LA IGLESIA DE LA COMPAÑÍA

Arte barroco en el centro histórico de Quito

Inserta en el corazón histórico de Quito, la Iglesia de la Compañía es una de las más emblemáticas obras de arte religioso que registran el paso del estilo barroco por Ecuador, un verdadero deleite para críticos y devotos que a diario la visitan. No en vano, ilustres artistas como Giulio Arístide Sartorio (1860-1932), pintor y escultor italiano, llegaron a afirmar que “monumentos tan completos como La Compañía de Quito son raros aun en el viejo continente”.

No es difícil ubicar este mítico templo jesuítico. Se encuentra entre las calles García Moreno y Sucre, en el centro histórico de la ciudad, a pocos pasos de la Plaza de la Independencia y de la Catedral. Si se camina en sentido norte-sur desde el Palacio “Carondelet”, sede del Gobierno ecuatoriano, es fácil distinguir la fachada de “La Compañía” tallada en roca volcánica. Una primera mirada a su pórtico, presidido por la imagen de la Inmaculada, nos anuncia la grandeza de las obras. La fachada se encuentra revestida de columnas salomónicas, figuras celestiales e insignias alusivas a los sagrados corazones de Jesús y de María. La identidad de “La Compañía” se visibiliza en las esculturas que albergan los cuatro nichos que allí se encuentran. Se trata de cuatro santos jesuitas: San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús; San Francisco Javier, cofundador y celoso misionero; y dos prototipos de santos jóvenes: San Estanislao de Kostka y San Luis Gonzaga. Quien ose atravesar el pórtico se encontrará ante una de las obras cumbre del barroco Iberoamericano, una sabia, minuciosa y estética mixtura de arte, historia y espiritualidad, en orden a la salvación cristiana. Todo ¡a la mayor gloria de Dios!

La historia y sus protagonistas

“La Compañía” tiene una historia de larga data. Cuando los jesuitas llegaron a Quito en 1586, proyectaron una obra de grandes dimensiones: una Iglesia, un Colegio (San Gabriel), una Universidad (San Gregorio), una residencia para los Padres, una casa para los estudiantes, una casa de reposo para los ancianos y un Centro para las Misiones en el Amazonas. Todo este complejo jesuítico quedó inserto en medio de los terrenos de otras insignes Iglesias coloniales: San Francisco, Santo Domingo, La Merced… Fernando Barredo, SJ, decano de la facultad de teología de la Universidad Católica, comenta con buen sentido del humor: “los jesuitas fuimos los últimos en llegar al Ecuador, después de los franciscanos, los mercedarios y los dominicos, y sin embargo nos ubicamos justo en el centro. Tal vez por esta razón, y para evitar malos entendidos, el retablo del altar mayor fue dedicado a los fundadores de las cuatro órdenes religiosas que intervinieron en los inicios de la evangelización del Ecuador”.
Entre 1605 y 1765 se llevó a cabo la colosal construcción de “La Compañía”. Para ello, fueron utilizados diversos materiales: roca volcánica, madera de cedro negro, ladrillo, yeso, pintura al óleo y al temple, policromía y pan de oro para los imponentes retablos y las esculturas. Un selecto grupo de misioneros provenientes del Antiguo Continente se encargaron de darle su forma y estilo singular: Marcos Guerra, Jorge Vinterer, Leonardo Deubler, Venancio Gandolfi y Hernando de la Cruz. Todos ellos jesuitas y artistas: talladores, escultores, pintores y arquitectos.
También es justo resaltar el aporte de muchos artistas quiteños de la talla de Nicolás Javier Goribar, Bernardo de Legarda y Alejandro Salas, que embellecieron el recinto con sus obras, principalmente con sus pinturas. Así mismo, no se puede dejar de mencionar el legado artístico que dejó impreso en cada centímetro de la iglesia un grupo de artistas anónimos de la Escuela Quiteña, con el apoyo y la tenacidad de decenas de albañiles, herreros, carpinteros, obreros, picapedreros, doradores y artesanos, que no escatimaron esfuerzos para hacer de “La Compañía” una verdadera joya del barroco Iberoamericano, digna de una ciudad que es Patrimonio Histórico de la Humanidad.

