La indignación un camino para la historia

¿La indignación, de los jóvenes sobre todo, se ha convertido en un signo de los tiempos? ¿El profetismo se ha hecho masivo? En el futuro alguien tendrá que comenzar un texto diciendo: “la cosa comenzó en África y conmovió los tronos de viejos dictadores. Después, quién lo creyera, pasó a España y a partir de ahí, fue un fenómeno imparable”.
Estas son, desde luego, imaginaciones. Lo cierto es que fue un pequeño libro, del que extractamos las ideas principales, el que mostró el camino de la indignación. ¿Puede ser ajena la Iglesia a esa corriente? Es la razón de ser del segundo texto de este A Fondo.

TEXTO: Stéphane Hessel
TRADUCCIÓN: María Belois Martinez García

La indiferencia: la peor de las actitudes

Es verdad que las razones para indignarse pueden parecer hoy menos claras o el mundo demasiado complejo. ¿Quién manda, quién decide? No siempre es fácil distinguir entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no tenemos que vérnoslas con una pequeña élite, cuyo modo de actuar conocemos con claridad. Este es un vasto mundo de cuya interdependencia nos percatamos claramente. Vivimos con una interconectividad como jamás ha existido. Pero en este mundo hay cosas insoportables. Para verlas, hace falta observar con atención, buscar. Les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir “yo no puedo hacer nada, yo me las apaño”. Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella.
Es posible identificar desde ahora dos grandes desafíos nuevos:
La gran diferencia que existe entre los muy pobres y los muy ricos, la cual no deja de crecer. Se trata de una innovación de los siglos XX y XXI. Los muy pobres del mundo de hoy ganan apenas dos dólares al día. No se puede dejar que esta diferencia se haga más profunda todavía. La constatación de este hecho debería suscitar por sí misma un compromiso.
Los derechos del hombre y el estado del planeta. Después de la Liberación tuve la suerte de participar en la redacción de la Declaración universal de los derechos del hombre adoptada por la Organización de Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, en el palacio de Chaillot, en Paris. Como jefe de gabinete de Henri Laugier, secretario general adjunto de la ONU y secretario de la Comisión de los Derechos del hombre participé, entre otros, en la redacción de esta declaración. No puedo olvidar el papel que tuvo en su elaboración René Cassin, comisario nacional de justicia y educación del gobierno de la Francia libre, en Londres, en 1941, el cual fue premio Nobel de la paz en 1968, ni el de Pierre Mendès France dentro del Consejo económico y social, al que enviábamos los textos que elaborábamos antes de que fueran examinados por la Tercera Comisión de la Asamblea General, encargada de los aspectos sociales, humanitarios y culturales. La Comisión contaba con los 54 estados que eran miembros, en aquel momento, de las Naciones Unidas, y yo me encargaba de su secretaría. A René Cassin debemos el término de derechos “universales”, y no “internacionales” como proponían nuestros amigos anglosajones. Puesto que en esto está lo que se juega al terminar la segunda guerra mundial: la emancipación de las amenazas que el totalitarismo hizo pesar sobre la humanidad. Para emanciparse, es necesario conseguir que los estados miembros de la ONU se comprometan a respetar estos derechos universales. Es una manera de desmontar el argumento de plena soberanía que un estado puede hacer valer mientras comete crímenes contra la humanidad dentro de su territorio. Este fue el caso de Hitler, que se consideraba dueño y señor en su tierra y autorizado a provocar un genocidio. Esta declaración universal debe mucho a la revulsión universal contra el nazismo, el fascismo, el totalitarismo, y, también, a nosotros, al espíritu de la Resistencia. Sentía que había que actuar rápidamente, no ser víctima de la hipocresía que había en la adhesión proclamada por los vencedores a estos valores que no todos tenían la intención de promover limpiamente, pero que nosotros intentábamos imponerles.
A los jóvenes, les digo: mirad alrededor de vosotros, encontraréis temas que justifiquen vuestra indignación –el trato que se da a los inmigrantes, a los indocumentados, a los Roms. Encontraréis situaciones concretas que os empujarán a llevar a cabo una acción ciudadana de importancia. ¡Buscad y encontraréis!

La no-violencia, el camino que debemos aprender a seguir

Estoy convencido de que el futuro pertenece a la no-violencia, a la conciliación de las diferentes culturas. Por esta vía, la humanidad deberá franquear su próxima etapa. Y aquí coincido con Sartre: uno no puede excusar a los terroristas que arrojan bombas, pero puede comprenderlos. Sartre escribió en 1947: “Reconozco que la violencia bajo cualquier forma que se manifieste es un fracaso. Pero es un fracaso inevitable porque estamos en un universo de violencia. Y si es verdad que el recurso a la violencia hace que la violencia corra el riesgo de perpetuarse, también es verdad que es el único medio de hacerla cesar” (iv.) A lo que yo añadiría que la no-violencia es una manera más segura de hacerla cesar. No se puede apoyar a los terroristas como Sartre lo hizo, en nombre de ese principio, durante la guerra de Argelia, o a propósito del atentado de los juegos de Munich, en 1972, cometido contra atletas israelíes. No es eficaz, y Sartre mismo acabará por preguntarse al final de su vida por el sentido del terrorismo y a dudar de su razón de ser. Decirse “la violencia no es eficaz” es más importante que saber si se debe condenar o no a aquellos que la utilizan. El terrorismo no es eficaz. En la noción de eficacia, es necesaria una esperanza no-violenta. Si existe una esperanza violenta es la de la poesía de Guillaume Apollinaire: “Que l”esperance est violente”; no en política. Sartre, en marzo de 1980, tres semanas antes de morir, declaraba: “Hay que intentar explicar por qué el mundo de hoy, que es horrible, no es más que un momento en el largo desarrollo histórico, que la esperanza ha sido siempre una de las fuerzas dominantes de las revoluciones y de las insurrecciones, y cómo todavía siento la esperanza como mi concepción del futuro”.
Hay que entender que la violencia vuelve la espalda a la esperanza. Hay que preferir la esperanza, la esperanza de la no-violencia. Es el camino que debemos aprender a seguir. Tanto por parte de los opresores como por parte de los oprimidos, hay que llegar a una negociación para acabar con la opresión; esto es lo que permitirá acabar con la violencia terrorista. Es por eso que no se debe permitir que se acumule mucho odio. El mensaje de alguien como Mandela, como Martin Luther King, encuentra toda su pertinencia en un mundo que ha sobrepasado la confrontación de las ideologías y el totalitarismo. Es un mensaje de esperanza en la capacidad que tienen las sociedades modernas para sobrepasar los conflictos por medio de una comprensión mutua y de una paciencia vigilante. Para llegar a ello, es necesario basarse en los derechos, cuya violación, sea quien sea el autor, debe provocar nuestra indignación. No debemos consentir la transgresión de estos derechos.

