La oportunidad perdida

La oportunidad de cambiarle el rumbo a la historia de la humanidad para la próxima década se esfumó cuando el 2 de mayo se mató a Osama Bin Laden. Si se le hubiera capturado, se habría armado un escenario ideal para que la Corte Penal Internacional tomara protagonismo mundial al abrir un juicio sin precedentes. Con toda seguridad, los ojos del mundo estarían agolpados ante las puertas de la sede en La Haya (Holanda), expectantes por saber cómo se condenarían sus actos.

Entre las calles de las ciudades y aun en los campos, se escucharía hablar de respeto a los derechos, de justicia, de ética, y no de venganza disfrazada por la frase “se hizo justicia” como dijo Barack Obama. Tampoco se estarían buscando justificaciones al decir fue un acto de “autodefensa nacional” como lo pretendió Eric Holder, fiscal general estadounidense.
Por todas las redes sociales de Internet se abrirían blogs, foros y grupos de discusión para que las opiniones, los saberes y las distintas posiciones contribuyeran al debate. De ese modo no sería tan simple el videojuego Kuma War episode 107 en el que se defiende o mata a Bin Laden.
De habérsele capturado, el juez español Baltazar Garzón hubiera deseado interrogar al líder de Al Qaeda. Un juicio de estas magnitudes habría hecho que el libro Eichmann en Jerusalém de Hannah Arendt se reeditara y tradujera a cientos lenguas para que llenara las librerías como un best-seller.
Si en la operación en Abbottabad (Pakistán) se hubiera resuelto no dispararle en la cabeza y el pecho a Bin Laden, las declaraciones de Barack Obama hubieran sido contundentes, precisas y, sobre todo, permitirían ver que el gobierno de los Estados Unidos opera con transparencia. Pero lo que sucedió fue todo lo contrario. Un par de días después de conocerse la noticia de la muerte, Eric Holder indicó que “lo apropiado” fue matarle porque no se rindió. En menos de 48 horas, Jay Carney, porta voz de la Casa Blanca, declaró que no estaba armado y que tampoco utilizó como escudo humano a una mujer. Además, las discusiones sobre qué hacer con el cuerpo y, si publicar las fotos del cadáver o no, serían el resultado de un “procedimiento acorde con la justicia que lo acoja, respetuoso de las costumbres y rituales de la muerte” como lo sugiere Marcela Forero, profesora de Ética en la Universidad Javeriana.
Para agudizar aun más las contradicciones, Luis Javier Orjuela, profesor de Ciencia Política en la Universidad de los Andes, sospecha que tras la decisión de matar a Bin Laden imperó el interés personal de Barack Obama, que buscaba dar un golpe estratégico a los electores que le atribuían debilidad en el combate, y con ello, robusteció su imagen para la reelección en el próximo año.
Las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán serían de otro modo si estuviera capturado Bin Laden. Los diputados y senadores pakistaníes, quizás, no hubieran calificado la acción de unilateral, tampoco habrían sentido que se les violaba la soberanía y a lo mejor su gobierno no hubiera dado la orden de atacar a la OTAN por violar su espacio aéreo y así, dos de sus soldados no estarían ahora heridos.
“En este escenario ideal, se debería juzgar a Bin Laden primero en su país; para que el Estado no se sienta atropellado y mucho menos, ineficaz en su forma de justicia” dice Wilson Herrera, profesor de Ética de la Universidad el Rosario.
Si lo hubieran aprehendido, se estarían recordando los juicios de Núremberg, Tokio, el de la antigua Yugoslavia y el de Ruanda. Se revivirían todas sus dificultades, claro está, pero también sería la oportunidad para que la humanidad entera fijara como rumbo global el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, y con ello se solidificaran las bases de los derechos (civiles, políticos, económicos, sociales y culturales) de toda persona. El nuevo camino que se hubiera abierto sería ejemplarizante, por lo menos, para una década que crecería recordando o viviendo el acontecimiento con mayor seguridad que ahora. Esa oportunidad perdida de la década, no tendría hoy vigilantes de una venganza de Al Qaeda. VNC
Daniel Andrés Parra Mejía

Compartir