Reconocer al otro es respetarlo

(María Stella Rodríguez)

A muchos profesores universitarios nos sorprende escuchar el lenguaje cotidiano de nuestros estudiantes. Palabras que hasta hace poco eran consideradas un insulto o grosería hoy son el saludo habitual entre ellos y ellas.  ¿Será que las palabras ya no dicen nada o que nos hemos desensibilizado tanto que ya ni una palabra grosera toca nuestra dignidad?

Pero no es sólo en las aulas de clase o en las cafeterías universitarias, los colegios, los lugares de diversión, calles, los hogares son escenarios para este trato indigno que cada vez se hace más cotidiano.
Las palabras crean realidades. Si aceptamos esta afirmación tendremos que reflexionar seriamente sobre el tipo de realidades sociales que se van construyendo con estos lenguajes descalificativos.  Palabras que sustituyen incluso en nombre de pila de cada persona, desconociendo la individualidad y llevando a una actitud de indiferencia por el otro.  Me sorprendo cuando pregunto por el nombre de algún compañero de clase con quien sé que comparten mucho tiempo y la respuesta es: “No profe, el nombre de ese man, ni idea”.
¿Cómo podemos hablar de respeto por el otro si me es indiferente? ¿Cómo dignificar a la persona si damos y recibimos el más duro y grosero trato en la escuela y el hogar?
La palabra es don precioso, privilegio humano, manifestación de nuestros pensamientos y actitudes. Qué gran responsabilidad para los educadores,  no sólo para los educadores en los parvularios quienes día a día se esfuerzan para que los niños y niñas aprendan a convivir con alegría y respeto. Hoy la tarea se prolonga hasta las aulas de los posgrados en donde debemos redescubrir el valor del saludo nombrando a cada persona por su nombre  destacando la responsabilidad que conlleva el uso de la palabra.

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