Hacer teología, una carrera de fondo

JOSÉ LUIS CELADA. Fotos: SERGIO CUESTA | El pasado 30 de junio, Olegario González de Cardedal recibió de manos del Papa el primer Premio Ratzinger en reconocimiento a su dilatada trayectoria como teólogo. Vida Nueva ha querido aprovechar la concesión de este galardón para pulsar el estado actual del quehacer teológico en España y las preguntas que suscita. ¿Qué supone tal distinción?, ¿sigue sin producirse el necesario relevo generacional?, ¿resulta significativa hoy la teología para la Iglesia y para el mundo?… Destacados profesionales de esta disciplina comparten sus inquietudes al respecto. [Siga aquí si no es suscriptor]

Con casi medio siglo dedicado a hacer y enseñar teología, la vida y la obra de Olegario González de Cardedal (1934) son un buen ejemplo de que “el camino de un teólogo es una carrera de fondo”.

Quien así lo reconoce no es ningún veterano colega en estas lides, sino el joven teólogo gallego Pedro Fernández Castelao, profesor de Antropología Teológica en la Universidad Pontificia Comillas, cuya defensa de la teología como carisma, “un ministerio eclesial, una verdadera diaconía intelectual”, bien podría definir el desempeño del sacerdote abulense a lo largo de estos años.

Su recorrido vital y académico se ha visto premiado ahora en lo que supone un  homenaje “a su pensamiento y reflexión y a todo su esfuerzo en conectar la teología con la vida social”, sostiene Ángel Galindo, decano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, que encuentra en él el “símbolo de un buen número de teólogos españoles que han escrito, desde hace 50 años en que el Concilio Vaticano II abrió sus sesiones, con el objeto de ofrecer una teología encarnada”.

Que su producción teológica da cuenta “de su actividad eclesial y de su mediación entre fe cristiana y cultura actual” es también el argumento esgrimido por el presidente de la Facultad de Teología del Norte de España, Santiago del Cura, para explicar este “reconocimiento al más alto nivel” de la obra de González de Cardedal, “relevante y cuya orientación teológica de fondo es similar, en gran parte, a la del propio J. Ratzinger”, tercia Castelao.

Ahora bien, más allá de que este galardón sea “claramente merecido” y que gentes como el rector de la Universidad Pontificia Comillas, José Ramón Busto, se sientan alegres por él y feliciten de corazón al elegido, su concesión constituye también para la teología española en su conjunto “un motivo de gozo y de legítimo orgullo”, recuerda el burgalés Del Cura.

A su juicio, se ha premiado “un discurso creyente que, profundamente arraigado en las tradiciones teológicas propias y en el pensamiento español, ha sabido abrirse a la universalidad y ha adquirido profundidad y consistencia en diálogo con las grandes aportaciones de otros teólogos y pensadores más allá del ámbito español”.

Teología en español

Se trata, por tanto, de una buena “muestra de que nuestra lengua es tan apta como cualquier otra para el trabajo teológico”, reinvidica Castelao, pero, además, “significa que se lee y se valora lo que se escribe de teología en España”, subraya Ildefonso Camacho, rector de la Facultad de Teología de Granada. Y es que “cuando hay un teólogo que hace un esfuerzo serio, riguroso, constante, y a la vez humilde y abierto al diálogo, eso se reconoce siempre”, añade el jesuita andaluz, mientras apela al “talante dialogante del teólogo” para dotar hoy a la teología del necesario rigor.

Un diálogo al que –según Galindo– este premio invita a los teólogos españoles, “respaldados por las diversas tendencias a las que representan”. Invitación que extiende a la teología europea, “que durante este tiempo ha dado la espalda a la teología española”, para que se fije en “la producción y praxis teológica de la vida eclesial española”, por lo que representa de “puerta abierta para conocer las propuestas y la fuerza eclesial que llega desde Iberoamérica”. Que este reconocimiento internacional a Olegario “sirva de acicate para el desarrollo de la reflexión y la investigación teológica en lengua española” es también el deseo del jesuita Busto.

¿Y qué momento vive hoy esa reflexión e investigación teológica en nuestro país?, cabría preguntarse. Aunque el diagnóstico varía en sus matices (y causas), unos y otros coinciden en señalar que la situación española es semejante a la de otras iglesias en Europa.

