Leer evita muchas derivas

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Hay una foto del fotógrafo húngaro André Kertész en la que aparece una viejecita en la cama, con la cofia puesta, el semblante absorto y un libro en la mano. La instantánea está tomada en el asilo de Beaune, en Francia, en 1929. Es una mujer asilada, sin nadie en el mundo, pobre, sola, cercana a la muerte, protegida por el hechizo de la lectura.

Realmente sublime y conmovedora la instantánea. Como la imagen que un día contempló Günter Grass de un niño leyendo en el suelo, absorto y ensimismado. “¡Pocas cosas hay tan bellas como un niño leyendo!”, exclamó.

Y es que los libros son talismanes, antídoto para el dolor, calmante para la desesperación, aliados en la soledad, excitante contra el aburrimiento. Hay quienes no pueden vivir sin los libros y, cuando les faltan, crece en ellos un terrible desasosiego. Conozco gente a la que la lectura le ha salvado de la soledad más terrible, del desprecio y del abandono, y conozco gente a la que la lectura les serena y amansa.

La Biblia es la biblioteca de los susurros de Dios. En los libros quedó la huella de grandes maestros espirituales. El Oficio de Lecturas es una prueba de su fuerza. Un libro, un ancla para evitar muchas derivas.

En el nº 2.763 de Vida Nueva.

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