Independencia con sangre en el Sur de Sudán

Violencia e inseguridad siguen imperando en el nuevo Estado

Campamento de refugiados de la ONU en Abyei

ALBERTO EISMAN | El 9 de julio, el Sur de Sudán se erige en el estado número 193 del mundo y el 54 de África, desmembrándose del Norte, tras el referédum de enero que confirmó un apoyo masivo a la independencia de la región. Lo que debería ser un momento de esperanza y de renacimiento, reflejado en la pacífica y multitudinaria participación durante los días previos y posteriores al plebiscito, se ha convertido últimamente en una situación altamente insegura y volátil. [Siga aquí si no es suscriptor]

En los primeros meses del año se sucedieron esporádicos ataques de “grupos armados” contra la población civil en los estados del Alto Nilo, Unidad y Jonglei, resultando el desplazamiento de 10.000 civiles en esos estados.

En las semanas previas al 9 de julio, el Ejército del Norte de Sudán decidió entrar en la disputada ciudad de Abyei, violando los términos del acuerdo de paz de 2005 y provocando un exilio de habitantes locales, sobre todo de la etnia Dinga Gok, que se ha calculado en más de 40.000 personas. Al escribir estas líneas, se ha alcanzado un acuerdo para que los ejércitos del Norte y del Sur se separen de la línea divisoria antes del sábado 9, y la ONU ha aprobado el posicionamiento de 4.200 fuerzas de paz etíopes en Abyei y alrededores.

Una mujer celebra la realización del referéndum de enero de 2011

A pesar de estos avances, la situación en el Sur Kordofán (más conocido por sus Montañas Nuba, pertenecientes a la parte norte del país) sigue siendo crucial, después de semanas de bombardeos, saqueos y persecución a todas aquellas personas nuba sospechosas de apoyar al SPLM (partido de las antiguas milicias antigubernamentales sudanesas), y la situación ha llegado al extremo de que diferentes observadores internacionales la definen como una verdadera limpieza étnica y un brote de premeditada violencia por parte de cuerpos de seguridad del Gobierno de Jartum. La ONU calcula que el desplazamiento causado por este nuevo brote de violencia supera las 73.000 personas (otras fuentes hablan de 500.000).

La situación de impunidad se ha visto agravada por el hecho de que las fuerzas de paz de la UNMIS han fallado terriblemente a la hora de proteger a la población civil. Incluso se ha acusado a ciertas unidades de actuar movidos más por las consignas interesadas de sus gobiernos que por el mandato del secretario general y el Consejo de Seguridad. Se reportan casos en los que cascos azules se han limitado a encerrarse en sus cuarteles mientras la población civil se veía sometida a ataques indiscriminados, vejaciones y violaciones de derechos humanos llevados a cabo por parte de efectivos del Ejército sudanés.

A pesar de los flagrantes actos de violencia que se han podido saber –sobre todo gracias a diferentes grupos cristianos–, los medios de comunicación internacionales han guardado un prudente silencio.

Mientras que en Abyei la intención sería realizar un avance táctico antes de la independencia para desplazar de allí a la etnia Dinka y mostrar la todavía insistente reclamación por parte del Gobierno central de que la estratégica zona pertenece al Norte, en las Montañas Nuba la situación se explica por la ancestral desconfianza que siente el Gobierno islamista de Omar El-Bashir ante un grupo multicultural y multirreligioso, los nuba, que han mantenido siempre su independencia de las consignas gubernamentales y han mostrado una gran tolerancia que contrasta poderosamente con el estilo dictatorial y avasallador del partido en el poder.

“No es una guerra de cristianos contra musulmanes”

Se ha llevado a cabo una sistemática ‘caza al nuba’ simplemente por la sospecha de que la mayoría apoya ideológicamente los principios del SPLM, el movimiento que durante años alentó, con las armas y las negociaciones, la autodeterminación del Sur frente al gobierno central islamista, represor e intolerante. Muchos nuba formaron parte del SPLM, y ahora que el Sur consigue su ansiada independencia, ven frustradas sus opciones de autodeterminación ante una brutal y extendida represión.

