Puerto Príncipe, la ciudad azul: sobrevivir sin la ayuda prometida

Cinco meses después del terremoto de Haití, muchos refugiados luchan para seguir adelante

(Texto y fotos: Javier F. Martín) Puerto Príncipe es azul. Hace cinco meses largos, cuando la vida sobrevivía entre lo cotidiano y lo anecdótico de cualquier gran ciudad, la capital haitiana era multicolor.  Hoy la ciudad es azul. Azul por el cielo y por el mar. Pero sobre todo por las miles de tiendas de campaña que se reproducen por toda la capital. Más de medio millón de personas vive en Puerto Príncipe bajo ‘plásticos’, en su mayoría de esa tonalidad.

El azul esconde un número incontable de personas que viven en campos de refugiados, cuyo número está también por determinar. Según el Gobierno haitiano, unos 300 asentamientos. Los que trabajan aquí y conocen bien la realidad sitúan por encima de 500 los agrupamientos de personas que se quedaron sin hogar, o que debido al miedo prefieren dormir en parques, campos, laderas de montañas, tan sólo al amparo del sueño.

La gente que se arremolina en los campos de refugiados recibió promesas de asistencia y atención en los primeros días después de la sacudida. Muchos de ellos la siguen recibiendo, pero otros muchos dejaron de tenerla hace meses, como los que habitan los campos de Primature o Santa María.

Pastoral integral

Nirva Desdunes, fundadora de la Casa de la Misericordia de Betsaida, y su compañera, Methilde Marcello, desde enero se dedican a la pastoral integral. La enumeración de las actividades que han desarrollado en Puerto Príncipe en estos últimos meses precisaría de centenares de palabras y decenas de párrafos: atención a seminaristas, apoyo psicológico a niños traumatizados, transporte de enfermos y cadáveres, asistencia en la Universidad Católica, atención a la gente que se quedó en la calle, trabajo en familias…

Nirva es escéptica respecto al futuro del país: “Podría ser una solución convertirse en un nuevo Puerto Rico, pero ahora no hay nadie que proponga un plan de futuro para el país”. Con todo, el escepticismo no frustra sus ganas de trabajar. Desdunes responde que “el pueblo haitiano tiene una reserva que, además, es un don: el deseo de Dios”.

Azul en el cielo, en el mar, en las tiendas de campaña… y en los colegios. Las aulas provisionales también se visten de ese color. Bueno, las aulas no, sino las sombras que se proyectan sobre los alumnos. Uno de esos ejemplos se encuentra en el Colegio de la Inmaculada de María, en el corazón de Puerto Príncipe. Se trata de uno de los siete colegios que las Hijas de María Paridae dirigen en la capital haitiana. Los alumnos, sofocados e ilusionados a partes iguales, han comenzado a recibir las clases bajo lonas sintéticas.

Más información en el nº 2.712 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, vea el reportaje completo aquí.

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