Andreu Ibarz: “La universidad tiene que ser agente humanizador”

Director de la fundación Blanquerna

Texto y foto: GLÒRIA CARRIZOSA SERVITJE | A principios de este 2011, Andreu Ibarz (Barcelona, 1958), profesor, filósofo y teólogo, ha recogido el timón de la fundación diocesana Blanquerna, que forma parte de la Universidad –de inspiración cristiana– Ramon Llull. Dirige una Blanquerna ya madura, que cuenta con tres facultades en Barcelona: Comunicación, Salud, y Psicología y Ciencias de la Educación y del Deporte. Una comunidad de 8.000 alumnos con unos 500 docentes, profesionales en activo “cuya experiencia en el mundo laboral es de gran ayuda para el alumnado”, asevera este humanista, que durante veinte años se ha dedicado a la enseñanza de la Religión en la escuela, tanto en la concertada como en la pública.

Su experiencia como docente le permite afirmar que, para conseguir el éxito en los estudios, lo más importante es la motivación. “Se llega a la universidad quizás con menos conocimientos, pero sí con un gran dominio en capacidades digitales y más creatividad. El alumno debe tener claro que solo con el trabajo y el esfuerzo puede construir su futuro”.

Para conseguirlo, el gran reto de Blanquerna es “seducir” a los alumnos. Para ello se basan en una metodología de trabajo, muy propia, que motiva al alumnado. “Todos los estudiantes tienen un tutor, y se trabaja en seminarios de 15 personas, una de las recomendaciones del Plan Bolonia”. Según Ibarz, también intentan transmitir que “los estudios que ahora cursan no serán para siempre: en el futuro necesitarán formación continuada”.

Como universidad de inspiración cristiana, tienen muy claro que “debemos educar al estudiante para que crezca como persona. La universidad tiene que ser agente humanizador que ayude al joven para que esta dimensión le acompañe en su vida profesional”.

Otro de los retos de Blanquerna, asegura su director, es “consolidar una internacionalización que vaya más allá de la movilidad de estudiantes y profesorado que ya se consigue vía Erasmus, sino que podamos realizar proyectos de investigación conjuntos con universidades extranjeras, o que un profesor pueda utilizar vídeos o materiales de otros centros”.

Andreu Ibarz, casado y padre de tres hijos, pertenece a la asociación de salesianos cooperadores. “San Juan Bosco ya quería en el siglo XIX tener laicos que fueran salesianos. Don Bosco es el educador por excelencia. Él inventó un método pionero en su época: la educación según la razón; el corazón, lo que hoy se define como emotividad; y todo el entorno de la espiritualidad. El espíritu salesiano me ha ayudado mucho en el trabajo en la universidad”.

Triple trabajo pastoral

Uno de los proyectos que Ibarz vive con pasión es la proyección de una pastoral universitaria como gran reto de futuro. En Blanquerna, el trabajo pastoral se canaliza en tres direcciones. En el ámbito académico, en todos los estudios hay asignaturas que “garantizan a fondo el estudio del humanismo, de la antropología y del diálogo sobre fe y cultura”, explica Ibarz.

En cada facultad disponen de la figura del consiliario, que es el responsable de las actividades pastorales. Y también proponen una oferta de voluntariado, de trabajo social en distintas ONG. “Es un reto importante que une al profesorado y a los alumnos, como por ejemplo una visita guiada a la Sagrada Familia, o participar en un viaje a Tierra Santa”, comenta este humanista cristiano.

El pasado mes de mayo, Andreu presentó su tesis doctoral en Teología sobre el diálogo, entre fe y cultura: “He querido recoger la herencia teológica más significativa en este campo, desde Pablo VI, el Concilio Vaticano II y todo el legado posterior, que pueda inspirar a los profesores de Religión y a las universidades para que ayuden a promover este importante diálogo, que muchas veces no se ha sabido transmitir”.

EN ESENCIA

Una película: Blade Runner.

Un libro: la Biblia.

Una canción: el Himno a la alegría.

Un deporte: el tenis.

Un rincón del mundo: viajo poco. Los parques y espacios naturales.

Un recuerdo de infancia: los juegos.

Una aspiración: una universidad que eduque, lograr una pastoral universitaria de talante conciliar y acorde al siglo XXI.

Un deseo frustrado: dominar diferentes idiomas.

Una persona: Don Bosco.

La última alegría: el retorno de mi hijo Daniel después de seis meses en Sudán.

La mayor tristeza: la falta de entendimiento entre los más próximos.

Un sueño: dar la vuelta al mundo.

Un regalo: la vida, sin lugar a dudas.

Un valor: la apertura y disponibilidad hacia los demás.

Me gustaría que me recordasen… por vivir el Evangelio según el carisma salesiano y por mi insistencia en la vida como “proyecto”.

En el nº 2.757 de Vida Nueva.

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