¿Existe la seguridad absoluta para los bienes culturales?

FRANCISCO MARTÍNEZ ROJAS, secretario de la Asociación de Archiveros de España | El robo del Codex Callistinus del archivo catedralicio de Santiago de Compostela ha vuelto a poner de actualidad, una vez más, la seguridad de los bienes culturales en general, y de la Iglesia en particular. Como cabía esperar, en las reacciones producidas hay para todos los gustos.

Fco. Martínez Rojas

Desde las airadas pretensiones desamortizadoras que vuelven al manido discurso de la incapacidad de la Iglesia para conservar su rico patrimonio cultural cuando un Erik el Belga de turno vuelve a hacer de las suyas, hasta opiniones más sensatas que se abstienen de un pronunciamiento definitivo hasta que el caso no esté aclarado del todo.

Desde el punto de vista de la normativa eclesiástica, los principios básicos de seguridad de los bienes culturales están claramente definidos. El Código de Derecho Canónico (1983), en el canon 1220 § 2 estableció que, para proteger los bienes sagrados y preciosos, deben emplearse los cuidados ordinarios de conservación y las oportunas medidas de seguridad.

Evidentemente, la aplicación de estos claros principios varía mucho, dependiendo de los recursos económicos que tenga cada archivo, museo, parroquia, convento o catedral. Porque, aunque la concienciación de los responsables sobre la necesidad de garantizar la seguridad del rico patrimonio cultural de la Iglesia está fuera de dudas, la aplicación de medidas concretas depende del Poderoso Caballero, es decir, el Don Dinero de que se disponga.

Dificultad económica

Sin embargo, las dificultades económicas que suponen para la Iglesia conservar y dotar de medidas de seguridad un patrimonio cultural que representa el 80% del total nacional no se resuelven de modo simplista, como algunas voces han reivindicado, con una tutela estatal de dicho patrimonio.

Baste recordar cómo en Francia, donde en 1905 los bienes de la Iglesia fueron nacionalizados, y el Estado, como propietario, es el responsable de su conservación, los robos se multiplican en los mismos museos públicos. Sin ir más lejos, en mayo de 2010 fueron robados del Museo de Arte Moderno de París cinco óleos de Picasso, Matisse, Léger, Braque y Modigliani. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta la saciedad, afectando hasta el mismo Museo del Louvre.

En España no nos libramos de semejantes sustracciones, ni siquiera en museos y bibliotecas de titularidad pública. Por muchos recursos disponibles que tenga, el Estado también hace aguas a la hora de preservar su patrimonio.

En el nº 2.762 de Vida Nueva. ¿Existe la seguridad absoluta para los bienes culturales?, íntegro solo para suscriptores

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