Breve visita guiada

El enorme parecido que existe entre “La Compañía” y los templos romanos de “Il Gesú” y “San Ignacio”, obedece a que sus planos y su ornamentación se inspiran en ellos.
Al ingresar, resulta inevitable dejarse deslumbrar por tanta belleza reunida a lo largo de los 58 m. de profundidad y los 26,52 m. de ancho que dan a “La Compañía” forma de cruz latina. Muy cerca del umbral que da paso a la sacralidad del templo se encuentra una mampara con el conocido anagrama jusuítico “JHS” (Jesús salvador de los hombres). Desde allí se divisan los famosos cuadros del Infierno y del Juicio Final, exhibidos en los extremos norte y sur, ambos atribuidos al pincel de Hernando de la Cruz (1620). Sobre las robustas columnas de piedra, se aprecia una serie de 16 cuadros sobre algunos profetas bíblicos, que fueron pintados por Nicolás Javier Goribar.  En total, la iglesia alberga una variada pinacoteca de 21 óleos pequeños, 15 medianos, 72 grandes y 2 enormes, expuestos entre pilares, muros inter-retablos, paredes del presbiterio y la sacristía, donde se encuentra el más antiguo de todos. También sobresalen las pinturas que ornamentan arcos y bóvedas. El crucero sostiene una impresionante cúpula de 27,60 m. de alta y 10,60 m. de diámetro, decorada con grandes medallones de arcángeles y círculos con pinturas murales de un grupo de distinguidos cardenales jesuitas.
Otro de los grandes valores que atesora “La Compañía”, tiene que ver con la exuberancia de sus esculturas. J. N. Navarro asegura que “es un verdadero relicario de la escultura quiteña, no sólo por las magníficas tallas de sus retablos y revestimientos y por la bella estatuaria que posee, sino también por su riquísima decoración en estuco y su admirable fachada de piedra labrada”. Recorriendo las naves laterales, se distinguen seis retablos menores dedicados a San José, el Calvario, San Luis Gonzaga (en la nave norte) y a Nuestra Señora de Loreto, La inmaculada y San Estanislao de Kostka (en la nave sur). Sin embargo, merecen singular mención los retablos de San Ignacio y San Francisco Javier, que se levantan a los dos extremos del crucero, el retablo mayor del ábside y el púlpito.
El historiador José Luis Micó Buchón, SJ concluye que “el mensaje espiritual de La Compañía se hace eclesial y jesuítico. Eso quisieron plasmar en piedra y oro los jesuitas en su Iglesia de Quito”. VNC

Datos curiosos de “La Compañía”

160 años fueron necesarios para la construcción de “La Compañía”.
Santa Mariana de Jesús, primera santa ecuatoriana, se consagró en este templo. Sus restos se veneran en el altar mayor.
En el templo sobresalen dos formas del barroco correspondientes a los siglos XVII y XVIII. El primero se caracteriza por el color (policromía), mientras que el segundo prioriza el dorado.
Contrario a lo que la gente piensa, se asegura que en toda la Iglesia no hay más de 30 kilogramos de láminas de oro de 23 kilates.
La torre del campanario fue, en su tiempo, la más alta de la ciudad. Ha sufrido dos embates telúricos que hicieron necesaria su reconstrucción en 1859. Luego del seísmo de 1868, no se restauró más.
Durante 19 años se desarrolló un importante proceso de restauración que culminó
hace apenas cinco años.
En pleno proceso de restauración, en 1996, se registró un grave incendio. El fuego se concentró en el retablo de San Francisco Javier. A  pesar de los daños, fue posible rescatar
muchas obras invaluables.
La Fundación Iglesia de la Compañía ofrece recorridos turísticos conferencias y recorridos nocturnos.

Texto: Óscar Elizalde
Fotos: L. Marcio Ramalho, VNC

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