Víctor Corral: “Hemos querido ser una Iglesia de todos, pero desde y con los pobres e indígenas”

Obispo emérito de Riobamba (Ecuador)

JOSÉ LUIS CELADA | El pasado 25 de marzo, Víctor Alejandro Corral Mantilla (Guayaquil, 1936) enviaba una Circular a los amigos e instituciones fraternas comunicando que concluía su servicio pastoral de 29 años como obispo de Riobamba (tres como auxiliar de Leonidas Proaño, dos como administrador y 24 como titular de esta diócesis ecuatoriana), y que la Santa Sede había aceptado su renuncia “inmediatamente”. [Siga aquí si no es suscriptor]

Ya entonces, confesaba retirarse “con la alegría del deber cumplido, con una gran paz en la conciencia y muy agradecido a Dios, porque me ha permitido servir, con afecto y entrega, al pueblo de Riobamba y Chimborazo y, sobre todo, a los indígenas y pobres”.

Ahora, desde otras instancias y fiel a su lema episcopal (A evangelizar me envió el Señor), seguirá “trabajando para que el Reino de Dios se haga presente, y soñando con una Iglesia más fiel a Jesús y su Evangelio, para un mundo más justo y fraterno”.

¿Qué han supuesto para usted estas casi tres décadas al frente de la Diócesis de Riobamba?

Han supuesto un aprendizaje, un acompañamiento y una respuesta. Un aprendizaje, porque aprendí a cumplir mis funciones de obispo: de enseñar, santificar y conducir, desde las realidades de conflicto, sufrimiento y marginación de los pobres e indígenas, siguiendo el camino abierto por mi antecesor, monseñor Leonidas Proaño. Un acompañamiento a todo el Pueblo de la Diócesis, a través de una evangelización inculturada, tanto entre los quichua-hablantes como entre los hispanoparlantes, desde las opciones diocesanas: los pobres e indígenas, las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) y pequeñas comunidades, y la corresponsabilidad de los laicos en la evangelización, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Y una respuesta consciente, fiel y coherente a Jesús: su persona, su Palabra, su causa, el Reino, así como al magisterio de la Iglesia universal y latinoamericana y a las cambiantes realidades del Pueblo, a través de un constante discernimiento comunitario de fe.

¿Se esperaba una salida tan rápida de la diócesis? ¿Cómo interpreta este relevo?

Sí, lo esperaba, porque podía sucederme lo mismo que a monseñor Proaño. El 16 de febrero, víspera de mi 75 cumpleaños, verbalmente se me notificó en la Nunciatura la aceptación de mi renuncia y la publicación y cese de mis funciones para el 28 del mismo mes. Ahora bien, quiero ser sincero en mi interpretación de los acontecimientos, y lo hago a través de estos interrogantes: el trabajo pastoral de la Iglesia particular de Riobamba, que he animado durante 29 años, ¿sigue siendo molesto e incomprendido?, ¿por qué?, ¿para quiénes?… Dentro de la diócesis se ha logrado unión y compromiso de todos los sacerdotes y religiosas, así como el respeto y estima de los sectores sociales de la ciudad y del campo, para ser una Iglesia de todos, pero desde y con los pobres e indígenas. ¿Por qué se quiere, entonces, descalificar (¿suprimir?) esta línea pastoral, cuando es propia del Evangelio y del mismo magisterio de la Iglesia universal y latinoamericana?

¿A qué va a dedicar su tiempo y energías a partir de ahora?

Espero, con la ayuda de Dios, colaborar pastoralmente con un párroco o un equipo de sacerdotes en un sector marginal de la Arquidiócesis de Quito, y estar disponible para compartir mi fe y experiencia en retiros, charlas, convivencias, con todos aquellos que sueñan y soñamos con una Iglesia más fiel a Jesucristo, más casa abierta, sobre todo para los pobres, y más signo del Reino de Dios.

¿Le pesó en algún momento la responsabilidad de tomar el relevo episcopal del profético monseñor Proaño?

Sin duda alguna. Los primeros diez años fueron muy duros. Había que tomar la posta de un hombre de Dios, maestro y profeta del pueblo, como lo fue monseñor Proaño, en una Iglesia diocesana y una sociedad ecuatoriana y latinoamericana confrontada y en crisis, del final de la década de los 80 e inicios de los 90. Era la época de los 500 años de la conquista y la evangelización y de los levantamientos indígenas.

En la Eucaristía de iniciación de mi episcopado (1982), decía a monseñor Proaño y a las comunidades cristianas: “Permítanme, con mi servicio episcopal, ser puente. El puente une dos orillas, permite el paso de un lado al otro, nos ayuda a conocernos, aceptarnos… el puente cierra abismos”. Y, al despedirme (2011), pude decir al mismo Pueblo de Dios: “Me marcho contento y agradecido a Dios y a ustedes, porque en esta diócesis queda un ambiente de fraternidad, de seriedad y esfuerzo por trabajar con un mismo plan pastoral diocesano, y de autenticidad en la opción evangélica en favor de los pobres e indígenas”.

Evangelización inculturada

¿Qué lugar ocupan esos indígenas entre las prioridades pastorales de la Iglesia ecuatoriana?

Si bien es cierto que la Pastoral Indígena es reconocida y valorada en la Iglesia ecuatoriana, gracias también a la organización de catequistas Servidores de la Iglesia Católica de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador (SICNIE), sin embargo, en la práctica, falta una evangelización verdaderamente inculturada en los pueblos indígenas, institucionalizando ministerios ordenados y laicales, valorando su espiritualidad y amplificando su voz en los reclamos justos que siguen haciendo a la sociedad ecuatoriana.

Desde lo ocurrido a finales del pasado año en Sucumbíos, ¿le preocupa la deriva que pueda tomar la Iglesia de su país en el compromiso pastoral con el pueblo que siempre ha defendido?

Hechos como los sucedidos en el Vicariato de Sucumbíos hacen sufrir y dejan interrogantes a agentes de pastoral, laicos comprometidos y comunidades cristianas; pienso que estos hechos no son solo de forma (falta de tino de la Nunciatura), sino de fondo. Se intenta desconocer una línea pastoral verdaderamente comprometida con los pobres. Me preocupa constatar que muchos de los que tienen responsabilidades superiores en la Iglesia sintonizan con la mentalidad de los sectores pudientes, por desconocer los sufrimientos y esperanzas del pueblo, así como el distanciamiento que se está dando entre estos dos sectores de la Iglesia.

¿En qué dirección camina hoy la Iglesia latinoamericana en su conjunto?

La Iglesia latinoamericana en su conjunto, luego de Aparecida, hace esfuerzos por ser más fiel en el seguimiento a Jesús, desde una espiritualidad de encuentro con el Señor y por responder al desafío misionero; buscando nuevas formas pastorales que le lleven a dialogar, no solo con los alejados de la Iglesia sino con las culturas y subculturas modernas; y, así, saber presentar la Buena Nueva liberadora y salvadora de Jesucristo.

¿Algún mensaje para quien tome las riendas del Pueblo de Dios en Riobamba?

Como hombre de fe, creo que Dios seguirá bendiciendo a la Iglesia de Riobamba, en su esfuerzo por construir la Iglesia de Jesucristo, comunidad de comunidades, con un trabajo planificado, con los pobres y desde los pobres para un compromiso con todos, pero con la única finalidad de ir construyendo el reinado de Dios en la historia del pueblo. El nuevo pastor será bendecido por Dios y su Iglesia conociendo, acompañando y defendiendo a su rebaño.

En el nº 2.759 de Vida Nueva.

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