entonces tomó cuerpo de acusación el abuso que estaba detrás de las revelaciones del periódico sobre militares muertos en Irak y en Afganistán, cuyos parientes habían sido sometidos al asedio de los hombres de Murdoch. Hoy, tras la avalancha de informaciones sobre el caso, los lectores sienten que alguien manipuló su buena fe y comprueban que creen menos o nada de lo que publican los diarios; su confianza ha sido gravemente lesionada. Pero es evidente que esa opinión pública tardó demasiado en advertir el fenómeno.
El poder de Murdoch se fundó en una confusión de nombres, que al principio no tuvo importancia pero que, a lo largo de los años, llegó a ser mucho más que un problema semántico.
News Corporation, más ocupada en asuntos de cine y de espectáculos de televisión, ha insistido tercamente en llamarse una empresa periodística. Lo fue cuando el padre de Murdoch dirigió un pequeño periódico de pueblo, apenas conocido en su localidad; sin embargo, los exigentes criterios de hoy, dudarían en calificar como periodístico un trabajo centrado en la recolección y difusión destacada de noticias de sangre y de sexo. Sin embargo, era la forma primitiva y elemental en que se entendía entonces el periodismo. Pero otros son los criterios de hoy, que permiten afirmar que el periodismo no está hecho para satisfacer ni estimular la curiosidad de la gente ni el morbo de nadie, sino para servir el interés de todos.
Por esa razón el proceso contra Murdoch ha sido mirado como un triunfo del periodismo y una derrota de su perversión, la prensa amarilla.
Murdoch al mantenerles a sus empresas el calificativo de periodísticas también estimuló una ambigüedad antigua, la que hace ver como equivalentes al periodismo y la propaganda.
La adquisición del canal Fox y de Fox News, una descarada utilización de las noticias para hacer propaganda de derecha en los Estados Unidos, fortaleció ese equívoco de los noticieros y los periodistas que en el mundo buscan credibilidad como periodistas, aunque trabajan como propagandistas soterrados.
Los críticos más serios de Murdoch han sido los académicos para quienes es claro que lo del periodismo y lo de la propaganda son dos campos separados y no susceptibles de fusión. El columnista Jonathan Schell, del Project Syndicate, no lo duda: “Considerando que la propaganda política ha sido del dominio de los gobiernos y de los partidos políticos, Fox News se comporta como formalmente independiente de los dos, si bien sirve, evidentemente a los intereses del partido republicano. En Gran Bretaña News Corporation ha venido creando algo así como un Estado propio, corrompiendo a policías, arrogándose poderes policiales de vigilancia e intimidación de políticos para que hicieran la vista gorda. En los Estados Unidos ha actuado de forma similar”.
Antes había ocurrido cuando en 1984 convirtió el News of the World en un periódico de información amarilla y de campañas partidistas.
A través de los años Murdoch ha propiciado un equívoco que ha sido desastroso para la credibilidad y la confianza en el periodismo: creer que periodismo y propaganda son afines.
Mientras esto ocurría especialmente en Inglaterra y en los Estados Unidos hasta donde se extiende el imperio de Murdoch, en Ecuador la confianza en la prensa sufría una dura prueba.

Un periódico bajo ataque

A raíz de la publicación de una columna de opinión en que el columnista acusaba al presidente Correa por los no esclarecidos episodios de un supuesto intento de golpe, en que las fuerzas armadas “rescataron” al mandatario “retenido” en un hospital, y lo calificaba como dictador, el mandatario demandó al columnista y a los directores del diario que habían publicado la columna.
La publicación de todos los detalles del conflicto, el eco hecho al episodio por comentaristas amigos del presidente y por los de la oposición, la campaña presidencial para denunciar “una prensa corrupta”, a lo largo de los últimos años, han repercutido negativamente en la confianza de los ecuatorianos en sus medios de comunicación.
Desde la oposición se sabe que toda la información oficial no es de fiar; desde los partidarios del gobierno es cosa también sabida que a la prensa opositora y a la independiente no se les puede creer. Como en Inglaterra y en Estados Unidos, en Ecuador ha entrado en crisis la confianza en los medios de comunicación.

