Encuentros con la Palabra hecha imagen

El Prado y el Thyssen se suman a la Jornada Mundial de la Juventud

'El Descendimiento' (1602-1604), de Caravaggio

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | En El Descendimiento (1602-1604), la obra maestra de Caravaggio, Nicodemo, en primer plano, vuelve su cara al espectador y, junto a san Juan Evangelista, porta el cuerpo de Cristo. La mano del Crucificado apenas roza la gran losa donde debía ser lavado, ungido y perfumado. El mensaje es claro: Cristo como piedra angular y fundamento de la Iglesia.

Este simbólico lienzo, procedente de los Museos Vaticanos, se exhibirá como “obra invitada” en la sala 4 del Museo del Prado hasta el 18 de septiembre con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y como testimonio de la presencia de Cristo también como “piedra angular y fundamento” del arte europeo.

En torno a la obra del maestro del claroscuro y a la celebración de la JMJ, la pinacoteca madrileña ha planteado un itinerario inéditoLa Palabra hecha imagen. Pinturas de Cristo en el Museo del Prado– en el que invitará al público durante el mes de agosto a mirar “de una forma distinta” la presencia imponente de Jesús en el arte pictórico entre los siglos XII y XVII, particularmente en las escuelas españolas, italianas y flamencas.

'Cristo crucificado' (1631-1632), de Velázquez

Ese otro modo de mirar no solo insistirá en un análisis de las soluciones artísticas que los grandes pintores europeos han empleado a lo largo de los siglos para problemas iconográficos específicos en obras de temática religiosa, sino que también expondrá su significado evangélico. Algo que, precisamente, casi siempre está ausente en la descripción de unas obras concebidas por un porqué –el mensaje de la Iglesia– y no solo por un cómo.

Serán, contando con El Descendimiento, catorce obras distribuidas entre la planta baja y la primera planta. Un itinerario que incluye obras de Fra Angélico, Van der Weyden, Juan de Juanes, Rubens, Sebastiano del Piombo, Murillo, Veronese, Tintoretto, El Greco, Velázquez, Zurbarán, Ribera o el maestro de Santa Cruz de Maderuelo. Un verdadero viaje por la esencia del arte europeo.

La propia selección –compleja en cuanto la presencia del arte sacro, es portentosa y mayoritaria en una pinacoteca que esta semana ha reabierto la Galería Central de su planta principal con una nueva ordenación de las colecciones– sirve para analizar la vitalista presencia de la figura de Cristo.

Simbólicamente, el Prado ha elegido para iniciar el itinerario –sin propósito cronológico alguno– otra obra maestra de Caravaggio: La Anunciación (1430-1435), en la que el autor, con técnica casi miniaturista, destacó el papel fundamental de la Virgen María en la historia de la salvación al asociar la Anunciación con la Encarnación, y esta con la Redención. Es el ángel Gabriel quien lo anuncia y un rayo de luz que nace de la mano de Dios –el Espíritu Santo– quien lo proclama.

Sin continuidad en el mensaje evangélico, se ha elegido como segunda estación una obra contemporánea a Caravaggio, como es El Descendimiento (1435), de Van der Weyden, donde el pintor borgoñés considera a la Virgen, en pleno desmayo, como testigo y copartícipe de la Pasión de Cristo.

Posterior es La última cena (1562), de Juan de Juanes, en el que la intención del maestro valenciano es mostrar la importancia del sacrificio para la salvación, y el mejor modo de recordarlo es la Eucaristía.

'La cena de Emaús' (1633-1639), de Matthias Stom

El Pantocrátor sostenido por cuatro ángeles, obra anónima de la Escuela Castellana (siglo XII), ocupa la bóveda de los murales de la capilla de Santa Cruz de Maderuelo (Segovia), un verdadero catecismo del Románico en el que se representa la Ciudad de Dios.

Es la cuarta obra de un itinerario que, en la planta baja del Prado, se completa con la Bajada de Cristo al infierno (1516). El lienzo de Del Piombo representa la muerte real de Jesús y el pleno cumplimiento de su mensaje de Salvación.

