Europa cristiana decae, pero gobierna

La crisis de la Iglesia católica en Europa es innegable. Tal crisis consiste esencialmente en que el cristianismo ha retrocedido enormemente, como lo ha afirmado reiteradamente el Papa Benedicto XVI. La vida europea, no obstante conservar huellas profundas de espíritu y cultura cristiana, ha tomado un rumbo bastante ajeno a lo que propone el Evangelio y a lo que enseña la Iglesia. A esa crisis en la fe, además, le ha caído como estocada mortal, el desplome del prestigio del clero en casi todos los países del viejo continente. Tan clara es la situación de decadencia eclesial en Europa que, del pontífice para abajo, los interesados en el tema hablan a veces de la desaparición del cristianismo, de la necesidad de volver a cristianizar sociedades enteras, de la carga pesada en que se ha convertido el clero en algunas sociedades, de la ociosidad de centenares de edificios religiosos a lo largo y ancho de Europa, todo lo cual hace innegable la mencionada crisis.

Pero en los niveles centrales del gobierno de la Iglesia universal las gentes escogidas para hacer parte de las estructuras directivas siguen siendo en su mayoría personas llegadas de aquellas iglesias en crisis, cuando no decadentes. No obstante algunos nombramientos de personas de otros continentes, el gran peso de la estructura central de gobierno de la Iglesia la llevan los europeos. Recientemente un arzobispo colombiano fue nombrado secretario de una instancia vaticana y un laico también. Pero de resto la nómina del gobierno central de la Iglesia es en general un feudo italiano-europeo. Esto de por sí no significa nada negativo, pero se traduce como un hecho que de algún modo desconoce dónde es que está hoy en día la vitalidad de la Iglesia, que ciertamente no es en Europa. Y creo que para una instancia central de dirección puede ser mucho más enriquecedor hacerse con gente que viene de ambientes vivos en la fe, que de otros que pasan por unos inmensos sequedales espirituales. La Iglesia universal está urgida de renovación y esto incluye también el ámbito central de gobierno.
Pero nada de esto debería esperarse sin la presencia activa de las demás iglesias locales en el foco central de la Roma católica. No hay la menor duda de que hoy en día los pulmones de la Iglesia están en América, en Africa y en Asia. No como una cuestión de poder, pues sería vergonzoso hablar en tales términos pensando en la implantación del Reino de Dios, pero sí como cuestión de sangre fresca, de libertad de espíritu, de ideas renovadas, es legítimo esperar que los niveles del gobierno central de la Iglesia católica estuvieran más habitados de hombres y mujeres de tales latitudes. Estas iglesias tienen un no sé qué vital que las mantiene vigentes entre sus pueblos y comunidades. La espontaneidad, el asumir realmente las culturas, su alegría y desparpajo, su capacidad de tocar hombres y mujeres en sus contextos reales para invitarlos a la conversión, su clero más bien entusiasta y abierto a las manifestaciones de cada cultura, etc., todo esto hace de estas iglesias unos cuerpos capaces de comunicar vida, esperanza, ánimo para el camino de cada día. En gran medida, inmensa quizás, la Iglesia en Europa perdió tales características.
En las grandes organizaciones, y la Iglesia lo es, a veces la angustia surge de la incapacidad de cambiar por dentro y desde arriba. Y también de meterle sangre fresca, gente joven a la misión y a la visión. No sucede eso ahora en los pasillos vaticanos, sino que allí están entretenidos con cuestiones tan anacrónicas como la misa en latín. Se multiplican los signos de desconexión con las regiones vitales de la Iglesia, con las verdaderas aspiraciones del pueblo de Dios. Pareciera que la Iglesia europea, incapaz de evangelizar, se dedica a gobernar. No obstante todo lo que se escribe y dice acerca de la nueva evangelización como razón de ser de la Iglesia, los pergaminos siguen teniendo más peso que las virtudes apostólicas. VNC

TEXTO: Rafael de Brigard Merchán, Pbro FOTO: VNC

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