Carta abierta a un nuevo sacerdote

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Querido amigo. Estás saboreando las mieles de tu sacerdocio, como tantos otros que en estos días reciben la ordenación sacerdotal. Veo tu rostro feliz, tu nervio joven, tu mirada aventurera, tu juventud entregada. Mientras se cantaban las letanías, pasaría por tu corazón la película de tu vida con agradecimiento, entre lágrimas emocionadas en tus ojos.

Postrado escucharías cómo te encomendábamos a tantos amigos del Señor que hicieron de su vida una entrega en vilo. El abrazo de tu presbiterio, eco del ósculo del obispo, era una caricia sonriente del Señor Jesús. ¡Es bello el ritual de la ordenación sacerdotal! En él está todo el mensaje del don recibido y la tarea encomendada. Acude a ese texto en momentos de desvalimiento.

Llegas al sacerdocio en momentos convulsos. Muchos jóvenes se debaten entre el desaliento y la frustración por la falta de empleo y de horizonte. Una sociedad líquida los envuelve y arroja a la prisa desmesurada, a la espuma y efectividad, a la rapidez de planteamientos en los que palabras como “siempre” llevan consigo plazos de relatividad.

Son días de indignación en las jóvenes generaciones por una sociedad que los engorda y escupe, pero también días de crisis no solo financiera y económica, sino, también, de valores profundos que minan su base. No son tiempos fáciles, aunque nunca lo fueron. Es ese el mundo que has de amar y en el que has de proclamar, como mensajero, la Buena Nueva del Reino.

Llegas también en tiempos difíciles para la Iglesia, zarandeada por empujones de afuera, de un laicismo agresivo y beligerante, pero también zarandeada por fuerzas internas que pugnan por modelos eclesiológicos ya obsoletos; que confunden sana doctrina con caprichos teológicos; liturgia con liturgismo; símbolos con realidad; y trascendencia con evocación de tiempos pasados.

Te han metido tantas eclesiologías en la cabeza, que has de distinguir las voces de los ecos y saber buscar en tu ministerio la fuente de la genuina espiritualidad sacerdotal. Los déficits de la formación has de suplirlos con una serena y realista formación permanente que, en oración y diálogo, nunca debes abandonar. Busca el consejo oportuno en la fraternidad sacerdotal y aléjate del vicio clerical de la envidia, el chismorreo de sacristía, el carrerismo, la sórdida ganancia. Renueva tu entrega en pobreza, en el amor no exclusivo y en obediencia creativa y fiel.

Si algún día te sientes débil, tienes un termómetro para conocer tu estado de salud espiritual. Es el que marca la entrega a los más pobres, tu pasión por los últimos. Solo si esa entrega y pasión está viva, tu sacerdocio se salvará por encima de un ambiente viciado de casta clerical. Sigue madurando humanamente. Nos quieren personas íntegras. No abandones la oración. Buscan en nosotros referencias espirituales. Sigue estudiando para dar razón de la fe y no dejes de comprometerte con los últimos en la caridad pastoral.

En el recordatorio de mi Primera Misa, tomaba yo unas palabras de Pablo VI que me  invitaban a escuchar “al trabajador fatigado, la crítica del pensador, el lamento del que sufre, la sonrisa del niño, el abrazo de los que se quieren, en consejo del anciano”, y me invitaba a seguir bogando mar adentro para ser heraldo del amor de Dios.

¡Felicidades! La tarea vale la pena si la vives con pasión de apóstol.

En el nº 2.761 de Vida Nueva.

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