“La generación de teólogos surgida
en torno al Vaticano II
está dejando sus tareas docentes por motivos de edad
y puede surgir la impresión de que detrás no viene nada”

Así lo argumenta Santiago del Cura: “La generación de teólogos surgida en torno al Vaticano II está dejando sus tareas docentes por motivos de edad y puede surgir la impresión de que detrás no viene nada. Ahora bien, bastantes de esos teólogos siguen publicando, y las generaciones posteriores intentan llevar a cabo su cometido en unas circunstancias profundamente modificadas”, que se concretan en “la situación de la fe cristiana, el lugar del discurso teológico, el papel de la Iglesia, la radicalidad de la crisis, la fragmentación del pensamiento, las dificultades externas e internas para dedicarse al quehacer teológico como una vocación que vale la pena…”. Aspectos que conforman “un contexto muy diferente” y sobre los que considera que es “demasiado pronto” emitir una valoración.

Decae la producción

Aunque José Ramón Busto coincide con él en que “los teólogos siguen trabajando y continúan escribiendo y publicando obras valiosas”, el rector de Comillas admite un decaimiento de la producción teológica en los últimos años. “No solo en nuestro país”, donde “es relevante el escaso número de personas que se dedican profesionalmente a la investigación teológica a tiempo completo, sino en todo el mundo”. Un hecho que achaca a la necesidad que tuvo la teología tras el Vaticano II de “repensarse por entero”, al “cambio de paradigma” que se dio. Hoy, sin embargo, considera que “vivimos un momento más tranquilo”.

Y eso es lo que, precisamente, reclama desde Granada Ildefonso Camacho: “Sosiego para el teólogo, obligado a moverse en una alternativa artificialmente construida, ya no entre izquierda y derecha, pero sí entre fieles y menos (o nada) fieles”. Algo que echa de menos en la Iglesia española, “más que la libertad”.

Una falta de libertad que tampoco para Ángel Galindo es tal, sino una “ausencia de lugares eclesiales con carácter dinámico para ejercerla”. En su opinión, “más que en un otoño teológico, estaríamos ante un gélido invierno en la práctica pastoral”, que se traduce en la escasez de comunidades parroquiales participativas, “la pastoral ‘del vacío’ o pastoral ‘débil’, la reclusión y encerramiento de numerosos laicos vivaces en ‘la mesa camilla’ de sus propios carismas, característicos de los nuevos grupos religiosos y de las viejas congregaciones religiosas”.

Preocupante panorama, cuya consecuencia más grave en este punto es “que un numeroso grupo de jóvenes teólogos, con gran capacidad y posibilidades de producción teológica, no encuentre eco en las comunidades eclesiales y en las instituciones teológicas y religiosas”.

No se trata, por tanto, de una falta de relevo generacional, “que es ley de vida”, sino de que “las personas tienen que llegar a una cierta madurez de pensamiento, también los teólogos”, afirma Camacho. Pero “se carece de confianza en las nuevas generaciones de teólogos”, matiza, por su parte, Galindo. Si bien el decano salmantino reconoce que, “ante la ausencia de espíritu crítico en esa ‘pastoral débil’, la contemplación y la reflexión teológica no encuentren destinatarios con hambre para alimentarse de sus buenos manjares”.

Saliendo al paso de tales interpretaciones, Castelao propone que la Iglesia dedique “más recursos a la formación de profesores e investigadores” y “ampliar las miras”. Porque, para que el carisma teológico pueda fructificar, “la teología necesita de un claro y decidido apoyo eclesial”, pero también que no caiga en “el error de limitar el perfil de sus posibles candidatos a aquellos que van a ejercer el ministerio ordenado”. Algo que, a su juicio, podría resultar “contraproducente”, dada la actual escasez de vocaciones al ministerio y la “ingente cantidad de laicos interesados seriamente en la teología”.

Claro que “no puede haber teólogos si no se facilita que uno pueda entregar todo su tiempo de manera incondicional a este carisma”, reivindica este profesor laico de Comillas.

Ser significativa

A tenor de la rápida radiografía elaborada sobre el estado de la cuestión, todo apunta a que el gran reto de la teología hoy en España, con sus condicionamientos y posibilidades, es seguir siendo significativa para fomentar el debate en el seno de la Iglesia y el diálogo con el mundo. Que lo logre dependerá de que “aborde y haga valer su propio tema, que es la realidad y la verdad de Dios como salvación del ser humano en Jesucristo y en el don del Espíritu Santo. Aquí es donde tiene mucho que decir y donde se ve confrontada con su mayor desafío”, opina Del Cura, para quien “tanto el debate como el diálogo son medios o caminos necesarios que la teología ha de recorrer para cumplir su cometido, pero no constituyen su principal finalidad”.

