Los nuevos “compañeros de viaje y servidores de los hombres”

Unos 4.500 seminaristas de todo el mundo han participado en la Misa de la Almudena

Benedicto XVI saluda a los seminaristas en la Almudena

JOSÉ LUIS CELADA | Tras el baño de masas de ayer en Cibeles y sus aledaños, no pocos pensaron que, con la Eucaristía matinal para seminaristas de este sábado en la Catedral de la Almudena, Benedicto XVI recuperaba cierta intimidad y sosiego antes de afrontar los momentos culminantes de esta Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Cuatro Vientos.

El “inmenso cenáculo” en que, desde primeras horas de la mañana, se convirtió el templo y la explanada contigua vinieron a contradecir tales presagios y empezaban a dar una idea de los cálidos momentos (en todos los sentidos, pues el implacable sol no faltó puntual a la cita) que se iban a vivir allí durante las tres horas siguientes.

“Palabras de ánimo después de las protestas”

En torno a 4.500 seminaristas de todo el mundo de disponen a disfrutar de la “cercanía del Papa”, como el colombiano Norberto, seminarista de Burgos, quien expresa su alegría por poder brindarle “palabras de ánimo después de las protestas de estos días y decirle que estamos con él”.

El calor ha vuelto a ser protagonista durante todo el día

Colombiano es también Pedro, seminarista en Zambia, que quiere sentirse cerca de Benedicto XVI, por lo que reconoce que “ha valido la pena un viaje tan largo”, para descubrir, además, que “la Iglesia en África no está sola”.

Una comunión “con Cristo, con el Papa y con la Iglesia” que el vietnamita Francisco Javier Phuc, seminarista de Segorbe-Castellón, desea poner de manifiesto en esta jornada tan especial, así como la “gran alegría” con que vive “el camino de formación sacerdotal”.

‘Gritos de guerra’

Las pantallas gigantes muestran que el papamóvil procedente del Parque del Retiro, donde Benedicto XVI acaba de confesar a varios jóvenes, se está aproximando a la Catedral madrileña. Es entonces cuando los tímidos “vivas” al Papa iniciales van in crescendo hasta multiplicarse en aclamaciones a la Iglesia, a Cristo Rey o a las vocaciones. Con el incesante repique de campanas, “la juventud del Papa” (otro de los “gritos de guerra” de esta JMJ) prorrumpe en aplausos.

Pasan unos minutos de las diez de la mañana cuando comienza la Eucaristía. El calor y la emoción aprietan. El cardenal Antonio María Rouco Varela da la bienvenida a tan ilustre huésped, al tiempo que le agradece la Carta a los seminaristas que escribió el pasado año, en la que el Pontífice apela la “santidad sacerdotal” como itinerario formativo para los candidatos al ministerio.

Un breve alusión del arzobispo de Madrid a san Juan de Ávila, patrono del Clero, cuyas reliquias han sido trasladadas para estos días desde Montilla (Córdoba), suscita el aplauso unánime de los asistentes. Quizás algunos sospechaban ya lo que sucedería al término de la celebración.

Tomo el testigo de la bienvenida un seminarista, que, en nombre de sus compañeros, mostró su “respeto, afecto y devoción al Vicario de Cristo en la tierra”, antes de felicitarle por los 60 años de vida sacerdotal celebrados recientemente. Un largo periplo de entrega y servicio al Señor y a sus hermanos que, sin duda, se dejaron sentir en la profunda homilía pronunciada después por Joseph Ratzinger.

“Valentía y autenticidad”

A los futuros presbíteros les pidió “valentía y autenticidad” para seguir su camino y les llamó encarecidamente a “ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar”.

Cientos de fieles se agolpaban en la explanada de la Catedral

Invitados a ser “compañeros de viaje y servidores de los hombres”, les animó a vivir sus años de preparación con “silencio interior, permanente oración, constante estudio y una inserción paulatina en las acciones y estructuras pastorales de la Iglesia”.

No ocultó Benedicto XVI las dificultades de este (des)empeño, sobre todo las de “un entorno en el que se pretende excluir a Dios”. Un reto que exhortó a vivir “sin complejos ni mediocridad”, solo conscientes de que “la tarea en la que el sacerdote ha de gastar su vida” es la de “configurarse con Cristo”, que “se ha hecho por nosotros siervo, sacerdote y víctima”.

Y propuso como modelo al Maestro Ávila, el mismo santo que pocos minutos después anunció que declararía Doctor de la Iglesia ante el generalizado entusiasmo de los presentes. La JMJ de Madrid ya tiene otro motivo más para ser recordada.

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