Van Dyck y los pecadores arrepentidos

Madrid acoge el arte trascendente y bello del pintor flamenco

'La Virgen con el Niño y los pecadores arrepentidos'

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Quizás sea breve –apenas diez lienzos– y no esté de moda, pero hay que detenerse entre Los ecos de Van Dyck que muestra la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Está el eco y el genio de un pintor que miraba a Velázquez de tú a tú, pero que hizo de su pintura religiosa un arte trascendente y bello. [Siga aquí si no es usted suscriptor]

En el territorio del arte se habla y mucho de inmensa calidad como retratista de Antoon van Dyck (Amberes, 1599-Londres, 1641), pero no tanto de uno de los pintores que primero proclamó la belleza de la fe. Y es lo que se ve en la Real Academia de Bellas Artes a partir de un lienzo, La virgen con el Niño y los pecadores arrepentidos, que Matías Díaz Padrón, que fuera conservador de pintura flamenca del Museo del Prado, rescató hace un año literalmente del sótano en donde se escondía, en la propia Academia, desde 1809, con la leyenda de “copia de Van Dyck”.

Autorretrato

Es original y, una vez restaurado, luce espléndido. “El rostro de la Virgen posee una belleza y una delicadeza impresionantes. Esa expresión solo la puede captar un pintor como Van Dyck, que pasa por ser uno de los artistas más elegantes del mundo. La belleza no tiene que estar en contradicción con la religión. Van Dyck era un hombre de una enorme piedad, a pesar del encanto y atractivo de su Magdalena”, afirma Díaz Padrón.

Y es que esa Magdalena de hombros desnudos que mira a un Jesús apenas recién nacido en manos de la Virgen, con el rey David y el Hijo Pródigo a su espalda, es todo un símbolo del arrepentimiento y el perdón.

Toda una confesión de un flamenco como era Van Dyck, aunque es evidente que él se sentía católico y tridentino. “Se supone que el cuadro es una prueba de que el autor estaba integrado en el sentimiento español. Es un ejemplo del énfasis que la Contrarreforma católica pone en el sacramento de la penitencia. Es un tema poco frecuente en España, pero sí lo es en Flandes –explica Díaz Padrón–. Se trata de una tendencia de la Contrarreforma, porque a los protestantes una de las cosas que más antipatía les provocaba era la idea de la Iglesia de permitir la salida del Purgatorio de los pecadores. Hay que ver desde el punto de vista iconográfico que ese cuadro es producto del sentimiento religioso impulsado por la Contrarreforma, que en nuestro país es potenciada por los jesuitas, a los que conoce muy bien Van Dyck”.

Y tanto le gustaba el cuadro al mismísimo Felipe IV que lo hizo poner en la antesacristía del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde lo cita Velázquez en su Memoria de 1656 y lo ve el padre Santos en su Descripción un año después, siempre con grandes elogios.

“El estilo nos acerca a Tiziano, distanciándose Van Dyck de la plasticidad de Rubens, su maestro. Admiramos tanto la factura vibrante, veneciana, como la carga emotiva que vemos en los ojos de la Magdalena en diálogo con el Niño. La gran calidad de su estilo y técnica nos permite catalogar la obra en el período italiano del artista”, afirma el director del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, José María Luzón, y comisario de la exposición en colaboración con el propio Díaz Padrón, que no deja de admirarse, según admite, por las “pinceladas de sorprendente precisión en las carnaciones y una centelleante luz en las telas y complementos suntuarios” del “nuevo” lienzo de Van Dyck.

'La Santa Cena'

Por ello, han querido rodear la presentación del “nuevo” Van Dyck de otras obras de temática religiosa y, en la mayoría de los casos, pintadas durante su etapa siciliana, a donde viajó en 1624. Este género tuvo una gran relevancia en la pintura de Van Dyck, que entró a formar parte del taller de Rubens en Amberes para dedicarse, sobre todo, a la decoración de iglesias, con obras impregnadas de un intenso y místico fervor religioso, elemento importante de la personalidad y el arte de Van Dyck.

Es en Palermo donde probablemente pinta La virgen con el Niño y los pecadores arrepentidos y es allí donde su pintura sacra encuentra su máximo esplendor. El mismo que se ve en obras como Los Santos Juanes, San Agustín, La Sagrada familia, Cristo y la mujer adúltera, El Martirio de San Sebastián y La Santa Cena, identificado también por Díaz Padrón, es una versión del famoso fresco de Leonardo da Vinci en el convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán, en el que Van Dyck introduce cambios importantes: oscurece la luz, deshace la simetría e inserta elementos de naturaleza muerta en el primer plano.

El cuadro estuvo en la colección de Rubens y en otras flamencas, aunque en el siglo XVIII pertenecía al convento de los Carmelitas Descalzos de San Hermenegildo de Madrid y su rastro se pierde durante la ocupación francesa, hasta que reaparece en una colección particular. En un camino muy semejante a La virgen con el Niño y los pecadores arrepentidos, pintura que ahora se sabe perteneció a la antigua colección del Duque de Medina de las Torres, Virrey de Nápoles hasta 1643.

Traslado a El Escorial

'Cristo y la mujer adúltera'

El virrey la regaló a Felipe IV y por orden del monarca se llevó a El Escorial, donde fue colocado por el propio Diego Velázquez, pintor de cámara. No faltan referencias a este lienzo en todos los viajeros y eruditos españoles y extranjeros que visitan El Escorial hasta la guerra napoleónica. En ese momento, se produce un vacío que se explica por haberse incluido esta obra en un conjunto de cuadros que José I ofrece a su hermano para su museo de París. Con la caída de Napoleón, este lote se deposita en la Real Academia de Bellas Artes, donde la obra de Van Dyck se cataloga erróneamente. En 1923, aún en los almacenes, se incluye en el inventario de la Academia como “copia de Van Dyck”. Ahora, junto a La virgen con el Niño y los pecadores arrepentidos, Díaz Padrón ha colocado una copia desconocida en la que se muestra el mismo cuadro pero con los hombros desnudos de la Magdalena “puritanamente” repintados.

En Los ecos de Van Dyck se puede ver, además, El martirio de San Jorge, el último boceto del pintor, concebido para el altar de una iglesia flamenca. Asimismo, se muestran grabados realizados con otros artistas.

Aunque la mayoría de las obras pertenecen a la academia de San Fernando, algunas proceden del Monasterio de El  Escorial (El martirio de San Sebastián, Virgen y el Niño), así como del madrileño Hospital de la Venerable Orden Tercera de San Francisco (Cristo y una mujer adúltera) y colecciones particulares (La santa cena). Es lo que Díaz Padrón califica de “un florón de las obras de Van Dyck en España”. Y es que eso es también lo que pretende esta muestra, recordar que “su presencia e influencia en España fue imponente” y que estuvo “muy vinculado a nosotros”.

En el número 2.757 de Vida Nueva

Compartir