Los DED en las JMJ

+ AMADEO RODRÍGUEZ MAGRO | Obispo de Plasencia

“¿Por qué tienen que dar por supuesto que juntar a muchos es incompatible con la hondura espiritual y con el compromiso cristiano? Es verdad que la fe empieza su andadura dentro uno mismo, pero esa experiencia personal siempre sucede en compañía, en la fe compartida de la Iglesia”.

No quiero polemizar, pero tengo que decir que me rebelo interiormente cuando leo comentarios que descalifican a las JMJ por el hecho de ser un encuentro masivo. Me refiero a los que vienen de dentro de la Iglesia, casi siempre con tono elitista, de dudosa eclesialidad y claramente poco juvenil. Pido perdón si no fuera así, pero a veces da la impresión de que a algunos les molesta que se visibilice la fe en grandes manifestaciones. Al menos, siempre ven intenciones poco claras en quienes las convocan.

Me pregunto: ¿por qué tienen que dar por supuesto que juntar a muchos es incompatible con la hondura espiritual y con el compromiso cristiano? Es verdad que la fe empieza su andadura dentro uno mismo, que nace y se fortalece en el corazón de los creyentes; pero esa experiencia personal siempre sucede en compañía, en la fe compartida de la Iglesia.

Por eso, lo celebrativo, es decir, la participación en la fiesta comunitaria, casi siempre amplia, es necesaria, porque nos confirma en lo que somos y compartimos. De ahí que el problema no debería estar en ser muchos, sino en cómo somos esos muchos. Y hasta ahora, en la historia de este acontecimiento eclesial se ha demostrado que esos muchos eran muy buenos. Solo con la suma de muchas identidades juveniles cristianas se puede hacer un acontecimiento tan significativo y atrayente como las JMJ.

Hay, además, un tiempo en las JMJ, y que también pertenece al acontecimiento, que refleja muy bien el espíritu de los días de Madrid. Me refiero a los Días en las Diócesis (DED). Una semana antes, la juventud de la Iglesia española, en sus diócesis, acoge a jóvenes del mundo y comparte con ellos su experiencia cristiana en sus parroquias e, incluso, en sus familias.

Se trata de un intercambio de dones que enriquece mutuamente, al tiempo que a unos y a otros les abre horizontes más allá de su pequeño mundo. Aunque fuera solo por esto, ya merecería la pena convocar estos eventos mundiales, que unen a los jóvenes católicos del mundo y los confirman en los grandes valores que, afortunadamente, les son comunes.

arodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.763 de Vida Nueva.

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