Stéphane Hessel (Berlín, Alemania, 20 de octubre de 1917) es un diplomático, escritor, y militante político francés. Fue miembro de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, y debido también a su origen judío, capturado y torturado por la Gestapo, y recluso de los campos de concentración de Buchenwald y Dora-Mittelbau. Fue uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.


 

¿Indignados en la iglesia?

Ante el reciente movimiento social de los “indignados” en España (y también, aunque en otro contexto diferente, en el Norte de África), todavía incierto y difícil de ser juzgado, podemos preguntarnos si en la Iglesia no hay también indignados. No encontramos ciertamente en la Iglesia algo semejante a lo ocurrido en la plaza del Sol de Madrid o en la plaza de Catalunya de Barcelona. No hay nadie acampado en la plaza de San Pedro de Roma, no hay pancartas que digan “Democracia en la Iglesia, ya” o “Cristo si, Iglesia no”, la guardia suiza con sus pintorescos uniformes miguelangelescos no ha reprimido a nadie, como sí lo han hecho los mossos d´esquadra en Barcelona…
Hay ciertamente en la Iglesia voces indignadas como la de Hans Küng, personas y foros que expresan su disgusto, que añoran el Vaticano II, hay gente que abandona la Iglesia, grupos que en América Latina se pasan a los pentecostales, se constata un cisma blando y silencioso de mujeres, de intelectuales y de jóvenes, hay desencanto e indiferencia en muchos. Pero existe una mayoría silenciosa de fieles que sufrimos calladamente, trabajamos, oramos y esperamos tiempos mejores. Silencio ¿por cobardía, prudencia o miedo? No lo sabemos.
Pero si miramos más a fondo, en Israel y en la Iglesia siempre ha habido indignación ética y religiosa ante muchas circunstancias adversas, aunque no se llamen “indignados” sino profetas y profetisas. Los profetas de Israel eran voces de indignación y denuncia ante la idolatría del pueblo y la corrupción e injusticia de los reyes. Jesús de Nazaret, cuando expulsó a los mercaderes del templo ¿no estaba indignado porque habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones? Los monjes que iban al desierto para protestar de la Iglesia de Cristiandad constantiniana, Francisco y Domingo, Catalina de Siena, Ignacio y Teresa ¿no querían reformar la Iglesia de su tiempo? Más recientemente, teólogos de la liberación como Boff y Sobrino, teólogas como Yvonne Gebara y Lucía Ramón, ¿no están proféticamente indignados-as ante realidades indignas e injustas? ¿Qué fueron en su tiempo Juan XXIII, Romero, Helder Cámara, Samuel Ruiz, Arrupe, Espinal y Ellacuría, sino profetas? ¿Qué hay detrás de Desmon Tutu, de Nicolás Castellanos, de Buxarrais, de Casaldáliga y del mismo Cardenal Martini, sino voces proféticas y deseos de reforma eclesial? Muchos de estos profetas también fueron reprimidos, silenciados, sufrieron persecución e incluso martirio. A Jesús de Nazaret la expulsión de los mercaderes del templo le costó la condena a muerte y la crucifixión.
Los creyentes, creemos que detrás de estos movimientos sociales de protesta, detrás de estas voces proféticas de la Iglesia, muchas veces mezcladas con ambigüedades, errores y desviaciones que hay que discernir continuamente, está presente el Espíritu del Señor que llena el universo, el mismo que hace surgir la vida del caos, el que habló por los profetas, el que acompañó la vida de Jesús de Nazaret, el que hizo nacer la Iglesia y el que conduce la historia de la humanidad hacia su consumación del Reino. Llamémoslo indignación, profetismo, contestación, reforma, opinión pública o disenso, en el fondo es el Espíritu de Jesús quien está presente de forma callada pero real bajo estos movimientos.
En la Iglesia todos los bautizados participamos del profetismo de Cristo y faltaría algo esencial a la Iglesia si desapareciese, o no se tuviera en cuanta, la opinión pública de laicos, religiosos y religiosas, de ministros del Señor. Por esto Pablo nos exhorta a que no apaguemos el Espíritu, que no despreciemos lo que dicen los profetas, que lo examinemos todo y nos quedemos con lo mejor (Tes 5, 19). Porque el Espíritu renueva la faz de la tierra (Salmo, 103, 30). VNC

Compartir