Marco Augusto Dueñas: “El arte debe abrir una ventana a lo místico”

El escultor es el primer español con una obra en San Pedro del Vaticano

FRAN OTERO | Marco Augusto Dueñas Cepas (Córdoba, 1971) es artista, escultor. Se siente afortunado, porque no solo ha conseguido convertirse en el primer español en tener una obra en la Basílica de San Pedro del Vaticano; ya tiene dos, de santa Rafaela y san Marón. La primera le fue otorgada por concurso tras superar a veteranos y reconocidos artistas que ya poseían esculturas en la basílica romana. La segunda fue por sugerencia de Benedicto XVI.

Y es que, en un principio, la realización de la escultura de san Marón fue sacada a concurso por la Iglesia maronita, en el que participaron artistas de Líbano y Estados Unidos.

Cuenta Marco Augusto que al Vaticano no le gustaban las propuestas y dudaba a quien encargarlo, hasta que un día el Papa se interesó por quién estaba haciendo la obra. Al recibir como respuesta dudas, dijo: “Creo que en esta última no nos equivocamos”. “Y me la encargaron”, confiesa el artista a Vida Nueva.

Apenas con 40 años y con dos esculturas en el Vaticano. Y es que conseguir esto es algo propio de edades avanzadas, como expresa el propio Marco Augusto, “el culmen de una carrera”.

La madrileña Catedral de la Almudena también alberga su obra, presentada en sociedad hace pocos días, y que hizo tras ganar un nuevo concurso. Se trata de las esculturas de san Gabriel y san Miguel, que están colocadas en dos columnas en la fachada principal del templo; un Pantocrátor (icono en escultura) y cuatro escenas, en relieve, de la historia de la Almudena, situadas en la terraza.

Pero estos logros no son fruto del azar, sino de años de trabajo y dedicación, además de unas convicciones fuertes. En su caso, el arte no llegó por casualidad: “El arte es algo que se lleva dentro”. Y es que ya pintaba desde muy pequeño, hasta que con 14 años empezó a trabajar como aprendiz en un taller de mármol. La escultura como oficio. Allí aprendió muchísimas cosas, aunque luego se diplomaría en Escultura en la Academia de Bellas Artes Mateo Inurria.

Es crítico con los estudios artísticos en las universidades, a las que acusa de desorientar a los alumnos. Bebe, sobre todo, del Renacimiento y detesta el hiperrealismo. Dice que su obra es “de hoy, pero con un lenguaje clásico”. “Intento transformar la figura humana para que acerque al misticismo. Tenemos que abrir una ventana a lo místico. El arte es una forma de lenguaje y los artistas tenemos que dejar que sea la misma obra la que hable”, apunta.

En una sociedad en la que el arte es “mero negocio o algo contemplativo”, reivindica la obra que “emociona, trasciende, eleva, que ayuda a acercar a Dios”. “No hay dinero que pague el ver a una persona emocionarse ante tu trabajo”.

La belleza es el camino

Como hombre religioso, como católico, reconoce que trabajar en arte de esta temática “ayuda a la vida personal”. “El arte hay que sentirlo, porque si no, es mejor no hacer nada. El arte nace de uno mismo y parte de uno mismo”, reconoce. También puede colaborar en la Nueva Evangelización: “Como hemos dicho, el arte es un lenguaje, a través del que podemos acercar a la gente, incluso a ateos, a Dios. Por eso, el arte no puede perder el camino del lenguaje. La evangelización de Europa pasa por una nueva forma de arte –católico, clásico…– que lleve a las personas a Dios”, declara.

Y en este camino, continúa, es importante que la Iglesia mantenga contacto con los artistas para que se mantengan unidos y, sobre todo, utilizar la belleza para trasmitir el mensaje cristiano. “La gente se pierde con grandes sermones; por eso, transmitir todos estos valores a través del arte puede servir de reclamo para que se acerquen y, desde ahí, empezar a hablar”.

EN ESENCIA

Una película: La lista de Schindler.

Un libro: un tratado de escultura sobre el Renacimiento.

Una canción: Imagine, de John Lennon.

Un lugar: Pietrasanta, Italia.

Un recuerdo de la infancia: los viajes con mi abuelo en su camión.

Una aspiración: poder vivir del arte.

Una persona: mi hijo.

La última alegría: las palabras que me dirigió el Santo Padre.

La mayor tristeza: la pérdida de mi abuelo.

Un sueño: seguir superándome.

Un regalo: haber conocido a mi esposa, Kate.

Que me recuerden por… haber sido honesto.

En el nº 2.763 de Vida Nueva.

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