La parroquia formadora de conciencia y participación ciudadanas

Lo que la evangelización debe asumir como tarea propia

Me lo dijo un bautizado al salir de misa: “la iglesia, y en ella las parroquias, en su misión evangelizadora, hoy, deben asumir con entusiasmo la tarea de iluminar, animar y formar la conciencia ciudadana de los bautizados, y hacerlo como aporte al nuevo plan de evangelización”.

Este amigo mío tiene sobrada razón. Con pena tenemos que reconocer que esa tarea no la están cumpliendo la familia ni la escuela ni la misma sociedad. Nos toco a nosotros hacerlo, como una vertiente de la nueva evangelización, en todas y cada una de nuestras parroquias.
Déjenme explicarlo. Nuestro quehacer evangelizador debe abarcar al hombre en su integralidad. Su propósito debe ser formar a nuestros bautizados de modo que el buen discípulo sea al mismo tiempo buen ciudadano. Es decir, urgir la coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social de modo que los bautizados construyan ciudad de acuerdo con el proyecto de Dios. Una ciudad donde viva Dios (DA 514).
No podemos predicar la fe en Jesucristo como si se tratara de un simple sentimiento religioso sin ninguna relación con el diario vivir de los hijos de Dios. Este diario vivir en sociedad es el que estamos llamados a iluminar y a transformar con la luz de la palabra de Dios-.
Los mandamientos de la ley de Dios y los mismos consejos evangélicos, el “amaos los unos a los otros”, el “sed perfectos como mi padre celestial es perfecto”, parábolas como la de los talentos, el sermón de la montaña, toda la vida de la iglesia naciente narrada en los hechos de los apóstoles, nos llevan a la conclusión de que la vida ciudadana nunca ha sido ajena al evangelio y al pensamiento cristiano, ni podrá serlo. La 1ª. Carta de S. Pedro 2, 11-24 y 3, 1-20 así lo confirma.
En este contexto, nos atrevemos a afirmar que palabras o expresiones tales como misión, testimonio, servicio, lealtad, sed de justicia, practica del amor, búsqueda de la paz, respeto a la autoridad y cumplimiento de la ley establecida, conciencia ciudadana, deben ser asumidos como sinónimos de los deberes que se derivan de la condición de  bautizados en la construcción de ciudad y de nación según el proyecto de Dios.
Quiere decir que la evangelización debe asumir como tarea propia el iluminar el plurifacético y complejo mundo de la vida humana en todos y cada uno de sus momentos y circunstancias -costumbres, estilo de vida, maneras de pensar, conductas, normas básicas de vida en sociedad, etc.- La fe en Jesucristo y en su Iglesia no es un lujo inútil, sino un don de Dios y una responsabilidad personal y social. Y si logramos que los nuestros no renuncien a su condición de seres racionales e hijos de Dios, y no dejen morir el sentido común, estaremos haciendo esto: civilizar evangelizando y evangelizar civilizando.
Lejos de nosotros insinuar que una catequesis sobre los deberes ciudadanos reemplace la homilía dominical. No podemos confundir una cosa con la otra. Sin embargo, creemos que la proclamación del evangelio tenemos que hacerla de modo que en la palabra de Dios nuestros bautizados encuentren la inspiración y la luz para intentar transformar  la cotidianeidad de la vida ciudadana.
De aquí el deber de los hombres y mujeres de fe de esforzarse por ser y actuar como los mejores seres humanos en el seno de la sociedad y ello asumirlo como una forma de honrar al Señor.
De la profesión de la fe se deriva el deber del discípulo de cultivar las virtudes humanas. La responsabilidad, la honradez, la amabilidad, la cortesía, la eficiencia en el trabajo, en una palabra, crecer en humanidad como una exigencia de la fe en Jesucristo.
Ninguno de nosotros predica un angelismo desencarnado, sino una fe que tiene una dimensión histórica, ciudadana y humana. Una fe que debemos profesar, celebrar, vivir y defender en la Colombia de nuestros días. Una patria en la cual hay indisciplina, rebeldía, violencia, crimen organizado y corrupción escandalosa y generalizada. Una patria en cuyas ciudades no vive Dios.
La vida en nuestras ciudades, es desagradable y tensionante, pero la culpa la tenemos nosotros mismos, pues convertimos las calles de la ciudad en una verdadera batalla campal entre conductores y peatones. Actuamos con rebeldía, con grosería y prepotencia, mostrando un total desprecio por la vida humana.
La conciencia ciudadana, el respeto a la autoridad legítima, a las normas más elementales de la vida ciudadana, son un recurso invaluable para comunicar la belleza de la fe y de la vida cristiana. Una sonrisa, un buenos días, un muchas gracias, un gesto de alegría por el encuentro con otra persona, siembran una semilla de esperanza y muestran la cara amable del cristianismo y del ser discípulo de Jesucristo.
¿Por qué no atrevernos a imprimir a nuestras parroquias un nuevo rostro como verdaderos centros de formación espiritual y también humana? Así, la nueva evangelización estará haciendo un gran aporte a la formación de la conciencia ciudadana, y será expresión de la capacidad de liderazgo del mismo párroco.