Uno de los muchos campamento de refugiados

“Esta no es una guerra de sur contra norte, ni de cristianos contra musulmanes o de negros contra árabes”, asegura un activista nuba anónimo por razones de seguridad. “Hay tantos nubas cristianos como musulmanes, y un sano porcentaje de seguidores de tradiciones espirituales. Ellos ven su futuro en el norte, se han entremezclado a través de matrimonios mixtos y han vivido junto a grupos nómadas árabes y comunidades norteñas durante siglos. Los nuba están luchando para resistir a un régimen que les niega derechos básicos y una voz. Esto es importante, porque los nuba aportan una visión de un Sudán construida sobre la tolerancia religiosa y sobre un concepto local de democracia que es ahora relevante para muchas zonas del mundo actual”.

Curiosamente, no es la primera vez que Jartum se ensaña con esta región. A principios de los años 90, el Gobierno lanzó una yihad para someter a la población local: después de cercar la región, unos 60.000 o 70.000 nubas (especialmente líderes e intelectuales) fueron aniquilados en siete meses.

En el acuerdo de paz de 2005, el futuro de esta zona quedó pendiente de una “consulta popular” que el Gobierno ha conseguido dejar en agua de borrajas. Mientras que el Sur consigue su ansiada autodeterminación, los nuba ven que su destino se une irremediablemente a un régimen despótico, intolerante y centralista que no solo desea, sino que promueve, su exterminio total. Una macabra repetición de factores y situaciones ya vistas en el conflicto de Darfur.

El papel de la Iglesia

Las Iglesias católica y anglicana se han visto desde el principio afectadas por la violencia. Especialmente en los ataques en el Sur Kordofán, se ha visto claramente el hecho de que tanto bienes como personas relacionadas con la Iglesia estaban en el punto de mira de las fuerzas de seguridad. Algunos líderes cristianos locales han sido asesinados a sangre fría, e iglesias y centros de culto han sido quemados.

Paralelamente, como preparación al evento de la independencia, la Iglesia católica organizó nueve días de oración con el tema de la tolerancia y el diálogo interreligioso.

A medianoche del 9 de julio, las campanas y los tambores del país sonarán en todo el país saludando la independencia, la cual colma las aspiraciones de una región donde todavía no se ha erradicado la violencia y donde sigue habiendo más incertidumbres que certezas.

Hace apenas unas semanas, el obispo de la diócesis de Tómbora-Yambio se dirigía al Comité interno de Asuntos Exteriores del Congreso de los Estados Unidos. Allí, Edward Hiiboro Kussala aseguraba que “el camino hasta este momento [la independencia] ha sido largo y difícil. Millones de personas han muerto en el camino hacia la libertad. Millones más han sido arrancados de sus casas y muchos, como yo, fueron expulsados de su país. Pero gracias los inagotables esfuerzos y sacrificios de numerosas personas, la gente del Sur de Sudán celebrarán este próximo mes un acontecimiento pacífico e histórico”.

“Nací durante esta guerra, una guerra que me dejó huérfano y me hizo un refugiado en las décadas de su sangrienta evolución”, continuaba el prelado, quien no tenía palabras para “expresar adecuadamente mi agradecimiento y orgullo al ver Sudán casi al borde de la paz”.

“Nosotros en la Iglesia, hemos intentado integrar a personas de todo nivel social, construyendo los puentes necesarios para alcanzar la paz. Apoyados por muchas organizaciones internacionales, continuamos este trabajo, trazando la ruta y poniendo los fundamentos para el camino de la paz y la prosperidad”. Y concluía: “Este nuevo país necesita nuestra atención, nuestro apoyo y nuestras oraciones continuas”.

En el nº 2.761 de Vida Nueva.

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