El gran reto de la teología hoy en España,
con sus condicionamientos y posibilidades,
es seguir siendo
significativa para fomentar el debate
en el seno de la Iglesia y el diálogo con el mundo.

A “comprender la fe y ayudar a transmitirla a los hombres y mujeres de cada época histórica, incidiendo en la cultura y tratando de hacer significativa esa fe en la vida de cada día” aspira el quehacer teológico, en palabras de Busto. Una misión que las Facultades de Teología “se esfuerzan por cumplir y cumplen satisfactoriamente”, aunque su labor “no logre tanta relevancia en la sociedad como sería de desear”, lamenta el rector de Comillas, al tiempo que alude a “la secularización de la cultura dominante” como factor que contribuye a ello.

En términos semejantes se expresa el también jesuita Camacho al referirse a las dificultades que encuentra la teología en su diálogo con el mundo, “sobre todo en algunos ambientes de fuerte laicismo, que llegan a negar a la teología su razón de ser y su carácter científico”. Asimismo, siente el excesivo gasto de “energías en ‘ponerse a salvo’ tanto de los ambientes más ‘ortodoxos’ como de los más ‘laicistas’: en ambos hay que estar continuamente trabajando la ‘legitimidad’”.

Una tensión que, de manera “interesada”, también se fomenta en el seno de la Iglesia, “no todos por igual, pero sí de todos los estamentos”, y que, “desgraciadamente”, resta significatividad a la labor teológica.

Desde Salamanca, Galindo identifica otra de las carencias que sufre esta deseable significatividad: el “gran desfase entre el aprendizaje de la teología y la aplicación de dichos conocimientos al debate en el seno de la Iglesia y en su diálogo con el mundo”. El decano de Teología de la Pontificia constata una fuerte separación entre fe y vida en los estudiantes de esta disciplina, pues “se preparan para saber ocupar un lugar digno en el interior de la Iglesia, pero no se capacitan para vivir en una Iglesia en diálogo con el mundo”.

“Se puede decir –explica– que los jóvenes estudiantes de las Facultades de Teología de España son hijos de su época, se parecen a sus compañeros (laicos) de camino: han recibido todo ‘hecho’, ‘pasan’ de muchas ofertas, su conciencia critica y social es cada vez menor, y existe un gran pesimismo respecto a la sociedad y a los posibles frutos de la relación de la Iglesia con la misma sociedad”.

Dos problemas

Igualmente crítico se muestra Castelao, que destaca dos problemas fundamentales que afectan a la teología hoy en España. El primero es “la falta de un ámbito eclesial de holgura en el que pueda desarrollarse sin dificultades un pensamiento que arriesgue en la búsqueda de significación”. A su juicio, hacer “verdadera teología” implica proponer ideas creativas, formulaciones nuevas, otros modos de comprensión…, para que, “en el camino de su eventual recepción eclesial, la comunidad teológica los valore, los critique y, finalmente, los asuma o los rechace”.

En este sentido, el teólogo de Comillas aboga por favorecer el libre debate teológico en la Iglesia, “en lugar de imposibilitarlo”, porque “si no hay espacio para el auténtico debate teológico, realizado en la máxima libertad y en la más exquisita fraternidad, no hay espacio para la búsqueda de una mejor significación de la teología”.

El otro problema al que nos remite el profesor gallego tiene que ver con “el descrédito social del cristianismo –y su pensamiento– en nuestra sociedad”. En una época en la que no resulta sencillo “hablar de Dios, de Cristo y del hombre como criatura y se niega la carta de ciudadanía a la religión o, todo lo más, se la reduce a un factor social o cultural”, él apuesta por una verdadera teología: “Significativa para el creyente e inteligible para el no creyente”. Y a ambos frentes debe atender el teólogo: “A la eclesialidad creativa de su pensamiento y a la significación social de sus respectivas implicaciones”.

Todo ello teniendo presente, como reclama Benedicto XVI, la condición de Dios como “sujeto”, no simplemente como “objeto” del quehacer teológico. “Olvidar dicho primado –advierte Santiago del Cura– haría de la teología algo insignificante y la condenaría a repetir después y peor lo que otros van diciendo antes que ella”. Mientras tanto, esta carrera de fondo no exenta de obstáculos sigue llamada a seguir su recorrido con renovado impulso.

En el nº 2.761 de Vida Nueva.

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