Aportación española

Ya en la reformada Galería Central de la planta principal se muestran tres capítulos fundamentales en la vida del Mesías y de la transición del Barroco al Manierismo: La adoración de los Reyes Magos (1609-1628), de Rubens; La disputa de los doctores en el Templo (1560), de Veronese, y El lavatorio (1547), de Tintoretto.

Las cinco obras restantes dan fe de la extraordinaria aportación española al arte sacro y a la difusión del catolicismo: El Buen Pastor (hacia 1660), de Murillo; Cristo Crucificado (1631-32), de Velázquez; Agnus Dei (1635-1640), de Zurbarán; La Trinidad (1535-1536), de Ribera; y La Resurrección (1597-1600), de El Greco.

Irrebatibles todas, especialmente el Velázquez y El Greco, aunque bien se habrían podido seleccionar otras tantas. Véase, por ejemplo, una referencia didáctica y catequística imprescindible como Jesús en el Museo del Prado (PPC), de Alicia Pérez y Mª Ángeles Sobrino.

‘Encuentros’, en el Thyssen

No menos trascendental –y complementaria– es la selección que el Museo Thyssen-Bornemisza exhibe entre el 2 de agosto y el 4 de septiembre, también con motivo de la JMJ, en una exposición gratuita, Encuentros, que reúne nueve obras que ilustran momentos de la vida de Cristo. Todas pertenecen a la Colección Permanente y fueron pintadas entre los siglos XIV al XVIII por Alberto Durero, Duccio di Buoninsegna, Aert de Gelder, Il Guercino, Marinus van Reymerswaele, Jan Brueghel
‘El Viejo’, Matthias Stom y Giovanni Paolo Panini. Extiende, por tanto, la presencia de Cristo a la pintura alemana y holandesa, además de la flamenca e italiana.

La primera obra que se expondrá en la sala de exposiciones Contexto, en el balcón-mirador de la primera planta del Museo, es Jesús entre los doctores (1506), ejemplo de cómo Durero logró fundir hábilmente dos mundos renacentistas: el alemán y el italiano. Considerada una de las obras maestras de la colección del Museo, en ella seis doctores forman un círculo en cuyo centro emerge la figura y la maestría de Jesús. Las manos del rabino, de rostro deformado y caricaturesco, posadas sobre las del Mesías constituyen, por su simbolismo, el foco de atención de la escena.

'Jesús entre los doctores' (1506), de Durero

Entre los diversos pasajes de la vida pública de Jesucristo se incluyen dos destacadas representaciones del encuentro narrado en el Evangelio de Juan, en el que Jesús conversa con la samaritana en el pozo de Jacob.

En primer lugar, la tabla de Di Buoninsegna Cristo y la samaritana (1310-1311), que formó parte del impresionante altar que realizó para el Duomo de Siena. El mismo tema aparece en Jesús y la samaritana en el pozo (c. 1640-1641) de Il Guercino.

No menos sorprendentes son las escenas flamencas de La vocación de San Mateo (1530), de Van Reymerswaele; Cristo en la tempestad del mar de Galilea (1596), de Brueghel ‘El Viejo’; Cristo y la mujer adúltera (1683), de De Gelder; y, sobre todo, La cena de Emaús (1633-1639), de Stom.

Este, siguiendo el relato de Lucas, representa la escena en un interior iluminado por la luz de una vela. Los dos discípulos se colocan a la izquierda, mientras que Jesús lo hace a la derecha. El momento elegido es cuando los discípulos reconocen a Cristo, que sostiene el pan que acaba de partir.

El punto final lo ponen dos obras de Panini: La expulsión de los mercaderes del templo (1724) y La piscina probática (1765), dos pasajes concebidos muy semejantemente, aunque en el milagro recogido en el Evangelio de Juan hay una escenografía más proverbial.

En el nº 2.763 de Vida Nueva.

ESPECIAL JMJ 2011 MADRID en VidaNueva.es

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