Parroquia, centro de formación espiritual, humana y social

Para dar más fuerza a lo dicho anteriormente, creemos que nuestra predicación sobre los diez mandamientos, las parábolas, y los mismos  consejos evangélicos, nos debe conducir a que la celebración de la eucaristía sea vivida como un compromiso de ciudadanía.
Cada celebración debe ser escuela de comunión, experiencia profunda de fraternidad, de modo que lo que la iglesia celebra en la liturgia sacramental sea vivido más allá del templo parroquial, se convierta en un programa de vida ciudadana. Es decir, que cada uno de nosotros prolongue, proyecte o lleve la eucaristía al sitio de trabajo, a la vida familiar, a los sitios de diversión, a las calles y avenidas de la ciudad. Creemos que, mucho más allá de comulgar, tenemos que aprender a vivir la eucaristía como “fuente y cima de toda la vida cristiana”, LG 11. De modo que nuestra vida cotidiana sea algo así como una misa ininterrumpida.
Dicho con otras palabras, inspirar en los comulgantes el deseo y el propósito de ser  hombres y mujeres eucarísticos en todos los momentos y circunstancias de la vida en familia y en sociedad.
Aunque algunos no lo sientan así, creemos que cumplir las normas básicas de la vida en sociedad y en particular  las normas que regulan la movilidad de vehículos y peatones, es una forma de honrar a Jesucristo eucaristía. Respetar la autoridad, no pasarse un semáforo en rojo o cederle el paso a otro vehículo, tenemos que aprender a hacerlo como expresión de conciencia de la dignidad de la persona y del valor de la vida humana. Y prueba de amor al Señor Jesús que entregó su vida por nosotros.
Ser honestos en la administración de la cosa pública, no eludir responsabilidades, no lavarnos las manos por nuestros actos u omisiones, formar la conciencia en el respeto a la vida, a la propia y a la del prójimo, y todo lo que pueda implicar el riesgo de perderla o afectarla gravemente, a todo esto debe llevarnos la celebración de la eucaristía.
Quitarle la vida a otro o poner en riesgo la propia es violación de la ley de Dios. El exceso de velocidad al conducir, no respetar las señales que regulan la movilidad vehicular, insultar, conducir un vehículo después de ingerir licor o hablando por celular, todo esto va en contra del quinto mandamiento de la ley de Dios, así la autoridad no lo sancione, y ademas de alguna manera encarna una negación de la celebración eucarística.
A los colombianos nos encanta la libertad, y la interpretamos, como libre desarrollo de la personalidad (Cons. Política 1991, Art. 16), como facultad para hacer lo que a cada uno le venga en gana… la disculpa es que estamos en un país libre. Pero lo relativo al orden, a la disciplina, al respeto a la ley, lo interpretamos como una violación de los derechos humanos y en particular de la libertad humana.
Paramos el oído al discurso sobre los derechos humanos, pero nos los tapamos cuando alguien nos habla de deberes, se nos olvida que somos sujetos de derechos y también de deberes. Se nos olvida que solo quien conoce y cumple sus propios deberes, puede exigir respeto por sus derechos. Esta manera de obrar nos compromete en catequesis sobre la fundamentación ética y teológica de los derechos humanos, y una recta comprensión de los mismos.
Una nación necesita un pueblo consciente de sus deberes ciudadanos, bien dispuesto a aceptar la disciplina, el orden, el desempeño honesto de todas las profesiones y en particular en la administración pública. Sin pueblo disciplinado nunca habrá nación. No habrá vida amable para todos, no habrá futuro.
Lo más triste es que la rebeldía y la indisciplina la trasladamos a nuestros templos en las celebraciones litúrgicas. Nos mostramos reacios a toda sugerencia de orden, de elegancia en el comportamiento, por ejemplo, para recibir la comunión, o para ocupar las sillas o bancas de manera racional o para dar un saludo al que se sienta a nuestro lado.
Si aprendemos a actuar con orden y elegancia en ellos, estaremos sin duda contribuyendo a la dignidad de las celebraciones litúrgicas. El orden y la elegancia son formas de honrar nuestra condición de hijos de Dios. Es comportarnos como si con ello quisiéramos revestirnos de la perfección de Dios y de la hermosura misma del rostro del Señor.
De otro lado, en todos los ámbitos de la vida familiar, económica y social se advierte hoy un proceso lamentable de deshumanización. Solo un vergonzoso vacío de humanidad puede explicar los niveles de violencia y de corrupción que se dan en Colombia. Toda expresión de barbarie, -asesinatos, corrupción, etc.-, constituyen, en una muy elemental instancia, una cruda negación de nuestra condición de seres humanos llamados a ser hijos de Dios.
De muchos, por edad, se dice que tienen uso de razón. Pero si la tienen no hacen uso de ella. En su conducta diaria recurren a conductas absurdas, ante la ley de Dios, ante la vida, ante el trabajo, ante la autoridad legítima, que son todas expresión de irracionalidad.
Una idea más. El planeta tierra es creación y primer don del amor de Dios por nosotros (Salmo 24, 1). Es nuestro deber amarlo, respetarlo, cuidarlo y defenderlo porque es el lugar de la realización o del fracaso del hombre (SD 171).
Todas estas realidades nos llevan a sugerir y desear, que la celebración diaria de la eucaristía nos sirva para aprender a ser plena e integralmente humanos según el proyecto de Dios. Y a vivir la eucaristía “como fuente y cima de toda la vida cristiana”. VNC

P. CARLOS MARÍN

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