Una Semana Santa vivida en pleno agosto

La emoción añadió más calor si cabe a un Vía Crucis para el recuerdo

Benedicto XVI pudo ver muy de cerca de los pasos del Vía Crucis de la JMJ

JOSÉ LUIS CELADA – MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Horas antes de que diera comienzo la celebración del Vía Crucis entre las plazas de Colón y de Cibeles, el jesuita Federico Lombardi reconocía durante su comparecencia en el Auditorio del Centro de Prensa de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que aguardaba impaciente ese momento porque le brindaba la oportunidad de descubrir “la riqueza cultural, artística y espiritual de España”. [Intervención de Benedicto XVI | Textos del Vía Crucis]

Seguramente, pasadas las nueve de la noche de ayer, el portavoz de la Santa Sede no solo vio satisfechas sus expectativas, sino que aún permanecía embargado por la emoción que recorrió a lo largo de toda la tarde ese inmenso gentío dispuesto en forma de gigantesca cruz humana trazada por los paseos de Recoletos y del Prado con la calle de Alcalá.

Otra cruz, la que recorrió casi veinte mil kilómetros por todas las diócesis españolas, fue –junto a Benedicto XVI y los propios jóvenes– la gran protagonista de la histórica jornada del 19 de agosto.

La cruz de la JMJ acompañó cada una de las estaciones

Portada a hombros por chicos y chicas de las más diversas procedencias (de Madrid o Lorca a Japón, Haití y Tierra Santa, pasando por Burundi, Ruanda o Sudán), se detuvo en cada estación ante las imágenes cedidas generosamente por cofradías y hermandades de todo el país (León, Málaga, Murcia…), convertidas para la ocasión en iconos de este irrepetible Calvario, lejos de sus lugares de origen y del habitual marco litúrgico de la Semana Santa.

Una experiencia “increíble”

Camisas negras, hábitos claros y oscuros y hasta torsos desnudos contra el sofocante calor, gorras y sombreros, abanicos y sombrillas, un bosque de banderas y agua, muchas bolsas y botellas de agua. Todo cabía en esa masa de cientos de miles de jóvenes (y más de un adulto con su sillita plegable) que aguardaban la llegada del Papa a la tribuna instalada ante el ayuntamiento de la capital.

Aquí se congregan grupos de la Juventud Amigoniana de Nicaragua, del Movimiento Salesiano de Jóvenes de Haití, de Scouts de Italia…; más abajo, camino de Atocha, Silvia, paraguaya del Camino Neocatecumenal, confiesa a Vida Nueva que está viviendo algo “muy emocionante, increíble”.

Otro tanto les ocurre a la española María del Pino y a la colombiana Marta Cecilia, Misioneras del Santísimo Sacramento y de María Inmaculada, que, al paso del papamóvil por Colón, se muestran contentas por compartir este “ambiente de alegría, que es una manifestación de Dios”.

El ambiente fue de un recogimiento total

Una experiencia que Antonio, coordinador de voluntarios en el Colegio Amorós de Carabanchel (este centro acoge a casi 300 peregrinos de numerosos países), conoce bien. Él estuvo en Roma y Colonia y, por eso, agradece que el Papa traiga ahora a su ciudad “un gran mensaje de esperanza”.

Una atronadora ovación, al grito de “esta es la juventud del Papa”, recibe al Sucesor de Pedro.

Da comienzo entonces una bella meditación en quince pasos en torno a la Pasión y Muerte de Cristo, acompañada por la Palabra de Dios y los comentarios de las Hermanitas de la Cruz, sin olvidar el rico repertorio de la Orquesta y Coro de la JMJ que dirige Pedro Alfaro y que pone mayor sentimiento si cabe a estos intensos momentos de oración.

Emotiva saeta y redoble de tambores

Por no hablar de esa saeta que arranca el aplauso espontáneo de la multitud mientras Jesús es despojado de sus vestiduras, o ese estremecedor redoble de tambores que anuncia su muerte en la cruz.

Lorena, italiana de L’Aquila, siente esa “profunda emoción por tener la suerte de poder vivir tan de cerca el sacrificio de Jesucristo, y en compañía del Santo Padre”.

Un momento del Vía Crucis

El mexicano Carlos, por su parte, que pasó en Sevilla los Días de las Diócesis, afirma no haber visto “nunca nada igual”; y, bandera de la Virgen de Guadalupe en mano, describe su primera JMJ como una oportunidad para “poder compartir la fe y conocer la de los demás, sobrellevando entre todos las posibles dificultades”.

Dar la vida por los hermanos

Este Vía Crucis brindó a cada paso a los participantes ocasiones para ello: parados, inmigrantes, toxicómanos, víctimas de abusos, enfermos de sida… Para todos ellos hubo un sentido recuerdo en clave de misericordia cristiana.

“Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica” guiados por la “misteriosa sabiduría de la cruz” fue el deseo de Benedicto XVI en su oración final.

Posteriormente, las imágenes partirían en procesión hacia la céntrica Puerta del Sol, en una improvisada Madrugá estival que puso un inmejorable broche al que posiblemente será uno de los actos más recordados (y llorados) de esta JMJ.

Y es que –ya lo advertía el P. Lombardi– se trata de “mensajes tradicionales, pero perennes”. Como perdurará en la memoria de esta ciudad aquel año que se celebró la Semana Santa en agosto.

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