La indispensable confianza

Anotaba el papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, y refiriéndose a la actividad económica de la sociedad, que “sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente, esa confianza ha fallado y esta pérdida de confianza es algo realmente grave (35).
En todo este episodio es evidente que lo más grave ha sido la pérdida de confianza. Un profesor de ética empresarial en la universidad Jaume I de Castellón, Domingo García Marzá, advertía que “sin este recurso moral no pueden funcionar ni las instituciones sociales, ni las organizaciones e instituciones en las que se apoyan”.
Este recurso, a su vez es el resultado de una interacción o círculo virtuoso en que cuando la sociedad le aporta a las empresas, a los gobiernos o a las instituciones su confianza, estas entidades responden y al hacerlo se convierten en generadoras de confianza, que es la energía espiritual que mantiene unida y activa a la sociedad.
Escribía en Cáritas in veritate el papa Benedicto XVI que “el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada del bien común” (71). Es el perfil del generador de confianza que, cuando actúa desde los medios de comunicación, “puede ofrecer una valiosa ayuda al aumento de la comunión en la familia humana y al ethos de la sociedad y convertirse en instrumento que promueve la participación universal en la búsqueda común de lo que es justo” (73).
En efecto, en Londres y en Quito no estaba solo en juego el futuro de unos medios; al cuestionarse su función social, se ponía en riesgo lo que estos y todos los medios deben producir: confianza entre los seres humanos, el valor por el que necesariamente pasan la solidaridad entre los hombres y su humanización. VNC

 

 

O CONFIANZA O LA LEY DE  LA SELVA

La integridad y la transparencia son bienes públicos, forman parte del conjunto de bienes del que disfrutan no solo los que los crean con su esfuerzo, sino cuanto son afectados por su existencia con un coste cero. Como ocurre con un faro, del que se benefician no solo los que lo construyeron y los que pagaron los gastos originales y los de mantenimiento, sino cuantos se acercan a la costa, aún sin haber  empleado en el faro ni esfuerzo ni dinero.
La transparencia y la integridad son bienes públicos, tanto en las organizaciones públicas como en las privadas porque crean un espacio de confianza en lo que dicen políticos, empresas, organizaciones solidarias y otras agencias sociales, justamente son ellas y no la corrupción, las que componen la vida política y en la empresarial ese aceite de la confianza en las instituciones y en las personas, que engrasa los mecanismos sociales haciéndolos funcionar.
Ciertamente, ante los escándalos empresariales y políticos se hace necesario reformar las leyes, pero todavía más, reformar los hábitos. Las leyes pueden cumplirse por miedo a la sanción, pero, si ese es el único motivo, es inevitable calcular en cada caso concreto el  coste de cumplirla y tender a infringirla, si el coste es inferior al beneficio. Sólo cuando el cumplimiento de la ley justa se convierte en hábito, cuando la integridad y la transparencia se hacen hasta tal punto costumbre que ir contra ellas es ir contracorriente, se han puesto las condiciones para que funcione con bien el juego de la economía.
No basta la legalidad, ni siquiera el cumplimiento interesado de las leyes. No bastan el Leviatán de Hobbes, ni los demonios inteligentes de La paz perpetua. Es indispensable la convicción oral de que la integridad y la transparencia valen por sí mismas, es indispensable convertirlas en hábitos de conducta, en esa segunda naturaleza desde la que actuamos como si fuera lo obvio. Sin ellos la confianza básica que permite el juego de la inversión y el intercambio pierde su suelo natural, y no queda sino la ley de la selva, en la que hasta el más fuerte – como muestran una vez más el 11 de septiembre o la experiencia de Enron, puede perder la vida.

Adela Cortina en Construir confianza, Trotta, Madrid 2003, p 36.

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